Alexandra Kohan: "Con el psicoanálisis alguien se entera de que puede decir que no"

Psicoanalista y autora del ensayo “Psicoanálisis: por una erótica contranatura” conversó con Los Andes sobre género y su oficio,

Alexandra Kohan: "Con el psicoanálisis alguien se entera de que puede decir que no"
Alexandra Kohan: "Con el psicoanálisis alguien se entera de que puede decir que no"

La psicoanalista y autora del ensayo "Psicoanálisis: por una erótica contranatura" conversó con Los Andes sobre las implicancias de su profesión ante los nuevos paradigmas que aparecen a partir de las reivindicaciones de género. El tema de su ensayo se ha vuelto polémica e interesante disparador para la discusión en torno al género y el feminismo.

Alexandra Kohan no es de las personas que buscan desesperadamente que sus opiniones se conozcan: más bien ocurre que esas opiniones despiertan interés entre aquellos que coinciden o debaten con ellas.

-Tu vocación mayor, creo, pasa por el ejercicio del psicoanálisis, ¿o me equivoco?

- Te agradezco lo que decís. Es justamente el psicoanálisis el que me enseñó a dudar de las intenciones, incluidas las propias. Mi actividad principal y lo que más hago y más me gusta hacer es practicar el psicoanálisis, sí. Los efectos de las distintas intervenciones que vengo haciendo de unos años a esta parte me sorprenden y, por supuesto, no fueron buscados. Tardé bastante tiempo en advertir que se iba abriendo un espacio de debate que, si bien existía, no estaba tan presente en la esfera pública. De eso no me di cuenta sola, me lo fueron diciendo varias personas que se interesan en lo que digo. Pero te diría que lo que más recibí por parte de muchas personas fue la idea de un “alivio” ante la aparición de intervenciones diferentes frente a discursos que son muy moralistas, que tienen la enunciación del imperativo, y que parecían ser los únicos (en algunos casos, diría que pretenden serlo). Por otra parte, lo que planteo tiene que ver, justamente, con contrarrestar un poco esas certezas que se erigen inconmovibles y que, paradójicamente, suscitan más opresión, más dependencia, más alienación. Vacilar, pensar, revisar las contradicciones que nos habitan es mucho más emancipador que obedecer a discursos imperativos que, muchas veces, rozan con la autoayuda, que es básicamente un discurso voluntarista. Si lo que digo, abre el debate y genera condiciones para que podamos seguir pensando -y me incluyo porque no tengo todo pensado- me da ganas de seguir interviniendo.


    Gentileza / Silvana Sergio
Gentileza / Silvana Sergio

- Se está viendo dentro de ciertos círculos feministas una tendencia a confrontar el academicismo -o incluso la actividad intelectual o periodística independiente y/o crítica- con lo "popular". Veo una falsa dicotomía ahí porque actividad intelectual y militancia pueden ser tranquilamente complementarias…

- No sólo pueden ser complementarias, sino que es indispensable que lo sean. Lamentablemente hay muchísimo anti -intelectualismo en ciertos sectores del feminismo. Es una dicotomía falsa: oponer práctica política a práctica intelectual a esta altura es bastante pueril. La práctica intelectual es en sí una práctica política en la medida en que tenga consecuencias. Y las prácticas políticas que exaltan el “hacer” desestimando el “pensar” imperaron en el macrismo, me sorprende reencontrarlas en otras posturas. Por otra parte, hay mucho prejuicio en relación a la investigación, por ejemplo. Muchas veces se la saltea. Espero que en estos nuevos aires políticos la investigación sea tomada en cuenta. Porque hay muchas personas trabajando e investigando cuestiones nodales. Sería importante que esas investigaciones se puedan traducir, o al menos puedan alimentar políticas públicas.

- Otra tendencia va por el lado de hablar siempre desde la experiencia personal como si una misma fuera la medida de todas las cosas. ¿Por qué creés que sucede eso?

- Tengo la impresión de que se ha pasado de valorar la significación que puedan tener las propias experiencias a convertirlas en la vara única. Ocurre en distintos debates, por ejemplo “cómo puede alguien hablar de la dictadura si no la vivió”. Este argumento es muy estúpido, no existiría una historia más que la contemporánea ni otra dimensión que la del yo. “¿Cómo puede hablar del aborto si no abortó?”. “Se nota que nunca la violaron por eso dice lo que dice”, y ese tipo de pronunciamientos que hacen que las víctimas sean las únicas autorizadas a hablar y que, además, sólo valga lo que les pasó y no valga lo que se puede pensar alrededor de eso. Por otra parte, es un dispositivo que obliga a las víctimas a hablar, dando por sentado que todas quieren hablar públicamente. Hay una constante espectacularización de la víctima y hay, además, gestos de impugnación hacia los que no sufrieron lo mismo. Entiendo que el testimonio de las víctimas puede aportar, con lo que no acuerdo es con que se haga de eso una autoridad automática porque sería esencializar a la víctima; en definitiva: otro modo de silenciar.

Estamos viviendo una época de autonarración en todos los ámbitos y puedo entender el gusto que les suscita a algunos esa práctica, lo que no comparto es que la propia experiencia sea constituida en el lugar de una verdad sacra.

También detecto cierta animosidad selectiva en cuanto a las voces críticas. Rita Segato ha dicho cosas celebradas en masa por el feminismo mainstream pero lo mismo en boca de otras mujeres es rechazado... Lamentablemente el debate a veces se corre de las ideas hacia las personas. Todo se vuelve un poco personal en desmedro de lo que se dice. Es lo que me permite entender por qué a menudo advertimos ensañamientos que no responden a la intensidad de un debate. Son ejercicios de crueldad descargados sobre ciertas personas. Y hay personas que se creen las únicas autorizadas a hablar y van señalando quiénes pueden intervenir y quiénes no, y de qué modo es “pertinente” hacerlo. Todo eso se hace en nombre del pluralismo, pero es una práctica disciplinadora y elitista. Noto que se hace una prescripción también del debate cuando se pretende anular voces. Incluso se arrogan la autoridad para decir “esto ya se debatió, esto se debate acá y no allá”.

- En cuanto a las estadísticas vinculadas al movimiento de género: ¿cuáles son sus límites como recurso y en qué medida se nos puede volver en contra su uso indiscriminado?

- Lo que se nos vuelve en contra es su uso como criterio único de relevancia. El problema radica en establecer criterios únicos. La estadística puede iluminar muchas cosas, pero he visto descartar problemáticas severas ligadas a los derechos de la infancia sólo porque no es estadísticamente predominante.

- Muchas feministas dicen que Freud atrasa...

- Decir que Freud atrasa es pre-freudiano -valga la “discronía” aparente-. Freud no sólo no atrasa, sino que fue un adelantado a su época. Freud sacó a las mujeres del lugar de objeto de un espectáculo y les devolvió la posibilidad de hablar, de decir. Fue el primero que no habló por ellas. El cuerpo de las mujeres fue siempre un problema, inquietó y molestó siempre, en todas las épocas, Freud fue el primero en escuchar lo que el cuerpo de las mujeres tenía para decir y fue escuchándolas como descubre el inconsciente. Eso no fue sin costos en una sociedad regida por la moral victoriana.

El psicoanálisis nace a contrapelo de la moral y eso no implica que sea amoral. El gesto de Freud, el de dejar de mirar a las mujeres para empezar a escucharlas, es un gesto ético.

Por otra parte, Freud cambió el modo de pensar en Occidente. Es, como dice Foucault, un instaurador de discursividad. Desconocer su descubrimiento es, a esta altura, necio. El problema está en la lectura. El psicoanálisis es un discurso que resiste al dogma y a su propia cristalización. En ese sentido, todo el asunto se juega en cómo se lee y cómo se piensa con Freud, con Lacan. Me gusta la idea del psicoanálisis como una máquina de lectura. El psicoanálisis es una práctica social -no es individual- que funciona ahí donde el saber no está coagulado, ni el analista es aquel que posee el saber y lo aplica. Por otra parte, el psicoanálisis es una resistencia política a los discursos higienistas y asépticos; es subversivo porque entiende que el síntoma no es un problema sino una solución. Es uno de los pocos discursos que posibilita que cese la obligatoriedad de gozar, tan de estos tiempos. El psicoanálisis es un lugar en el que alguien se entera de que se puede decir "no", y en el "no" se cifra una potencia emancipadora enorme.  

entrevista. Psicoanalista y autora del ensayo “Psicoanálisis: por una erótica contranatura” conversó con Los Andes sobre las implicancias de su oficio en el marco de los nuevos paradigmas que aparecen a partir de las reivindicaciones de género.

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