América Latina ante el incierto mundo del cambio de época - Por Raúl Bernal-Meza

América Latina ante el incierto mundo del cambio de época - Por Raúl Bernal-Meza
América Latina ante el incierto mundo del cambio de época - Por Raúl Bernal-Meza

El historiador británico Eric Hobsbawm, en su libro Historia del siglo XX, reflexionando sobre los períodos históricos del siglo pasado, señaló el concepto de "cambio de época", con el cual identificó la sucesión de acontecimientos que habían reconfigurado el mundo y sus relaciones internacionales.

Obama dio inicio a un cambio de época en las relaciones hemisféricas al restablecer las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. Este hecho hizo augurar un positivo marco de relaciones políticas, que se insertaba en una forma distinta del ejercicio del poder por parte de la superpotencia; con una praxis de poder social de mayor predominio del multilateralismo. Es cierto que el compromiso de Washington con el unilateralismo o el multilateralismo ha sido históricamente ambivalente; pero también debemos reconocer que Obama fue más proclive al multilateralismo que sus predecesores, incluyendo a Clinton.

Para América Latina, debilitada por la ausencia de visiones del mundo coincidentes y fragmentada por procesos inconclusos y fracasados de integración, el cambio de época era auspicioso. Hasta se llegó a pensar que los tres modelos de integración vigentes, tan distintos en las concepciones sobre el desarrollo y en sus objetivos -el Mercosur, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Alianza del Pacífico- podrían llegar a converger en ciertos aspectos claves que le permitirían a la región participar de un nuevo ciclo de multilateralismo fortalecida por las convergencias.

Pero luego vino aquello no previsible: el triunfo de Donald Trump. El nuevo presidente norteamericano no modificó el punto central del cambio de época heredado de Obama, porque no retrotrajo las relaciones con Cuba a las condiciones que habían caracterizado el pasado, pero trasladó el viejo conflicto con Cuba a la frontera sur de los Estados Unidos, es decir con México, y cerró el círculo de las relaciones con América Latina ausentándose de la Cumbre de las Américas.

Sin embargo, estos acontecimientos no eran fortuitos. Eran parte de la nueva forma de cómo Trump ejercería el poder mundial. Unilateralismo, xenofobia, proteccionismo comercial; un discurso anti-globalización; de menosprecio por la cultura civilizatoria de occidente y un simbólico anti-latinoamericanismo, expresado en la aceleración de la construcción del muro en la frontera con México (que dicho sea de paso había sido comenzado por Clinton), son algunos de los elementos que componen la particular visión que Trump tiene sobre cómo los Estados Unidos deben ejercer el poder.

Como ha señalado el académico mexicano Arturo Santa Cruz, la concepción de Trump impacta directamente en la manera en que Washington ejerce su hegemonía y la propensión a adoptar políticas unilaterales, como se ha visto frente al Acuerdo de Paris, la negociación del Tratado Trans Pacífico, las amenazas sobre el destino del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y las negociaciones comerciales entre Estados Unidos y la Unión Europea. El reciente portazo a la reunión del G-7, donde convergen los principales e históricos aliados de Estados Unidos desde los tiempos de la guerra fría, confirma que Trump está dispuesto a reestructurar todas las relaciones internacionales de Estados Unidos y la inserción política, ideológica, económica y comercial de la superpotencia.

Todo esto tendría tal vez menos impacto en América Latina si en nuestra región las cosas hubieran transitado por caminos positivos. El retroceso de los gobiernos populares, populistas o de izquierda (según quien los analice e interprete), crea un entorno favorable hacia un giro liberal de las políticas públicas, en un contexto en el cual ALBA está en franca declinación y el Mercosur en un estado de hibernación, mientras la Alianza del Pacífico, con su visión de libre comercio, pro capitalismo y regionalismo abierto acapara la dinámica de las iniciativas no sólo de integración regional, al promover la convergencia con el Mercosur, sino reflotando el acuerdo transpacífico que Trump había dado por fallecido e impidiendo así que China ocupara el lugar de liderazgo que abandonó Estados Unidos.

Los gobiernos latinoamericanos ahora en retroceso o desaparecidos desaprovecharon la oportunidad de más de una década de bonanza gracias a los buenos precios de los commodities -soja, cobre, hierro, petróleo- y no impulsaron una reestructuración de sus sistemas productivos, utilizando el ingreso de recursos para promover el desarrollo industrial, científico y tecnológico. Brasil, Argentina y Chile, por nombrar tal vez a los que más recursos obtuvieron, no llevaron adelante un plan estratégico que les permitiera reestructurar sus sistemas productivos y modificar el carácter primario de sus respectivas inserciones internacionales.

América Latina enfrenta este cambio de época en condiciones complejas. De esta forma, ante un panorama mundial extremadamente incierto, nuestra región se presenta más frágil, sin liderazgos y fragmentada políticamente, cuya expresión más dura es la virtual desaparición de la UNASUR y la irrelevancia de CELAC.

Trump no asistió a la Cumbre de Lima no sólo porque en la concepción de su tablero mundial América Latina no cuenta, sino porque percibió que nuestra región no habla con una sola voz: ni en las estrategias de desarrollo como tampoco en las políticas de inserción internacional.

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