Qué habrá llevado a los nativos a querer salir de las islas en sus precarias barcas y llegar, entre otros distantes puntos del planeta, a Isla de Pascua, o al norte del continente americano arrastrando su cultura a cuestas hace cientos, cientos y cientos de años. La pregunta rondaba en mi cabeza mientras observaba con detenimiento cada tono de la imagen de la publicación que hablaba de la Polinesia.
Años más tarde recordé esa foto, esta vez en vivo y en directo, volvía preguntarme qué los llevó a querer salir del paraíso. Habrán sido ansias de conquista, esa peste que desde siempre acecha la humanidad, habrá habido algún cataclismo o los dioses los habrán desparramado por el mundo como para que el Edén esté menos hacinado.
El sonido del ukelele que arrastra el viento aísla los cuestionamientos, el collar de flores y las dentaduras blancas la recurrencia de aquella publicación, esta vez cara a cara.
La Polinesia francesa – a mitad de camino entre Tokio y Santiago de Chile, decía aquella vieja publicación- está compuesta de 118 islas allá en el lejano Pacífico Sur. La ínsula más grande es Tahití y su capital Papeete es la que recibe a los viajeros que luego deambularán por tantas costas, no sin antes ostentar sus adornos coloridos y el trago de frutos raros de bienvenida en las fotos que subirán en cuanto tengan WiFi a las redes para que todos los envidien.
Por debajo de los pies agua, pececitos que desfilan en el fondo iluminado que se observa por el piso de vidrio del bungalow. Antes de chusmear cada rincón de la habitación, las amenities –hay cremas y sales naturales exquisitas- la puerta hacia el balcón se lleva el mayor interés: hay una escalera hacia la laguna, y ahí con los pies en el agua, y un coco helado a modo de refresco, vuelvo a pensar en los que se fueron, quizá no resistieron tanta belleza.
En las islas los complejos hoteleros son bastante parecidos, lujos más lujos menos, un conjunto de cabañas erigidas sobre pilotes sobre el agua en medio de un turquesa inquietante de tan perfecto. Las pasarelas llevan del bungalow al Spa, de ahí al restaurante, al gimnasio o al puerto; el comedor en el que se sirve el desayuno también está sobre el entorno acuoso.
Los colores se amontonan sobre la superficie en frutos, en las vestimentas de las mujeres y en las camisas de los caballeros, pero el grupo que danza en la pasarela está sin ropa, apenas con hilos de fibra tapando sus partes pudendas, con flores, con tatuajes ellos y hechiceros instrumentos que emiten dulces melodías acompañando las sonrisas amables de esas mujeres de piel suave y oscura, como las que retrató Gauguin.
Estamos en Bora Bora que no escatima en sorpresas, situada unos 200 kilómetros al noroeste de Tahití, la lancha pasa a buscar a los huéspedes por el que parece improvisado muelle, pero nada está fuera de plan por acá. La idea es descubrir el arrecife coralino y su despilfarro de encantos que incluye un rato nadando con tiburones de la especie Citrón, parece un chiste la invitación, pero no lo es. Y ahí están los que se animan y los que prefieren tomarles las fotos, por las dudas.
Claro que los peces de mala fama no atacan a nadie, y más gente se lanza de la embarcación para dejar ese recuerdo de valentía plasmado en varios mega pixeles. Sin embargo la mayor atracción del paseo son las manta rayas, todo el que arriba al archipiélago quiere experimentar: esto de moverse con los enormes ejemplares, tocarlos, abrazarlos para la foto y no morir en el intento. Cada guía recrea la situación a diario.
Saben cómo agarrarlas, cómo inmovilizarlas y seguro, ellas, conocen bien que a cambio del alimento sin esfuerzo, pues bien vale el esfuerzo -valga la redundancia- de dejarse acariciar. El paseo acuático continúa por playas más desérticas en el pedazo de tierra más turístico de la Polinesia. Ahí se nada sin acompañantes peligrosos, ni testigos y luego pasa por Matira, la zona de playa pública, que no se parece a la Bristol; hay lugar para todos, no hay vendedores, el mar es hermoso.
Los enamorados reciben trato muy especial -además de parajes de ensueño, solitarios y repletos de detalles de cortesía- hay buenas ideas: una cena para dos en una balsa de alfombra de flores bajo la luz de las velas es una de las maneras de decir “te amo” y si viene acompañada tal declaración de una perla negra de ésas que cultivan por aquí y que son la mayor industria local junto con el turismo, el amor quedará sellado eternamente.
Claro que más allá de las mieles hay sol, adrenalina, confort y exotismo también con sus respectivas actividades exclusivas. Por ejemplo ascender al volcán que provocó la salida a superficie de la isla, traslada a la esencia de la cosmovisión polinesia; safaris fotográficos y turismo cultural por las ínsulas menos “contaminadas de occidente”en las que se recrean ceremonias ancestrales, hacer snorkel en la laguna o recorrer los arrecifes con escafandras, en agenda.
Por lo general la estadía se divide -según los dólares invertidos- en más de una isla, aunque no es condición sine qua non ya que el concepto polinesio bien se distribuye por todas ellas. Además las excursiones dan la posibilidad de pispiar en uno y otro islote o atolón. Cabe señalar que son 4.000 km2 la superficie que engloban los 4 archipiélagos, por tanto no es que se pueda ir de un sitio a otro así como así, más bien con cientos de euros que lo permitan en vuelos internos, lujosos yates y al interior del destino elegido por sendas terrestres o canoas.
Ser inquietos tiene recompensa; quizá encuentre, en los paseos, antojadizos acuarios naturales de extravagante riqueza paisajística, cascadas infinitas o lagunas esmeralda. Las propuestas turísticas ofrecen escapadas diarias que incluyen desayuno, almuerzo, tragos y danzas en medio de la nada, en reductos lejanos a modo de edenes exclusivos. Allí nuevamente snorkel en los arrecifes de coral, otra vez mantarrayas, barracudas y cientos de pececillos atolondrados en torno a alguna carnada que el guía lleva para la ocasión. Incluso hay agencias y hoteles que ofrecen a sus huéspedes un día sin más confort que una choza y una canasta de víveres, como para experimentar la sensación de haber desembarcado en una isla desierta. Claro que el transfer de regreso estará puntual a la hora indicada.
En el archipiélago de Tuamotu, tranquilo y alejado, las ofertas de buceo proliferan por su extraordinario manto submarino. Además, en los atolones se cultivan las perlas oscuras que dan fama a este rincón del Pacífico más lejano.
La mujer que sirve el mahi- mahi envuelto en hoja de palma y el atún rojo apenas sellado, tiene una flor detrás de su oreja izquierda, está abierta al amor, explican. El chico que lleva el tatuaje en el hombre habla de su elección sexual y entre tanto la danza del fuego ilumina la playa. Luego sensuales bailes y ukeleles, flores y la recurrencia de la vieja imagen del folleto.
Singularidad isleña
Tahití. Esté sólo un día o más, hay que dar un paseo por el Bulevar Pomaré que además de contar con tiendas para llevar recuerdos a casa tiene bellas terrazas para degustar un trago al atardecer o por la noche, cuando la alegría local se pone de manifiesto. Allí les roulottes –los camiones gastronómicos- ofrecen cocina local a muy buen precio. Por la zona céntrica y más antigua la Catedral de Notre-Dame (1875) y el Templo de Pao Fai (1873) como el municipio, inspirado en el palacio de la reina Pomaré IV merecen una visita.
Por otro lado el Museo de la Perla -cuenta sobre la industria y la ostra que produce el codiciado elemento; y el Museo de Gauguin, construido en honor del pintor, aunque no cuenta con exposiciones de sus pinturas originales, ésas están en París y en tantos otros sitios del mundo. Pero hay esculturas, grabados y acuarelas realmente geniales.
Raiatea dicen que es en ella donde nació la civilización polinesia. Allí, las ruinas del templo Taputapuatea, hablan de sus ceremonias y de una cultura atrapante. Los tours ofrecen además paseos en kayak por el río entre vegetación exuberante, cascadas, aguas mansas y finalmente el volcán.
Moorea cuenta con parajes de belleza inusitada. Es posible recorrerla desde el camino costero que recorre unos 60 km y hacer las paradas y desvíos necesarios. Entre ellos en la bahía Cook y Oponohu.
Qué hacer. Asistir a un show de fuego y a un espectáculo de danza local. Nadar con mantarrayas y tiburones; realizar canotaje en las lagunas internas y kayak por los ríos.
Hay que probar Hinano -cerveza local- Atún rojo apenas sellado, mahi- mahi, pez espada, langostas y todas las frutas.
Información
Cómo llegar: LAN www.lan.com
Para vuelos internos. www.airtahiti.aero
Capital: Papeete
Idioma: Francés y tahitiano
Moneda: Franco Polinésico (CPF).
Documentación: No se necesita Visa. Se requiere pasaporte con una validez mínima de 3 meses desde la fecha de ingreso.
Paquetes 9 días desde $ 57.000, incluye aéreos, traslados entre islas, alojamiento con desayuno y media pensión.
Para llevar a casa. En el Mercado de Papeete todo lo polinesio en puestos coloridos y aromáticos, también hacen tatoo. Aceite corporal de tiare –la flor nacional blanca con 6 pétalos que suelen lucir las mujeres en el cabello; perlas negras, la mayor industria luego del turismo; vainilla en polvo. Acá se cultiva y la de Tahaa es de las mejores del planeta.