Cuando aún regía el kirchnerismo, durante la presentación de un libro suyo en Mendoza, Elisa Carrió se comparó con Moisés en el sentido de que -tal como el profeta y líder espiritual- creía hallarse en medio del desierto tratando de predicar las tablas de la ley moral y republicana tras la meta de dejar definitivamente atrás la corrupción imperante, que con Moisés pertenecía al Antiguo Egipto y con Lilita a la monarquía cristinista.
Pocos días atrás, hablando ante un conjunto de fieles dijo lo mismo. Todavía cree estar en el desierto, pero con el cambio de gobierno posee más poder para poner en práctica las tablas de la ley. Por eso, ahora, más que despotricar contra los kirchneristas, les advierte a los suyos que sólo les quedan tres caminos: aceptar seguir en el desierto hasta alcanzar la tierra prometida que ella desde siempre viene profetizando, arrepentirse y volver con el faraón, o traicionarla y entregarse a las brazos de un nuevo faraón.
En la presidencia de Macri, de la cual se siente, en parte, parte, Lilita eligió la tarea de ser su profeta y líder espiritual. La que anuncia el porvenir y la que denuncia a los que en nombre del gobierno introducen los antivalores del enemigo en su seno. Como Angelici, que es, según ella, tan corrupto como los seguidores de la anterior faraona. O como Lorenzetti, que quiere ser el nuevo faraón. O como Durán Barba, que le aconseja a Macri todo lo contrario a lo que indican las tablas de la ley, esas que sólo sabe leer Lilita.
En cambio, con otros ha establecido una relación de acuerdo político e incluso de afecto personal, cosa que en la pasional dama suelen fusionarse.
Uno es el vicejefe de gabinete, Mario Quintana, al cual, a pesar de tener relaciones, por su anterior actividad privada, con una cadena farmacéutica, considera capaz y honesto. Tanto que, debido a sus conocimientos, fue clave -según ella- para la negociación que el macrismo hizo con los laboratorios, siendo éste el primer gobierno que se atreve a ponerle límites a sus excesivas ganancias. Para Lilita, Quintana libra un combate a favor del interés público en contra del mismo sector al que perteneció y por eso se enoja con los que lo critican, como Lanata.
También mantiene un idilio con la gobernadora María Eugenia Vidal, a pesar de que le critica su apoyo a gente que desprecia, como su ministro de Seguridad, Cristian Ritondo, o el intendente Jorge Macri. Aun así, está chocha con Vidal por haberse metido con las universidades del conurbano, esas que como chorizos crearon los gobiernos de Menem y Kirchner. Para Vidal y Carrió estas casas de altos estudios fueron usadas por el kirchnerismo como desvío de dineros públicos para fines inconfesables, o delirantes, como financiar una telenovela de Andrea del Boca. Si a Vidal hoy los K la atacan por haber dicho que son pocos los pobres que entran a la universidad, lo hacen no por sus dichos, sino porque se ha metido con uno de los grandes bolsones de corrupción que anidan en las universidades del conurbano, pero no sólo en las del conurbano.
Así como Carrió mantiene odios con unos y amores con otros, con los radicales mendocinos siempre ha tenido una relación ambivalente, de amor y desamor con todos y cada uno de ellos, según las circunstancias.
El primero con el que se sintió políticamente atraída fue con el fallecido Víctor Fayad, al cual cubrió de elogios durante años, pero cuando éste comenzó a simpatizar con Cristina, no es que se haya enojado con él, sino que se fue alejando del mismo hasta de hecho olvidarlo como si nunca hubieran tenido relación alguna. Al estilo borgeano, con Fayad, la profeta Carrió no ejerció ni la venganza del Antiguo Testamento ni el perdón del Nuevo, sino simplemente el mundano olvido.
Con quien reemplazó a Fayad en sus afectos radica-mendocinos fue con Julio Cobos cuando éste devino el político del momento con su voto no positivo. Lo levantó como un héroe hasta que las malas lenguas comenzaron a hablar de que el vicepresidente quería ser presidente. Entonces Lilita lo acusó casi de traidor y le quitó toda simpatía política y personal. A partir de allí seguiría con Cobos una relación ciclotímica. Permitió que le presentara un libro en Mendoza, pero luego no le gustaría nada que no se implicara lo suficiente con el gobierno de Macri.
Apareció entonces un fugaz pero intenso idilio con Ernesto Sanz, con el cual cofundaron Cambiemos. Lo amó políticamente para sacarse de encima los recuerdos de su anterior amor, Pino Solanas, quien no lo siguió en su alianza con Macri. Pero luego se fue enojando con el sanrafaelino en la medida que supuso era aliado de su enemigo público número uno, el juez supremo Lorenzetti. A partir de allí no duda en hablar mal de Sanz cada vez que le preguntan por él (y viceversa, tampoco son palabras de amor las que Sanz dice de Lilita).
Con Alfredo Cornejo las pasiones nunca fueron tan desmedidas como con los tres anteriores porque lo conoce poco, pero le agradó que fuera electo presidente de la UCR nacional. En realidad ella prefería a Mario Negri, pero cuando vio que éste no reunía los consensos internos necesarios, prefirió a Cornejo como el mal menor ante el riesgo de que la UCR quedara en manos de otro de sus grandes odiados, el “Coti” Nosiglia, el legendario operador político que Carrió considera la expresión de la peor política radical durante toda la era democrática.
Pero también lo de Cornejo duró poco ya que acaba de saltar en furia contra él por haber designado a Ernesto Sanz como representante del radicalismo en la mesa política ampliada que propuso Macri. Mesa en la cual Carrió, a pesar de tener un integrante suyo, no cree que servirá para nada y tampoco ayudará a que sirva para algo.
Pero como la calesita de amor y desamor carriotista hacia los radica-mendocinos no se detiene nunca, por estos días vuelve a simpatizar con Julio Cobos, quien sigue sin caerle muy bien políticamente, pero del cual cree que al menos es honesto y en la suma y resta parece haberla desilusionado menos que sus otros tres amores cuyanos.
Si hay un radical modelo para ella, a quien hoy políticamente ama con fervor, es el cordobés Mario Negri, jefe de Cambiemos en Diputados, al cual brinda el mayor de los elogios al sostener que hasta la fecha Cambiemos, como alianza política estratégica, no ha podido conformarse en ningún espacio territorial: el gobierno nacional, Capital y Buenos Aires siguen siendo hegemonizados absolutamente por el Pro y las provincias radicales por los radicales. Nadie les da participación en serio a sus socios. Por ende, Cambiemos como tal no existe en ningún lado, excepto en la Cámara de Diputados, donde Carrió cree que Negri ha conformado una alianza en serio, donde tanto los del Pro como los de su Coalición Cívica, como todos los radicales y demás partidos aliados, participan de igual a igual en las decisiones políticas. Cambiemos, entonces, para Carrió sólo existe en los dominios legislativos de Negri. Por ende, he allí su radical preferido. Veremos hasta cuándo le dura el romance a tan versátil gran dama cuando de amores políticos se trata.
Acerca de Macri, ha jurado defenderlo hasta el último día del mandato, cree política y personalmente en él incluso más que la mayoría de los suyos.
Pero si por ella fuera, aunque no lo diría, Macri debería renunciar a su reelección para quedar definitivamente en la historia grande del país.
Carrió supone que el hecho de que un gobierno no peronista culmine su mandato por primera vez desde 1928, sería de por sí una hazaña que elevaría sustancialmente la calidad de la democracia argentina, le vaya como le vaya a su sucesor. Una hazaña que a Macri nadie le quitaría jamás.