No sería exagerado decir que, salvo raras excepciones, todos hemos sentido alguna vez mariposas en el estómago, o sea los efectos del enamoramiento. Frecuentemente de inicio súbito: amor a primera vista, flechazo, fall in love, son expresiones populares para reflejar un estado particular del alma.
El “amor romántico” es un tipo de amor que tiende a la unidad, a la completud, creando un sentimiento de plenitud y complementariedad con la otra persona -tu media naranja-. A lo largo de toda la historia, la vida amorosa ha inquietado, desvelado, convertido a reyes y esclavos, a hombres y mujeres.
¿Por qué el amor resulta siempre una paradoja, en el sentido de que nos produce vivencias que van de la felicidad y el goce más pleno hasta las angustias, malestares y sufrimientos más terribles? ¿Por qué tememos al amor? ¿Por qué herimos a quienes amamos? ¿Por qué jamás nos sentimos satisfechos cuando amamos?
La concepción romántica conlleva una marcada idealización del amor, una perspectiva inalcanzable que, por supuesto, frustrará en algún momento a la pareja dejándola insatisfecha. Este ideal del amor trasladado al matrimonio lo complicó bastante. Así planteado, el matrimonio tiene que servir para todo: ser compañero de sexo, de juegos, de vacaciones, de cenas, de ocio, de todo, algo que es imposible que se cumpla.
Mitos y metáforas más frecuentes
“El amor todo lo puede”. Tiene su raíz bíblica, pero en la actualidad se sigue pensando que cuando se ama con “amor verdadero” se puede soportar casi todo y perdonar también casi todo. Esta manera de entender el amor nos lleva al mito de Panacea, que nos habla de la maravilla que supone encontrar al ser amado, ya que éste cambiará nuestra vida, resolverá los problemas, terminará la soledad, curará las heridas y dará significado y seguridad a la existencia.
“El amor es para siempre”. Remite a la idea de perpetuidad, es un amor “para toda la vida”. Si se tuvieron “amor verdadero” éste no puede terminarse porque sí. Sólo se ama una vez en la vida: es el concepto del “amor de mi vida”.
“La fuerza del amor”. Derriba muros, se impone a pesar de todas las dificultades y contradicciones. Las historias de amor discurren por circunstancias dramáticas, sufrientes, pero finalmente el amor se impone y la felicidad se consigue.
“El amor como completud”. Al encontrar la “persona justa”, el príncipe azul o la princesa rosa, nos completa, nos agrega eso que nos falta.
También podemos mencionar otros: “el amor como búsqueda de belleza y perfección”, “el amor es creación”, “el amor es fiel”. Estos mitos y metáforas se fueron construyendo a lo largo de la historia occidental y actúan como ideales que se difunden a través de relatos literarios, películas, novelas rosa, canciones, etc.
Si no se respetan y cumplen esos requisitos, muchos de los cuales son pura publicidad, se puede llegar al extremo de determinar “que el amor entre tales personas se ha acabado”. Este modelo de amor idealizado crea falsas expectativas y conduce irremediablemente a la frustración y al fracaso afectivo.
Desde una perspectiva de análisis psicosocial, el amor romántico se basaría en la anulación a través de la renuncia de uno mismo, y operaría como la base, en cierta medida, de la violencia de género.
“¡No puedo creer lo que me estás diciendo! ¡Eso no es lo que yo creía! ¿Quién es, de quién me enamoré?”. “Nada te viene bien, nada te conforma de lo que hago”.
Creo que, si entráramos por la noche en miles de hogares escucharíamos discusiones, en la mayoría de los casos referidas a esta temática. Aparece con frecuencia el “te quiero, pero no te amo”, como una fórmula expiatoria para justificar la ruptura, frente a la imposibilidad de sostener un vínculo más duradero y/o comprometido.
¿Por qué si lo quiere no lo ama? La vida amorosa siempre se encuentra plagada de tropiezos. Toda ilusión tiene como destino inexorable la “desilusión”.
La etapa inevitable del desenamoramiento puede vivenciarse como pérdida, ruptura, disolución. Y entonces el enunciado podría ser: “te quiero... retener, conservar de alguna manera, te respeto por lo que fuiste para mí... pero ya no te amo...”. Se estaría, entonces, en presencia del desamor. Pero el desamor no es la ausencia de amor, no es la indiferencia, no es la vuelta a lo neutro. Es el amor en aflicción, amor en nostalgia, podríamos decir “amor en sufrimiento”.
Los planteos que suelen hacerse los integrantes de una pareja oscilan frecuentemente entre admitir sentimientos cariñosos, pero al mismo tiempo negarles la condición de “amor”; o simplemente en afirmar que “eso que sienten” podrá llamarse de muchas maneras pero que no es amor. Por lo tanto hay una reiteración permanente en tratar de diferenciar en forma bastante rotunda “querer” y “amar”.
Ser realista implica asumir que no existe una felicidad completa, una armonía casi perfecta, una comprensión mutua permanente. Sino que hay un nivel tolerable (y ahí radica el problema, es decir que se convierta en intolerable) de angustia, de incomodidad, de molestia, precisamente por ser otro, distinto, diferente.
Pero es precisamente esa diferencia en la que va a aparecer la pasión que, como tal, está compuesta de amores y odios, por dichos y desdichos, por encuentros y desencuentros, por peleas y reconciliaciones.
“El amar te duele”. Se suele escuchar a menudo que si se ama se sufre, porque siempre hay momentos de abismo, dolor; se padece la distancia, la extrañeza, la incertidumbre, la duda, los celos, la imposibilidad de completud; pero también se puede gozar de momentos de alegría, felicidad, atracción, deseo, expansión del ser.
El amor no consiste en mirar al otro sino en mirar con el otro, viajar juntos, vivir juntos, tener hijos, discutir juntos, etc. No es sólo lo que tenemos en común, es proyectar la diferencia hacia el mundo, proyectar y construir el dos, de hacerlo existir en un escenario real. El amor así entendido no es una mística, es un trabajo.
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