En 2007 me fui a estudiar a la Universidad del Cine a Capital Federal. Una de las primeras impresiones de la vida de los porteños fue que Quino tenía razón: en su "Mafalda" están bien retratadas las características del capitalino. Ese ciudadano que vive aislado, que puede resultar algo frío, en contraposición al melancólico, representado casi siempre por el provinciano promedio.
Sin embargo antes de partir aquel verano, tenía previsto dejar grabadas unas canciones que tenía dando vueltas. Quería dejar preparadas estas melodías para sentirme liberado, por decirlo de alguna manera. La idea fue registrar lo que estaba tarareando, para darle un cierre, para que las canciones me dejaran en paz. Logré grabar un disco, que terminó siendo, sin proponérmelo al principio, el álbum debut de la banda Mi Amigo Invencible, formada por una pandilla de amigos músicos mendocinos y Juan Pablo Quatrini, un integrante de Junín pero de la Provincia de Buenos Aires, un compañero de la facu.
En el primer viaje de vuelta por nuestros pagos, mis amigos me expresaron su entusiasmo con aquellas canciones y que les habían gustado lo suficiente para replantearse la idea de seguir con este proyecto musical en Buenos Aires.
Así, de a poco, un verano por integrante, cada uno de los seis se fue mudando a Capital por distintos motivos.
Quien marcó un cambio de rumbo definitivo en la mudanza fue Arturo Martín, el baterista, en 2009. Él también se vino para estudiar y una vez que comenzamos a compartir esta rumba musiquera recordamos que ya desde que los dos teníamos 14 años de edad, habíamos soñado con la gran capital. Ese sueño se había olvidado, había quedado dormido y recién tomó fuerza de grandes. Sin querer, gracias a la música, se había hecho realidad.
Se fueron sucediendo los toques, tímidamente. El primero de MAI fue en formato solista: yo solo en una casa de Barracas, acompañado con el también cancionista Aldo Benítez.
Cada tantos meses, se sumaba un compañero nuevo. El primer show que recuerdo, una especie de debut, fue la noche del 8 de febrero de 2012. Festejábamos el cumpleaños del Indio Leiva, un amigo y la convocatoria de boca en boca consiguió reunir cien espectadores en uno de los salones de La Casa del Pueblo.
Ahí comprendimos que era una buena señal. Ese mismo día habían llegado Mariano Castro y Niccola Volosccin de Mendoza y abrimos el concierto con "Todas las hojas son del viento", como tributo al Flaco. Eso de las hojas de la letra de esta canción en particular, tienen algo del sentimiento del viaje. Una hoja que se desprende del árbol y nunca se sabe dónde puede terminar volando. Fue algo simbólico.
En setiembre del mismo año llegó finalmente el percusionista, Leonardo Gudiño, el último integrante que faltaba, aunque en esa oportunidad lo recibimos con la cancha bastante abierta.
Hasta ahora sentimos que no dependemos de una geografía en particular. Nos sentimos ciudadanos del mundo, a pesar de ser unos mendocinos que volaron y se instalaron en Capital Federal con una banda soñada en la adolescencia.