La diputada Patricia Bullrich dice que según la denuncia del fiscal Alberto Nisman, el gobierno de Cristina cometió el delito de alta traición a la patria. Esta es la magnitud de la gravedad institucional extrema que estamos transitando.
La Constitución Nacional define a los “infames traidores a la patria”, pero es el Código Penal en su artículo 214 el que fija penas hasta de reclusión e inhabilitación perpetua a los que colaboren con los enemigos de la Argentina.
Y esa es la interpretación que hace la diputada del Pro. Que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el canciller Héctor Marcos Timerman ayudaron a los criminales de lesa humanidad que volaron la AMIA en el ataque terrorista más importante contra el pueblo argentino de la historia del país. Según Nisman, ambos son los autores intelectuales y materiales de un plan criminal para encubrir y fabricar la impunidad de los iraníes acusados por ese asesinato masivo de 85 personas.
No hay antecedentes de que un presidente sea acusado de semejante delito. Por eso el país está sacudido por un terremoto legal y político. Porque la Justicia será la encargada de evaluar las pruebas y los testimonios y decir si Cristina es culpable o no. Para eso falta mucho.
Pero desde el punto de vista político las evidencias son escandalosas y demoledoras. Demuestran que Cristina y Timerman con Luis D’Elía, Fernando Esteche y el Cuervo Larroque traicionaron a las víctimas y a los familiares, y en una borocoteada histórica se pusieron del lado de los victimarios.
El volantazo de 180 grados de Cristina incluye una concepción ideológica jurásica reflotada en los últimos tiempos que dice que los motores mundiales de la revolución socialista en el mundo son los ultra yihadistas, como en su momento, fue el pensamiento marxista. Eso explica con toda claridad que Cristina eligió como amigos íntimos y cómplices a la Venezuela chavista como puente hacia Irán y como aliados con relaciones carnales a Rusia y China.
Y eso articula su postura presuntamente antiimperialista en contra de los Estados Unidos, los países centrales de Europa e Israel a quienes ve como los gendarmes del mundo, algo que en los ’70 ya era viejo. Por eso Cristina expuso en las Naciones Unidas, en el corazón de Nueva York, a favor de los derechos humanos de Bin Laden. Por eso está convencida de que los degolladores de niños del Estado Islámico son un invento de Clarín y de Hollywood. Sostiene Cristina que si hay una amenaza de muerte contra ella, no hay que mirar a Oriente, hay que mirar al Norte.
Esa es la línea que hoy bajó el Coqui Capitanich convertido en una suerte de loro robotizado e hiperkinético. El jefe de Gabinete habló encima por orden de Cristina y dijo que la minuciosa denuncia de Nisman es una confabulación golpista activa de las corporaciones mediáticas, jurídicas, económicas más retazos de los servicios de inteligencia criollos en conjunto con la CIA y el Mossad. Insólito. Increíble mirada conspirativa que, encima, comete la torpeza infantil de decir que uno de los objetivos es ocultar la explosión de consumo y turismo que hay en este verano.
Parecen chistes pero es tragicómico, porque es lo que piensan. En realidad es lo que Cristina piensa de la nueva división del planeta. Por eso no abrió la boca ni con un tuit por el brutal atentado a la libertad de expresión en París ni por los crímenes en el supermercado kosher. Silencio cómplice. Mirar para otro lado. Cristina todavía no se atreve a decir lo que refleja su pensamiento más profundo, como Hebe Bonafini, Luis D’Elía y Fernando Esteche.
Hablan de terrorismo sionista igual que Javier Vicente, el relator del Fútbol que pagamos Todos que escribió este tuit: “Qué otra cosa se puede esperar del sionismo que sumarse al golpe que pretende dar un sector reaccionario de la justicia. No pasarán”. ¿Que me cuenta del relator del relato que está a punto de sacarle ese título a Víctor Hugo Morales? Vicente, quedó en offside, como una suerte de Pedro Brieguer que pateó un penal a las tribunas.
Los voceros de Cristina acusan al fiscal Alberto Nisman de lo peor. De que actúa en nombre de esa confabulación intergaláctica de la que habló Capitanich. Pero en realidad hay cuestiones que no pueden explicar.
Nisman no es un antikirchnerista. Es un profesional que fue designado por Néstor Kirchner en el 2004. Por algo lo primero que dice en cada reportaje es que “Néstor fue el presidente que más hizo para esclarecer el atentado”. Él le atribuye toda la responsabilidad del viraje a su viuda. Es un tema para debatir más adelante. Pero yo creo que Néstor y Cristina eran la misma cosa, pero que Néstor era más astuto tácticamente para saber en qué momento hacer cada cosa.
Es cierto que fue Néstor el que expulsó del gobierno a D’Elía por entrevistarse con los iraníes. Pero también es verdad que lo hizo por un mero problema de conveniencia y pragmatismo. Y Cristina lo reivindicó al sentarlo siempre en la primera o segunda fila de aplaudidores de la Rosada. Esto es lo más triste y preocupante del informe Nisman.
Las responsabilidades legales llegarán o no más adelante, cuando Cristina vuelva al llano y a recorrer tribunales. Pero la culpabilidad política está más clara que nunca. Ella cree que los mejores amigos de una Argentina más inclusiva e igualitaria son Hebe, D’Elía, Esteche, Larroque, Nicolás Maduro, el prófugo Moshen Rabbabi y Vladimir Putin, y por eso nos está llevando a un precipicio. Pregunta final: ¿a esta altura habrá algún diputado o senador kirchnerista dispuesto a pedir perdón por haber votado ese pacto tenebroso con Irán? ¿Será llamada Cristina a declaración indagatoria?
La dignidad de la condición humana y los valores éticos y republicanos nos obligan a estar siempre del lado de las víctimas y jamás del lado de los victimarios. Se lo dije ayer y hoy lo repito absolutamente convencido. Cristina deberá rendir cuentas. Primero ante la Justicia. Y después ante la historia.