"Hoy nos va a hablar un poeta, un poeta nuestro y muy conocido por nosotros, don Alfredo R. Bufano: lírico cantor en prosa y en verso suave, lleno de armonía, cuando describe nuestro paisaje tan andino, tan cuyano, cada ser en su relieve parece que nos cuenta una historia tierna, agitada, inquieta, con abundancia de sol, de luz, de aire y anhelos de una vida enjundiosa. Todo es bello en sus estrofas; los Andes imponentes y su silencio abrumador, las hierbas humildes de nombres significativos, el río, la nieve, la obra humana y Mendoza que le canta como a una amada. Consagrado por su obra, es un poeta de la actual generación, que tiene su puesto en la historia de las letras del país."
(Presentación del rector del Colegio Nacional Agustín Álvarez, sr. Silvestri)
"Conozco la cordillera desde un extremo al otro de la República. La he cruzado varias veces, he vivido largos periodos entre sus cumbres, he soñado muchas noches bajo sus grandes cielos próceres, he dormido en sus quebradas y he orado en sus capillas vetustas con el íntimo y fervoroso deleite de saberme hijo de una de las patrias más hermosas del hombre.
"Seguidme a lo largo de mi viaje. No nos apuremos. Hagámoslo con lentitud. Todo amante de la naturaleza debe ser parsimonioso.
"La rapidez está reñida con la contemplación. Éste es el siglo de la máquina, pero nosotros vamos a viajar con medios de transhumancia lenta para que la patria, hecha color y aroma, entre despacio en nuestro pecho, en nuestros ojos, en nuestros sentidos y en nuestro amor abierto."
Iniciada así la parte básica de la exposición, el Sr. Bufano comenzó su relato describiendo, desde la Puna, las vastas soledades del altiplano, en los dominios del Chañí, del Acay, del Cachi, del Késwar y del Huancar. ¿Habéis oído -interrogó- nombres de cerros más sonoros que estos? Son las cumbres tutelares de estos desiertos. Cuestas agrias, ríspidas, cortantes. Cerros bermejos, amarillos, negros, chapados de nieve. Llanuras uniformes, dilatadas en las que medran la tola, la canglia, el surillante, el cardón, etc., única flora de estos lugares. El silencio es tan profundo, tan abrumadoramente inmenso, que se siente en todo el ser como algo poderoso e impalpable que nos invade.
La soledad de los solares y los pueblos puneños
Evocó luego otro tipo de paisaje del altiplanto, el de los grandes salares, etapa inmenesa, reverberante sin que nada quiebre su obsesiva uniformidad a muchas leguas a la redonda. De vez en cuando cruza la blanca soledad un hato de burros puneos, cargados de costales de sal. Y detrás de ellos, a lomo de su recua o a pie enjuto, el hombre del altiplano, de sombrero de anchas haldas y poncho a la cintura, capaz de rendir a sus bestias antes de caer él extenuado por la fatiga.
Habló seguidamente de los pueblos puneños, con sus casucas de adobón, con sus callejuelas tortuosas, misérrimos y olvidados, pero en los que se siente, sin embargo, una avasalladora emoción de patria.
En su viaje trashumante, el Sr. Bufano trasladó la descripción más al sur, entrando ahora a Catamarca. El paisaje va mudando de forma, de colores, de perspectivas y, descendiendo al oriente, los ojos van hallando el regalo de los grandes bosques de las colinas y laderas. Más abajo, en los primeros poblados, el secreto de la paz y de la sombra de los grandes huertos de naranjos, nogales, chumberas y olivos, y las aldeas catamarqueñas de calles umbrosas y sosegadas, recibiendo a diario la dominadora lección de la tierra, del trabajo y de la soledad.
La Rioja y el contraste de su paisaje
Ahora La Rioja, tierra de llaneros y cazadores de vicuñas, de páramos y de cumbres, de huertos umbrosos y de animales sedientos. Pocas provincias argentinas ofrecen, en cuanto a paisaje, un contraste mayor que el que depara la tierra de Facundo.
Faldeando la cordillera, por entre montes de algarrobos, alpatacos, piquillines y chañares, entra el viajero al primer caserío de Cuyo: Huaco. La tierra va tornándose prieta, agria y ríspida. El camino es grafogoso, pero alienta el deseo de llegar a Jáchal, "el valle sanjuanino -dice el conferenciante- de más mentas que conozco".
Al avanzar más hacia el sur, salen al encuentro nombres familiares como Niquivil, luego Ullún, con paisaje de hondo sabor a cosa nuestra.
Mendoza ante el viajero
Más adelante, comienzan a percibirse las primeras fragancias del terruño mendocino. Los ojos se posan joviales sobre los terrazgos abiertos, sobre las viñas ubérrimas y surgen del viajero cálidas y envolventes, después del largo andar, estas simples y conmovedoras palabras: ¡No hay tierra como la mía!.
Y al relatar su emoción dijo el Sr. Bufano: "No olvidemos nunca que si es feliz aquel que ha recorrido todas las rutas del mundo también lo es, y no menos, el que puede exclamar como el poeta de nuestra infancia los versos inolvidables: 'Dichoso aquel que no ha visto más río que el de su patria'".
Atraviesa después el viajero el corazón de la Provincia y llega sus confines sureños. La visión de las altas cumbres lo acompaña todo el trayecto. Tunuyán, San Carlos. Al llegar a Pareditas el paisaje cambia de aspecto.Veinte leguas hay que hacer entre montes de alpatacos, jarillas, chañar y algarrobo, para después descubrir con la mirada los primeros álamos de San Rafael, tierra magnífica, recia, fecunda. Valle surgido de los guadales por obra exclusiva de sus hombres, que en más de una oportunidad dieron lecciones de abnegación y silencioso heroísmo.
Paisaje anonadante y grande el de Malargüe
Más hacia el sur, el valle de Cochicó y el espectáculo rugiente que ofrece el Atuel en el Salto de Nihuil. Al frente, ante el viajero, las moles nevadas de Los Andes se van acercando; pero largo trayecto queda aún antes de llegar a Malargüe. Tras buen andar se interna en Pampa del Álamo y luego en Chacay, nombre que tiene un recuerdo trágico para los mendocinos, recuerdo que el conferenciante hizo revivir en un romance al que dio lectura.
Más adelante Malargüe y de nuevo el paisaje grande, bravío, anonadante.
Finalmente Neuquén y la región de los lagos, cuya belleza sobrepasa a todos los sueños. Región de bosques, ríos murmurantes, cascadas y torrentes, altas nieves, verdes valles, todo se auna en un supremo esplendor de subyugante hermosura. Subiendo a las cumbres, el viajero descubre una flora insospechada, magnífica en su policromía, donde medran los helechos, las lilas y las campánulas. Y piensa entonces que la felicidad, la auténtica, la perdurable, está en la humildad y en la paz del corazón que brindan las maravillas silenciosas, fugaces y eternas derramadas sobre la tierra por inmutable y profunda sabiduría.
El Sr. Bufano terminó su relato señalando la influencia que el paisaje andino ha ejercido sobre el proceso vocacional y formativo de muchos artistas y escritores argentinos y contemporáneos. El conferenciante fue muy aplaudido al terminar su disertación.