La visita de Independiente Rivadavia a Caballito no fue una más para Felipe Canedo. Seguramente quedará guardada para siempre en su retina, se aferrará sin dudas a los más importantes de sus recuerdos.
Más allá de que pisó la cancha de Ferro varias veces como futbolista, el partido ante el Verdolaga significó mucho más que tres puntos en juego: fue su debut como entrenador de Independiente Rivadavia, algo que esperaba desde hace un tiempo largo, en una entidad que lo acunó como uno de sus hijos pródigos.
Convertido en ídolo como jugador y muy querido por los simpatizantes leprosos, al Pitu ahora le toca la enorme responsabilidad de conducir al equipo en la segunda división del fútbol argentino. Después de un recorrido como entrenador en Gutiérrez (inferiores y primera), la salida de Pablo Quinteros le abrió la puerta grande tras ser ayudante de campo del mismo Negro.
El bautismo no era un trámite sencillo para el adiestrador en la tarde dominguera, pensando en la realidad futbolística que pasa el elenco de Walter Perazzo, que llegó al partido en los puestos de arriba y siendo firme candidato a pelear por un ascenso del que quedó a las puertas en 2015.
El flamante adiestrador de Independiente arrancó el encuentro muy metido, parado delante del banco de suplentes y dando permanentes indicaciones.
Siempre parado, no se sentó nunca y se lamentó por los goles.
“Trabajamos poco tiempo y siempre hay cosas para corregir. La idea no era llevarse una derrota, más como se dio el partido. El equipo luchó todo el partido, dejó todo”, eran las primeras declaraciones del famoso Pitu, de ese mismo que le corre sangre Azul por las venas. “Hacía mucho que no me paraba frente a un plantel”, confesaba Canedo. Tiene un buzo que le sienta bien, y en un club que conoce como pocos.
