Los 90 fueron inigualables. Se estrenaba en aquellos años la variedad del mundo, desde el boom iraní, hasta extravagancias de la Europa oriental, el continente negro, Corea y un largo etcétera; tanto de lo que provenía del circuito independiente, como de los festivales internacionales.
Ahora, en comparación, vivimos en las antípodas de esa década: Hollywood se impone con su bullyng monopólico, asfixiando las oportunidades de circulación de cualquier película que presuma levemente de su 'rareza', -tanto en forma como en contenido-.
Desde esta vara, la cinematografía de los complejos -multinacionales estadounidenses- se regula hace años en términos estrictamente financieros. Lo vimos venir y nada lo pudo impedir, ni siquiera la ficticia cuota de pantalla diseñada para "cuidar" a la industria nacional.
En esta plataforma que amalgama producción, distribución y proyección del mismo origen, sólo importa vender cada vez más butacas y aprovechar al máximo el tránsito de films que, a priori, aseguren ganancia. Entonces, el de ahora es un cine unidireccional y limitado.
Esto no es nada nuevo. Ha sido la estrategia progresiva de consumo durante toda la década pasada, sobredimensionada en los últimos dos años con el 3D y los proyectores digitales. De allí que, de un tiempo a esta parte, la política de las distribuidoras instaladas en nuestro país vaya también de mal en peor: en la misma avariciosa orientación hollywoodense, condenando a la extinción a un puñado de empresas mínimas que resisten, con más corazón cinéfilo que soporte económico.
Más que nunca se va notando esta desertificación artística. Sólo alguna que otra cinta festivalera, más asociada a algún tema controversial o cierta originalidad, que a su resultado en sí; o películas argentinas infladas por actores populares de la tv, consiguen compartir el privilegio de la cartelera de los shoppings. A veces hay excepciones, pero parece más casualidad, que suma de palmas, osos, cóndores y globos de oro.
Para ver el "cine alternativo" hay que acercarse a diferentes franquicias institucionales -o sumergirse en internet-. El Cine Universidad, por ejemplo, estrena obras maestras, crea ciclos particulares y repone lo efímero. Es un ejemplo de estoicismo histórico en cuestión de programación local. Esperamos que en 2013 se concrete su traslado al nuevo complejo universitario del Parque Central y mejore sustanciosamente su infraestructura tecnológica.
Sin duda, el CU es el último bastión que sobrevive del romántico concepto de 'Cineclub', un reflejo que también comparte, aunque con circulación de clásicos, el Cine Óptico. De allí, a las pantallas de los festivales como el Bafici Mendoza, el MenDoc y el Mirada Oeste que todavía no consiguen satisfacer del todo al cinéfilo exigente (Mendoza los tiene) pero que, en horabuena, vienen sumando variedad y espectadores, aunque con resultados irregulares (la edición 2012 del Mirada Oeste fue la peor desde sus comienzos).
Lo primero que ha llamado la atención este 2012 es la impresionante cantidad de producciones visitantes que han transitado nuestros espacios.
El hecho es preocupante porque se trata de un concepto meramente financiero: buscar artistas 'rentables' que garanticen la ganancia de productores/mediadores; aprovechando sus giras internacionales para hacer de Mendoza otra plaza de negocio.
Pero, pese a la mirada mercantilista del fenómeno, tuvimos la posibilidad inédita de encontrarnos con bandas como Emir Kusturica & The No Smocking Orchestra, Diego El Cigala, Jon Anderson y Morrisey (¡ni hablar!). O, también, de disfrutar del extraordinario show que hizo Pedro Aznar para presentar su disco "Ahora", Charly García, Fito Páez; entre más.
Otro de los apuntes curiosos de esta 'fiebre' de fichajes de producción es la inserción que está teniendo la escena uruguaya en nuestra provincia: Hugo Fatorusso, Agarrate Catalina, Martín Buscaglia, Ana Prada o NTVG. Lo que se debería analizar, con miras a 2013, es la profesionalización de la producción local, a fin de poder colarse en esos circuitos con más holgura.
La música también nos deparó este año un panorama exquisito en materia de combinaciones. Fue a través de los ciclos que pudimos disfrutarla. Ciclosismo fue el ejemplo de esta voluntad curadora que anida en estos cruces artísticos y que entregó sus mejores opus.
El Americanto es también un hito a destacar: hubo una apertura hacia otros públicos y propuestas más riesgosas, también ligadas a lo popular. Primero fue en un escenario alternativo (Sonido Guay Neñe, Elmayonesa, y más). Pero en su última edición, ese 'lado B' se ganó el lugar del escenario principal (Orquesta Sam Bomba, Miss Bolivia; entre otros).
Éste fue el gran año del indie: la mayoría de los cancionistas lanzó sus discos y muchas de las bandas que transitan este territorio cruzaron o se establecieron en otros puertos. Mariana Päraway, Lavanda Fulton y Juampi Dicésare, entre otros, dejaron su sello marcado a fuego en la escena local.
El teatro estuvo claramente signado por la sangre joven ("Contra-inteligencia" viene al caso), las poéticas de riesgo y la resistencia de los espacios alternativos (entre ellos "Cortodramas" merece largamente el aplauso por concepto, calidad y originalidad). Nos dejó boquiabiertos el profesionalismo y la precisión de "Quietud. Fase Uno" y "Alicia en el reino del revés".
Celebramos los buenos textos y el pulso directriz de artistas que siguen sólidos, como en el caso de "Budín inglés" y "Muselina". Seguimos a los festivales, ya instaladísimos. La danza (exquisita "En tiempo de fados") y la ópera tuvieron su espacio, pero merecen más.