Escaparates con miniaturas, postales, imanes, remeras, delantales de cocina, cortinas de baño, tazas, platos, chocolates, posa vasos, vasos, ceniceros, cajas, repasadores, calzoncillos. No, no es un bazar chino aunque la amplia variedad de productos lo indique. Es una tienda de souvenires ¿Dónde? Podría ser en cualquier ciudad del mundo o en todas. En nuestros días, esta escena se reproduce una y otra vez. No importa si es pequeño el pueblo o grande la urbe que se recorra, todos tienen su negocio destinado a los recuerdos del turista.
¿Por qué? Quizá porque al viajero le gusta llevar algo del lugar que visita al sitio en que vive. En un indefenso e infantil ritual imperialista, como una forma de mostrar cuán lejos se llegó, como una manera de recordar, como un trofeo a mostrar, como una cariñosa ofrenda o regalo: comprar un souvenir y poder decir orgulloso: “Yo estuve aquí”. Frente a estos nómadas está, también, su contrapartida sedentaria que le pide al trotamundos un obsequio que inmortalice el viaje que otro realizó.
Quizá por algunas de estas razones, en más de un hogar descansarán miniaturas de los principales atractivos del mundo, en una heladera un imán que mencione un destino, o habrá una cortina de baño con las líneas de metro de alguna ciudad, una taza que conmemore un monumento o una remera que indique una capital con la leyenda de “I ?” ¿Qué turista no tiene alguno de ellos? ¿A quién no le regalaron o regaló?
Sin duda esta industria del recuerdo no escapa a espacios comunes, kitsch o excentricidades cuando se trata de acaparar el bolsillo del turista. Y así, lo gracioso, lo original, lo grotesco, lo útil o lo inútil tiene cabida en cada uno de estos negocios.
Un souvenir para cada viajero
Hay quienes cuando viajan, siempre llevan lo mismo de cada sitio y, así poder coleccionar y comparar los recuerdos. Los hay también que se inclinan por lo típico de la zona y así adquieren alfajores en Córdoba y Mamushkas en Rusia. Porque cada lugar tiene su souvenir por antonomasia: chocolates en Bélgica, ron en Cuba o abanicos en España, por nombrar sólo algunos en una lista que podría ser tan interminable como interesante.
Sin embargo, también están los denominadores comunes: llaveros, imanes o ceniceros cuya inscripción varía según el destino y, de no leerlos, no podríamos adivinar su procedencia.
El viajero gastronómico intentará trasladar el sabor original de una travesía a la cotidianidad de su cocina. Y así, no faltará quien haya ambicionado emular en su casa los sabores de origen: un té marroquí o hindú, un café colombiano o turco, un pisco peruano, una mariscada chilena y así, el inventario culinario podría continuar. Al momento de comprar, estos amantes de lo gourmet descartan cajitas y chucherías en pos de especias, sofisticados tés o ingredientes exóticos que puedan revivir, a través del paladar, una travesía.
Los hay también “cosistas” como se autodenominó el poeta chileno, Pablo Neruda, que coleccionaba objetos de sus trayectos por el mundo. Ellos escapan a esta industria y llevan aquello que no se puede comprar en las típicas tiendas reservadas para este fin. Por ejemplo, una piedra cuando se va a la montaña, un caracol o arena de cada playa, tickets de tren, avión u ómnibus, entradas de museos o una moneda de cada país, pueden ser verdaderos tesoros para estos transeúntes del camino.
Otros se dejan inspirar por el destino en particular y así, a su regreso, una caja de plata mexicana puede descansar junto a una torre Eiffel en una estantería que improvisa un atlas de experiencias.
Hay viajeros culturales que compilan discos, libros o diarios de cada país que pisan. Hay fetichistas de sombreros, los reconocemos en aeropuertos y estaciones con sus gorras de “Che Guevara”, sus gorros de lana peruana, sus sombreros de paja de Vietnam. Otros van en búsqueda de algo original intentando escapar a esa producción serializada que es tan común encontrar.
La lista es tan variada como personal. En cada destino, en cada ciudad hay un souvenir para cada tipo de viajero. Sin embargo, no hay dudas de que lo más valioso es la historia, la anécdota, la experiencia que cada objeto –silenciosamente- guarda detrás.