Alfredo Cornejo es un político decidido pero precavido. Y bastante desconfiado. Mira siempre para los dos lados antes de cruzar la calle, aunque el semáforo esté en verde. Así como para ganar la gobernación de Mendoza en 2015 se alió con todo lo que encontró a su paso pese a que su rival peronista estaba en el peor momento, ahora quiere que Cambiemos haga lo mismo que él hizo. Que no deseche ninguna alianza hasta que el “no” sea definitivo. No cree, como Durán Barba, que la política “nueva” no debe aliarse con la “vieja”. En particular ahora que el macrismo ya no es tan nuevo, si es que alguna vez lo fue. Para él, al menos en esta ocasión, no sólo en matemáticas sino también en política dos más dos son cuatro. Aunque dos sean peronistas.
Cornejo nunca tuvo dudas de que los votos en la Convención radical sobraban para no romper, pero también que si no sobreactuaba antimacrismo la UCR podría volver a sus tendencias suicidas de los tiempos de De la Rúa. Como ocurrió en Córdoba donde el radicalismo se suicidó. Con apoyo del macrismo y de Carrió, es cierto, pero quien se suicidó fue la UCR. Y Cornejo, aunque no intervino directamente, por el solo hecho de ser el presidente del partido, queda como más responsable político del suicidio que sus socios de Cambiemos. Porque eso de regalar una de las intendencias más importantes del país por ir divididos en dos fórmulas inconducentes, es algo que no tiene ni tendrá perdón. El ridículo elevado al cuadrado. Y para colmo, otras intendencias claves se van perdiendo una a una. Algo debía hacer Cornejo para salir de ese remolino donde, ya sea por culpa de Macri, de Lilita o de la propia UCR, todos estaban siendo tragados por la tierra.
Decidió, entonces, rescatar una estrategia y un líder perdidos en el tiempo, Raúl Alfonsín, a ver si podía salvar a la vez a la UCR y a los peronistas no K, enfermos del mismo mal divisionista que afectó a la UCR en Córdoba, partiéndose en tantos como son, por futiles vanidades.
Entonces, en Parque Norte, el mismo lugar donde en 1985 Alfonsín pronunció el más importante de sus discursos, la pieza oratoria fundacional de la nueva democracia, Cornejo se propuso intentar otra vez la síntesis entre radicalismo y cierto peronismo.
Alfonsín, en el 85, ya había comprendido la inutilidad del gorilismo inicial de la UCR (ese de la república perdida, por el cual se quería borrar y condenar 50 años de historia, de 1930 a 1983, falacia precursora de la actual por la cual se quieren borrar 70 años de historia, de 1943 a 2015) y empezaba a postular el tercer movimiento histórico, síntesis de lo mejor del radicalismo y del peronismo. Sabedor que la historia se puede sintetizar o superar pero jamás borrar.
Hoy Cornejo quiere hacer lo mismo aunque las diferencias sean abismales. En ese entonces el alfonsinismo y el peronismo renovador hegemonizaban sus respectivos partidos, mientras que hoy la coalición oficialista tiene al radicalismo como socio de reparto y el peronismo renovador es apenas una gota de agua dentro del océano populista. O sea, así como Alfonsín quiso unir a dos mayorías contra el pasado, Cornejo hoy, en el mejor de los casos, sólo podrá unir a dos minorías que por un lado le incorporen contenidos socialdemócratas al liberalismo macrista y por el otro impidan al populismo volver.
En pos de esa estrategia, logró el primer paso con una convención donde 261 correligionarios le autorizaron seguir con Cambiemos (cuando hace cuatro años apenas autorizaron esa alianza 186 convencionales). Ahora debe intentar algo más difícil aún, conseguir algún peronista renovador entre los pocos que van quedando. Y, para peor, apurarse porque la ancha avenida del medio está deviniendo más angosta que un alfiler.
No obstante, antes debe revalidar Mendoza e imponerse en las PASO del próximo domingo, sino su carrera política puede estallar. Y allí no se enfrenta principalmente con el PJ sino con un macrista, espina que Cornejo tiene clavada en el alma y donde ve la cara de Marcos Peña en cada publicidad que hace De Marchi.
Las malas lenguas dicen que el enojo exagerado que Cornejo mostró en la Convención contra el macrismo no fue tanto para calmar las broncas radicales como para calmar su bronca propia contra Marcos Peña, quien -según cree Cornejo- lo ha demonizado, le operó dentro de la Convención, lo quiere ver perder en Mendoza y para colmo no acepta aliarse con ningún peronista. Entre Cornejo y la dupla Peña- Durán Barba, como diría Serrat, ya hay algo personal.
Pues bien, luego del 9 de Junio, si gana Mendoza, le queda nada más que hasta el 12 de junio para explorar la tercera vía. Que tiene infinitas opciones, todas improbables pero imprescindibles de al menos intentar para ir gestando el clima de gobernabilidad de un nuevo Cambiemos si se llegara a ganar en octubre.
Un radical de alto nivel nacional asegura que para que Cambiemos gane se necesitan tres condiciones sine qua non: la unidad de la coalición, la división del peronismo y que la economía no empeore.
¿Y qué opciones hay para que no muera el peronismo republicano y se rinda a la dupla de los Fernández? Una sería que Vidal vaya como candidata a gobernadora tanto de Macri como de un Massa candidato presidencial de Alternativa Federal. El problema es que con Massa nunca se sabe porque puede ser candidato de una cosa o de lo contrario.
Pero si Massa decide suicidarse volviendo al kirchnerismo y así perder lo poco que la va quedando de lo bastante que construyó cuando se fue del kirchnerismo, habría que pensar en ayudar a Schiaretti y Urtubey para que mantengan viva la llama de un peronismo alternativo al populismo. Y sumar a Pichetto como senador, procurador o juez de la Corte.
En fin, pase lo que pase, ni Cornejo ni los radicales que pisan fuerte a nivel nacional, creen que la coalición electoral que hasta ahora fue Cambiemos pueda devenir coalición de gobierno como en Chile si no se incorpora al gobierno una pata peronista a la que se ayude culturalmente a derrotar definitivamente el populismo, hoy aún plenamente hegemónico dentro del peronismo, con el cual la República siempre estará en peligro de sucumbir.