Algo más que unas elecciones de medio término

El voto popular que los argentinos emitieron el domingo pasado dejó mensajes muy contundentes de cara al fortalecimiento de la democracia.

Algo más que unas elecciones de medio término
Algo más que unas elecciones de medio término

Los comicios nacionales del domingo próximo pasado constituyen, formalmente hablando, los habituales cambios por mitades de las autoridades legislativas que en una democracia fortalecida son materia común en la vida política, pero en la Argentina significan algo mucho más profundo, tanto por el clima en que se han desarrollado como por la historia de nuestro país.

En efecto, la última vez que un gobierno nacional de signo no peronista realizó estas elecciones de medio término, al resultar derrotado el oficialismo, el acto comicial se convirtió sin más en el prólogo de una muerte anunciada: las elecciones fueron en octubre de 2001 y apenas un par de meses después, el gobierno de Fernando De la Rúa caía estrepitosamente y la Argentina entraba en un período feroz de anarquía como quizá no ocurría desde 1820.

No casualmente, el remplazo gubernamental era asumido nuevamente por el peronismo que desde ese entonces se haría la leyenda de ser el partido del orden, el único capacitado para gobernar un país de las características del argentino.

Del mismo modo, por estos días todos hemos recordado que la última vez que un partido de signo diferente al justicialista proveyó un traspaso presidencial de mando normal fue nada menos que en 1928 cuando el radical Marcelo T. de Alvear entregó la banda de mando a otro radical, Hipólito Yrigoyen.

A partir de ese entonces ningún gobierno electo por las urnas que no fuera justicialista concluiría normalmente su mandato, siendo éste interrumpido por las más diversas razones, pero todas producto de la anomalía institucional que nos viene azotando desde hace casi un siglo.

Por otro lado, y no se trata de un detalle menor, los aprendices de brujo no desaparecieron aún de la Argentina. Por eso no fueron pocas las voces opositoras que desde que asumió el gobierno no peronista presidido por Mauricio Macri, viene profetizando, y a veces incluso inconfesadamente deseando, que le pasará lo mismo que a De la Rúa.

Entonces, y aunque cueste creerlo, no fueron pocos los que esperaban que, en el caso de resultar perdedor en los comicios de medio término, el actual gobierno de Cambiemos debería pensar en renunciar a su mandato.

Dentro de ese clima que se intentó crear, el equiparar la tragedia del joven Santiago Maldonado con un crimen de Estado en el cual la gestión Macri sería poco menos que el émulo de una dictadura militar, contribuyó enormemente a que se hablara de la posibilidad concreta de un gobierno interrumpido.

Sin embargo, las cosas, felizmente, resultaron de otro modo. No solamente porque el oficialismo se impuso en la mayoría del país, sino porque la práctica democrática de los ciudadanos argentinos parece empezar a dar sus frutos. En ese sentido, el voto popular fue mucho menos dramático y mucho más sensato de lo que la parte más destituyente de sus dirigencias pretendieron.

Aún con todo lo que a este gobierno le falta por hacer, que las mayorías de las opiniones suponen como mucho más de lo que aún se ha hecho, la sociedad decidió apostar a sostener el cambio iniciado en 2015, pero incluso en los que votaron por otras opciones, el ánimo de no interrumpir el proceso institucional bajo ningún punto de vista, fue el factor climático principal por abajo. Muy distinto a lo que se intentó imponer por arriba, en las superestructuras.

Por todas estas razones estas elecciones de medio término no son unas elecciones más, sino quizá el punto de partida de un cambio histórico en las modalidades con las que los argentinos se dan sus representantes.

Asegurada prácticamente, por la contundencia de los resultados y la racionalidad de los ciudadanos, la certeza de que este gobierno culminará su mandato de cuatro años, entonces en 2019, se producirá el hecho histórico: un partido de signo no peronista cederá el poder a otro gobierno de cualquier signo y de ese modo muy posiblemente la normalización democrática argentina pase a ser realidad de una vez por todas. Sin temor a que el pasado siga conviviendo entre nosotros, que no tiene nada de malo si es para enseñarnos, pero sí si es para impedirnos avanzar hacia el futuro.

Por eso lo ocurrido este domingo en la Argentina tiene gran importancia institucional y política muy por encima de quiénes hayan resultado ganadores y quiénes perdedores.

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