Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para Los Andes
Éramos jóvenes, inexpertos, más ingenuos que inocentes. Teníamos el pelo largo, las ambiciones desmedidas y una decidida vocación por ignorar el principio de realidad en nombre de lo que se pusiera a mano. Corría el año 1972 y lo peor estaba por venir, pero cantábamos: Algo se está gestando, lo siento al respirar, es como una voz nueva que en mí comienza a hablar.
Sin personalidades, sin armas ni color; es como un sentimiento, es como un nuevo sol. Con su selva y su pampa, y su cordillera, un nuevo continente pronto va a despertar. ¡Sudamérica!, ¡Sudamérica!
Los años han pasado, terribles, malvados; y lo que un día el grupo de rock Arco Iris inscribió en su pretenciosa cantata “Sudamérica, o el regreso de la aurora” adquiere hoy nuevos sentidos. Se resignifica, como les gusta decir a los muchachos. Tarde, tuvo razón Santaolalla. Algo se está gestando en Sudamérica. Las derrotas electorales del kirchnerismo y el chavismo no dejan lugar a dudas.
Acunados en la ilusión de las soberanías nacionales absolutas, arrullados por la idea de la independencia nacional completa, los nac&pop que creen que el impacto de lo sucedido en Argentina y Venezuela sobre el resto del continente será pequeño no han comprendido el mundo en que viven ni la historia sudamericana.
Los mismos años Setenta en que cantábamos la operita de Arco Iris constituyen una demostración irrefutable: nada de los terribles Setenta argentinos puede entenderse sin considerar el marco de un proceso global, la Guerra Fría; y de acontecimientos regionales como la Revolución Cubana y el golpe de Pinochet en Chile.
Con modalidades nacionales, claro, la realidad sudamericana fue siempre regional; desde que San Martín y Bolívar le dieron principio. Repasemos lo sucedido en el continente durante este último medio siglo. En los sangrientos Setenta, Sudamérica cayó en el delirio revolucionario foquista, primero; fracasó en todos los procesos nacionales de él derivados, después; se desbarrancó unánimemente en infames dictaduras que se encargaron de exterminarlo, a continuación; y recuperó la democracia -otra vez- casi unánimemente, ya entrados los Ochenta.
Todo eso, para sumergirse luego, también conjuntamente, en los neoliberalismos que siguieron a la caída del Muro de Berlín, durante los Noventa; y virar hacia su contraparte nacionalista-populista en la última década y media. Quienes en pleno siglo XXI aún piensan su país en términos de soberanía y autarquía y creen que la globalización es un espejismo no son capaces de entender ni a Sudamérica ni al mundo.
Y bien, algo nuevo parece estar asomando nuevamente en el horizonte sudamericano, no sólo en Buenos Aires y Caracas sino en todo el horizonte sudamericano. Y eso que surge está arraigado en las insuficiencias y limitaciones que -en sus diferentes variantes y con muy distintas gravedades- el populismo latinoamericanista evidenció en estos años; en su incapacidad para aprovechar la enorme oportunidad de que la región gozó durante esta última década de commodities por las nubes, dólar por el piso y una marea de divisas disponibles gracias a la crisis del Primer Mundo y la baja de las tasas internacionales.
Es cierto; en países más afortunados que Venezuela y la Argentina millones de pobres se hicieron de clase media y los índices sanitarios y educativos dieron significativos pasos adelante. Pero también es cierto que todos fueron logros con pies de barro, insuficientemente asentados en una mejora de la calidad institucional y el desarrollo de un perfil productivo avanzado, y que el empeoramiento de las condiciones internacionales de que gozó la región lo han puesto en evidencia.
Si ayer el populismo sudamericano surgió del fracaso de las democracias republicanas sudamericanas, el actual surgimiento de una ola republicanista y liberal, en el sentido tradicional del término, nace del fracaso de los populismos sudamericanos.
Algo se está gestando en Sudamérica, pero... ¿de qué se trata? Una lectura superficial señalaría que el tradicional péndulo que en todo el mundo oscila de derecha a izquierda y de izquierda a derecha se ha puesto otra vez en movimiento. De los derechos a las provisiones y de las provisiones a los derechos, como diría el viejo Dahrendorf. De gobiernos orientados a lo social a gobiernos atentos a la macroeconomía. Pero, ¿es así? ¿Es cierto? ¿Pueden interpretarse los cambios en la región en el tradicional eje Derecha-Izquierda?
Acaso en Chile, donde existe una fuerte tradición republicana y las instituciones merecen ese nombre, la transición Bachelet-Piñera / Piñera-Bachelet pueda leerse en esa clave. Pero de ninguna manera es ese el caso de Venezuela y Argentina, donde la división de poderes, la prensa libre y la Justicia independiente consisten en unos pocos restos salvados del naufragio por las movilizaciones populares opositoras y algunos pocos dirigentes.
Para decirlo en términos históricos, el pasaje de Cristina Kirchner a Macri, del kirchnerismo a Cambiemos y del chavismo a lo que venga, es pre-democrático. Se asemejan más a la caída de los antiguos regímenes anteriores a las revoluciones democráticas burguesas que a lo sucedido en la República después de ellas, comenzando por la aparición de la distinción entre Derecha e Izquierda en su parlamento.
¿Abstracciones? No se puede considerar la transición entre Cristina-Maduro y la oposición republicana de Argentina y Venezuela en el eje Derecha-Izquierda porque ni el kirchnerismo ni el chavismo son de Izquierda aunque los hayan apoyado millones de confundidos que así lo creen. Lo desmienten millones de argentinos y venezolanos tanto o más pobres que siempre en dos países que vieron los precios del petróleo y de la soja multiplicarse por diez y por cuatro, respectivamente.
Y lo desmiente también la decadencia de los bienes y servicios públicos, desmantelados para facilitar una fiesta consumista que los más pobres vieron pasar de largo, que se esfumó dejando el habitual tendal de pagarés impagos y que en ambos países termina con un desbarajuste de inflación, recesión y desabastecimiento que afecta, en primer lugar, a los más vulnerables socialmente.
Tampoco el uso descarado de la propiedad estatal como bien privado y la creencia manifiesta de que el poder político se adquiere de una vez y para siempre son Izquierda, sino Antiguo Régimen. El populismo caudillista latinoamericano es eso: no una expresión original de la región o de la Izquierda (el socialismo del siglo XXI) sino la reencarnación de las monarquías absolutistas europeas anteriores al siglo XIX en la Modernidad a medias sudamericana.
No por nada, su par complementario ha sido el nacionalismo, esa soberanía nacional entendida como poder del soberano sobre el territorio y el pueblo y contraria a toda expresión genuina de la soberanía popular, a la República, al federalismo y a la división de poderes.
Algo se está gestando en Sudamérica, lo siento al respirar. Sin personalidades, sin armas ni color; es como un sentimiento, es como un nuevo sol. Ojalá que la aurora de la República haya por fin llegado a esa Sudamérica que los dictadores militares y los caudillos populistas han reducido a ser el continente más desigual y violento del planeta. Ojalá que el sol de la única democracia verdadera, la republicana, alumbre a nuestras sociedades y nuestros gobernantes.
Ojalá que la unidad regional deje de ser concebida como un muro ideológico que nos aísla del mundo para pasar a ser vista como una plataforma que puede unirnos a él más ventajosa y rápidamente. Ojalá que Sudamérica, el continente con el cociente de recursos naturales per cápita más alto del mundo, se transforme en una región de libertad e igualdad de oportunidades donde la pobreza, cada vez más excepcional, no implique tampoco la indignidad social ni el sometimiento político. Ojalá que el sectarismo y la mitomanía dejen paso a la sensibilidad social y la razón política. Ya encontraremos la manera de establecer quién es de Derecha y quién de Izquierda cuando todo eso haya sucedido.