Marcos, Miguel, Víctor, Pablo y Ezequiel son hermanos. El mayor tiene 42 años y el más chico, 28. No tienen superpoderes ni usan máscaras, tampoco cuentan con la posibilidad de lanzar telarañas desde sus manos. Pero sí tienen sus 'trajes', pasan los días colgados entre sogas y han visto a todo el Gran Mendoza (y otras ciudades) desde la impotencia de las alturas.
Los hermano Caminos son como "Spidermanes" mendocinos y trabajan desde hace 15 años de 'silleteros', como se conoce en la jerga al que limpia los vidrios de un edificio. Cuando tienen la posibilidad, también los pintan. Cuentan en su haber con trabajos en las construcciones de mayor altura de la provincia, pero también han trabajado desde lo alto en Buenos Aires, San Juan, Viña del Mar y Santiago de Chile.
En la provincia no son más de 15 los "aventureros" que se dedican a este oficio de riesgo, y en todo momento centran su atención en lo más importante: las medidas de seguridad. Los cinco hermanos ofrecen sus servicios a distintas empresas y también trabajar por su cuenta. Así, en algunas ocasiones han conseguido limpiar juntos un mismo edificio. Y cuando esto sucede, queda literalmente perfecta la expresión de "los Caminos se cruzaron", como dice el mayor de ellos con una sonrisa.
Los silleteros tienen trabajo todos los días, salvo cuando llueve o corre viento Zonda. "Antes laburábamos más tiempo juntos, pero como está la situación hoy; son menos las veces que estamos todos", resume Víctor, el primero en entrar al oficio y quien fue de a poco metiendo a sus hermanos.
El hombre creó su propio emprendimiento -Equilibrio Soluciones-, en el que suele trabajar con alguno de sus hermanos y de a poco fueron sumando otros servicios, todos de altura; como el recambio de luminarias o las telas "anti palomas".
"Hacer este trabajo implica estar atentos a la seguridad, siempre. Cada vez que llegamos al edificio revisamos las sogas y siempre se trabaja con dos cuerdas: una para bajar y la otra de seguridad, porque si falla una quedás enganchado en el arnés con la otra" resume Víctor, quien admite que las primeras veces sintió vértigo, pero que con el tiempo se disipó: "Igual, la adrenalina siempre es impresionante".
Cuenta además que cuando se trabaja de a dos siempre hay que cuidar las sogas del otro: "Estamos atentos a que no haya roces que lastimen la soga porque eso es muy peligroso", acota Pablo, que arrancó hace 10 años. "Es un trabajo que te tiene que gustar mucho, no hay otra forma de hacerlo", agrega Ezequiel.
Rápidos reflejos
Además del equipamiento de seguridad y de la obligación de revisarlo antes de cada limpieza, estos trabajadores cuentan con un seguro especial.
Existen distintas pólizas, dependiendo de las alturas, y la más común contempla hasta 45 metros y tiene un costo de unos $ 1.000 por mes.
En Mendoza y según el edificio del que se trate, la limpieza de los ventanales se hace cada 2 o 6 meses a un costo promedio que ronda los $ 10.000, una tarifa que incluye en promedio dos jornadas de trabajo.
Después de tantos años, los hermanos Caminos han vivido o visto de cerca más de un accidente; por fortuna, todos leves. "Trabajaba en un hotel de Mendoza y las sogas de las que colgaba no iban desde la terraza al piso, como tiene que ser. Entonces mientras bajaba me quedé sin soga y caí sentado, con silleta y todo. Por suerte me dieron el alta ese mismo día", recuerda Pablo uno de esos momentos.
A Marcos le tocó mientras limpiaban los vidrios del Parque Cívico de San Juan. "No le tenía confianza a mi cuerda y había decidido cambiarla cuando completara la bajada. En eso siento dos ruidos y veo que se estaba deshilachando. Afortunadamente pude ponerme a salvo a tiempo", recuerda a su turno.
"Nunca me ha pasado nada, pero tengo compañeros que se han descolgado al lado mío y en menos de un segundo están abajo", dice Víctor.
Mil anécdotas
Los hermanos han hecho limpieza del Mendoza Plaza Shopping, del Arena Maipú, de los edificios y hoteles céntricos más importantes y hasta de las cabinas del Estadio Malvinas Argentinas..
"Estuve en Buenos Aires y aprendí mucho. Allá, en Puerto Madero está el edificio más alto en el que he trabajado y tiene 56 pisos", recuerda Víctor, que alguna vez inició a sus hermanos. "Para sacarnos el miedo, Víctor nos balanceaba colgados de un piso 10. La primera vez te agarra miedo pero vas tomando confianza. Al final querés trabajar más y más", confiesa Pablo, feliz de que el trabajo les haya permitido a los hermanos compartir muchos momentos.
Cada jornada de trabajo incluye una pequeña competencia que asumen tácitamente y que castiga al último en bajar con "pagar la Coca". Víctor, en su rol del más experimentado se encarga de preparar a sus hermanos pero a veces, luego se va a su casa sin decirles nada. "¡Una vez nos enteramos cuando bajamos que nunca había subido!", dicen entre carcajadas los hermanos.
Situaciones atípicas y embarazosas con que se han topado del otro lado del cristal cuentan a montones. "Hemos encontrado parejas teniendo relaciones, o tipos que se ponen en bolas y hacen bailecitos delante de la ventana. Nos pasa ver a gente que se despierta asustada cuando nota que estamos", enumera Víctor y cierra. "Algunos hasta se sacan selfies con nosotros",