Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Que Guillermo Moreno haya sido durante tanto tiempo el capo del INDEK fue una atrocidad, en la primitiva acepción de la palabra “atroz”: humo negro, tiniebla sin luz, toda forma de negrura sombría. Que ese señor antisocial haya manejado las cifras sociales del país fue, al menos, una enorme contradicción.
El INDEK fue entonces una nadería, una institución de la inexistencia, un conjunto de oficinas destinadas a mentir, a no difundir, negando, de esa forma, su propia existencia. El INDEK fue una paradoja.
Con el cambio de gobierno el INDEC ha comenzado a funcionar otra vez, no sabemos si en forma creíble, pero vamos a ponerle unas fichas para no decepcionarnos antes de que se produzca el hecho decepcionante.
Otra vez volvemos a saber cuáles son la cifras del desempleo, de la pobreza, de la indigencia, de la ocupación, de la inflación y otros lamentos más. En las últimas horas se supo que el gobierno le ha pedido a la institución que mida la inseguridad. Va a necesitar un metro de mil centímetros para medirla. ¿Serán seguras las cifras de la inseguridad?
Claro que sería interesante que el INDEC mida otras cuestiones que tienen que ver los argentinos, por ejemplo, la paciencia. Porque es un elemento clave para fundamentar la esperanza.
No es lo mismo la paciencia de un pueblo que ha sido azotado de vez en cuando por una crisis y de golpe sufre una, que un pueblo que hace decenas (¿centenas?) de años que viene siendo un pueblo “crisista”. No es lo mismo. Algunos países a los que la bondad del clima económico los ha privilegiado por largo tiempo, de pronto son atacados por un invierno de malaria. Para sus habitantes la crisis es una sorpresa, una novedad, para nosotros la crisis es una forma de vida, casi una costumbre, una forma de ser o de que nos hagan ser, al fin, una monotonía de quejas.
Según el diccionario, ese libro que vaya a saber uno a qué temprana edad escribió el pequeño Larousse ilustrado, paciencia es la capacidad de sufrir y tolerar desgracias o cosas molestas u ofensivas sin quejarse ni rebelarse. Si, bueno, entiendo mataburros, pero, ¿hasta cuándo?
No todos los bienes son tangibles, no todos son propicios para medir, hay bienes intangibles que también se agotan, se pierden, se escapan. Uno de ellos es la paciencia. La paciencia no es ilimitada. Por más temple que tenga alguien que ha sufrido mucho, en algún momento, se para y grita: “Estoy harto de sufrir” y ese grito puede hacer tambalear todos los anaqueles donde se amontonan los libros de las estadísticas.
Deberían medirla a la paciencia como pretenden medir la pobreza, la inflación, la inseguridad, porque todos los otros índices quedan postergados cuando el índice de los que sufren señala a los culpables.
Más, mucho más, cuando el maleficio no es compartido, cuando el esfuerzo no es parejo, porque mientras unos pocos averiguan los números de la indigencia adentro de oficinas con aire acondicionado, unos millones sufren con un solo número: el cero.
El nuevo INDEC, o el rescatado INDEK, debería tomarse el trabajo de medir la paciencia de nuestro pueblo, debería saber cuánto le queda, porque no se puede proyectar el futuro, si el pobre tipo no tiene un presente dónde pisar. Tengan en cuentan los que miden: es peligroso que la frustración colme la medida. Acuérdense que una paciencia concentrada puede empezar a ser una forma de resistencia.