El ejercicio puede ayudar a conservar robusto al cerebro en personas que presentan un mayor riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer, según un nuevo estudio inspirador. Los hallazgos indican que hasta una cantidad moderada de actividad física puede ayudar a desacelerar el progreso de una de las enfermedades más temidas del envejecimiento.
Para el nuevo estudio, que se publicó en mayo en Frontiers in Aging Neuroscience, los investigadores de la Clínica Cleveland en Ohio reclutaron a casi 100 hombres y mujeres de mayor edad, entre 65 y 89 años, muchos de los cuales tenían antecedentes familiares de Alzheimer.
La enfermedad de Alzheimer se caracteriza por una pérdida gradual de la memoria y del funcionamiento cognitivo, que después es cada vez más rápido; y puede darle a cualquiera. Sin embargo, los científicos han descubierto en años recientes que las personas que presentan la variante específica alelo épsilon 4 del gen conocido como APOE, o gen e4 para abreviar, tienen un riesgo sustancialmente mayor de desarrollar la enfermedad.
Las pruebas genéticas entre los voluntarios para el nuevo estudio determinaron que cerca de la mitad del grupo portaba el gen e4, aunque, al inicio del mismo, ninguno mostró signos de pérdida de memoria más allá de lo que sería normal para su edad. Luego, los científicos emprendieron un examen más minucioso del cerebro de sus voluntarios.
Durante algún tiempo, los investigadores habían sospechado que la enfermedad de Alzheimer comienza a alterar la estructura y la función del cerebro años, o incluso décadas, antes de que aparezcan los primeros síntomas. En particular, se ha pensado que la enfermedad acelera silenciosamente la atrofia del hipocampo, una porción del cerebro crítica para el procesamiento de la memoria. El escaneo del cerebro de personas que padecen Alzheimer muestra que los hipocampos son considerablemente más reducidos que los de personas de la misma edad que no padecen la enfermedad.
No obstante, son menos los estudios sobre una posible reducción en el cerebro de personas cognitivamente normales con riesgo de padecer Alzheimer. Una razón es que, hace no mucho, pocas intervenciones, incluidos los fármacos, habían mostrado gran promesa en frenar o prevenir el progreso de la enfermedad, así es que los investigadores -y pacientes- han sido renuentes a identificar indicadores de su inicio potencial.
Sin embargo, algunos estudios empezaron a indicar que el ejercicio podría afectar al progreso de la enfermedad. Un estudio de escaneos del cerebro, por ejemplo, realizado por algunos de los mismos investigadores de la Clínica Cleveland en 2011, encontró que las personas entradas en años con el gen e4 que hacían ejercicio con regularidad presentaron significativamente más actividad cerebral en las pruebas cognitivas que las personas con el mismo gen que no hacían ejercicio, lo que indica que el cerebro de quienes hacían ejercicio estaba funcionando mejor.
Sin embargo, ese estudio examinó la función y no la estructura del cerebro. ¿Acaso el ejercicio podría afectar también la forma física del cerebro, en particular en personas con el gen e4?, se preguntaron los investigadores.
Para averiguarlo, preguntaron a los voluntarios en su nuevo experimento con qué frecuencia e intensidad hacían ejercicio. Resultó ser que cerca de la mitad no se movían gran cosa. Sin embargo, la otra mitad caminaban, trotaban o hacían ejercicio moderado unas cuantas veces por semana.
Al final, los científicos dividieron a sus voluntarios en cuatro grupos con base en su situación respecto del e4 y sus hábitos de ejercicio. Uno incluyó a las personas con el gen e4 que no hacían ejercicio; otro, a las que lo tenían y hacían ejercicio, e integraron a los otros dos grupos a los voluntarios sin el gen que hacían o no ejercicio con regularidad.
Los científicos escanearon el cerebro de sus voluntarios con énfasis particular en el hipocampo. Dieciocho meses después repitieron los escáneres. En ese breve intervalo, los integrantes del grupo con el gen e4 que no hacían ejercicio habían experimentado una atrofia significativa en el hipocampo. Se había achicado un tres por ciento, en promedio.
Los voluntarios portadores del e4 que hacían ejercicio con regularidad, no obstante, no mostraron casi ninguna reducción en el hipocampo. Asimismo, los dos grupos de voluntarios sin el gen e4 mostraron poco cambio en el hipocampo.
En efecto, los cerebros de los voluntarios físicamente activos con alto riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer se veían como los de las personas con mucho menor riesgo de tenerla, explicó Stephen M. Rao, un profesor en el Centro Schey de Imagenología Cognitiva en la Clínica Cleveland, quien supervisó el estudio. Parecía que el ejercicio había servido de protección.
Entretanto, el cerebro de las personas sedentarias con alto riesgo parecía estarse deslizando, estructuralmente, hacia la disfunción.
"Esto ocurrió en un marco temporal muy comprimido", notó Rao, quien describió las diferencias en la estructura cerebral como "bastante significativas".
Cómo es que el ejercicio estaba protegiendo al hipocampo sigue sin estar claro, notó, pero se sabe que el gen e4 altera el metabolismo de la grasa dentro del cerebro, agregó, como lo hace el ejercicio, que podría estar contrarrestando algunos de los efectos indeseables del gen e4.
Es necesario llevar a cabo más investigaciones para comprender mejor la interacción entre el ejercicio y el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer.
Y, si el ejercicio reduce ese riesgo en alguna forma, expresó Rao, “entonces, ¿por qué no pararse y moverse?”.
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