Ana Palacio, la jefa de bomberos en Palmira

Desde febrero, el cuartel de voluntarios está en manos de una mujer que plancha y lava ropa para vivir. “Los nervios y el miedo son normales, pero hay que enfrentarlos”, dice.

Ana Palacio, la jefa de bomberos en Palmira

Es media mañana en el cuartel de Bomberos Voluntarios de Palmira y al fondo del galpón hay una guardia de tres que conversan a la espera de que la sirena traiga novedades. En otro rincón, Ana María pasa el lampazo sobre unas baldosas desparejas. “Acá el jefe es como el resto y hace de todo un poco, eso incluye la limpieza y la comida”, dice la mujer con una sonrisa; se limpia la mano en el pantalón, la extiende y se presenta: “Ana Palacio, jefa de bomberos, mucho gusto”.

La mujer invita a pasar y mientras camina por un pasillo que lleva al comedor, abre la puerta de lo que se adivina es un dormitorio a oscuras: “Arriba, arriba”, ordena y cierra enseguida: “Estuvieron despiertos toda la noche y se han tirado un rato”. Cuenta que en esta época del año los incendios forestales se multiplican: “Hay días complicados con seis y hasta diez salidas. Hoy viene tranquilo, esperemos que ustedes traigan suerte”.

Ya en el comedor, la mujer apaga un televisor que transmite sin volumen dibujitos animados: “Soy jefa de los bomberos de Palmira y es un honor y también toda una novedad en el cuartel”, confiesa mientras calienta agua en una pava y saca galletas y dulce, parte de la mercadería entregada al cuartel por una empresa que hace mermeladas y que pagó con productos una capacitación en seguridad que recibió su personal.

Y es que el cuerpo de voluntarios de Palmira se mantiene así: a base de donaciones, canjes y gauchadas; también gracias a la solidaridad de algunas empresas, de unos cuantos vecinos y con fondos que cada tanto bajan desde el Estado nacional y que se usan para equipamiento y reparaciones.

“Y... se manguea mucho porque los recursos son siempre mínimos; suponga que necesitamos mejorar el sistema de una lanza y capaz que le pedimos ayuda al ferrocarril. Es complejo, el bombero de Palmira no tiene sueldo porque es voluntario, pero ni siquiera recibimos un incentivo del Estado y los muchachos tienen que comer y algunos mantienen familia”, explica con la misma voz gruesa y firme que tendrá en toda la charla.

“Dicen que en otros países los bomberos voluntarios son médicos o ingenieros; no lo sé, pero acá no pasa y hay muchos compañeros que apenas subsisten, que viven de changas y ellos son los que apagan incendios y hacen rescates en todo San Martín. Yo, por ejemplo, trabajo los sábados en seguridad y el resto de los días plancho para afuera. Así vivo y pago un alquiler; a veces salta una emergencia y la autobomba me pasa a buscar por la casa de alguna patrona”.

Palacio -todo mundo la llama por el apellido- dice que se quedó con el puesto de jefa en febrero, que fue decisión de sus compañeros aunque admite que no fue fácil y que ganó por un voto. Mientras ceba el primer amargo cuenta que hace un par de años ensayó el cargo, cuando el jefe de entonces renunció sin aviso: “Se fue una mañana, molesto por algo que no viene al caso y quedamos tres personas en el cuartel. Ahí me hice cargo un tiempo, era eso o poner un candado y la verdad es que bomberos de Palmira nunca bajó la persiana”.

El cuartel tiene hoy 25 miembros y un puñado de aspirantes, que deben completar cursos antes de salir al primer siniestro: “El aspirante está lleno de ganas pero le falta entrenamiento y eso en una emergencia es peligroso para él y para todos”, explica Palacio y calcula que un año de prácticas es suficiente para el bautismo de fuego.

En medio de la charla se arrima Érica, una joven aspirante que estudia Higiene y Seguridad: “Vine casi que por curiosidad, me gustó y me quedé”, cuenta y admite que le cuesta imaginar su primer siniestro: “No me gusta ver sangre ni gente lastimada. Supongo que va a ser duro”, sonríe nerviosa.

Cerca está Gonzalo, que tiene 21 y ya es bombero, aunque primero tuvo que vencer el miedo: “De chico me prendí fuego con un bidón de nafta. Imaginate que durante años veía un fósforo y lloraba, pero por suerte acá lo supere”, dice el muchacho, que pretende ingresar al Ejército.

Palacio los escucha y asiente: “Los nervios y el miedo son normales, más si uno arriesga la vida. Pero somos gente solidaria y creo en el bombero y en enfrentar el temor: el bombero debe tener siempre un ojo en el fuego pero el otro en su compañero, esa es la manera de cuidarnos”.

Palacio es bombero desde hace siete años y ha estado en todo tipo de emergencias, desde incendios a rescate de animales y accidentes en la ruta: “Hay gente que te agradece y también están los que te insultan porque llegás tarde y hasta alguno que te tira piedras. Una trata de entenderlos porque los nervios del que está perdiendo su casa o tal vez algo más importante son difíciles de manejar, pero yo a un incendio voy para ayudar, para apagar el fuego, para rescatar gente. Me gusta ser solidaria y acá me saco las ganas todos los días”.

El cuartel de Bomberos Voluntarios de Palmira nació en 1964, por iniciativa de un quinielero, don Raimundo Acuña, y de un grupo de vecinos. Por allí debe haber todavía algún cuadro, colgado tal vez de alguna pared con el lema del grupo de voluntarios: “Nada nos obliga, solo el dolor de los demás”.

Una ordenanza para ayudarlos que no se aplica

Hace un año, San Martín aprobó una ordenanza que surgió desde el mismo oficialismo y que crea una tasa destinada a aquellos edificios, empresas y comercios donde existe un mayor y más grave riesgo de incendio. El dinero recaudado por ese nuevo tributo, y a modo de colaboración, debe ser entregado a los bomberos voluntarios de Palmira, cuya tarea alcanza a todo el departamento.

Sin embargo y pese a que el proyecto del oficialismo fue aprobado por todo el recinto, lo cierto es que la ordenanza nunca se aplicó. “Está aprobado y hemos ido a la comuna a pedir que se ponga en marcha. Para nosotros sería un gran apoyo contar con un incentivo que surja de los mismos comercios que están amparados por nuestro trabajo”, dijo Ana Palacio, la jefa del cuartel.

La ordenanza establece cuatro categorías de “carga de fuego” en las que quedarán incluidas las empresas o locales, según el riesgo de siniestro que presenten, ya que no es la misma posibilidad y gravedad de un incendio en una estación de servicio que en un café. Desde la comuna solo han señalado que la norma, tal y como fue aprobada, es inviable y que el proyecto debe ser revisado.

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