Como no pueden hablar, el llanto y la irritabilidad son las formas básicas con las que los bebés dan cuenta de algún malestar. Pero si ese estado del humor alterado es casi permanente, y encima se acompaña con ciertos síntomas clínicos (erupciones cutáneas, diarrea frecuente, heces con sangre, rechazo alimentario, reflujo o incluso problemas respiratorios), podría sospecharse que ese niño es uno de los 42 mil que cada año reciben en el país el diagnóstico de alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV), una condición que se estima que afecta del 2% al 5% de la población, y cuya incidencia está aumentando en todo el mundo. Un diagnóstico temprano, y algunas medidas básicas de prevención pueden ayudar a evitar consecuencias como retardo en el crecimiento, anemia o problemas cognitivos, entre otros.
“En nuestros consultorios vemos un aumento de todos estos cuadros. Las alergias alimentarias están cada vez más prevalentes, más persistentes y son más graves desde su presentación clínica”, asegura el Dr. Matías Epifanio, pediatra gastroenterólogo y nutrólogo infantil de la Sociedad Brasilera de Pediatría, quien agrega: “Hay dos aumentos muy claros: más casos de proctocolitis alérgica y más casos de anafilaxia –la forma más grave que puede tener una alergia–, que además se dan en una presentación muy temprana, en niños de pocos meses de edad. Cuando yo hice la residencia, los cuadros de sangre en heces (proctocolitis alérgicas) eran raros y teníamos uno cada tanto; hoy los vemos todos los días”.
Por su parte, el Dr. Christian Boggio Marzet, coordinador a cargo del Grupo de Trabajo de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica del Hospital General de Agudos Dr. Ignacio Pirovano, de la Ciudad de Buenos Aires, explica que “el aumento de la APLV tiene que ver con los llamados factores medioambientales como la alimentación; el parto por cesárea y el uso temprano de antibióticos. Diría que la piedra angular de todo esto está en relación directa con la microbiota, que es la forma de colonización que adquiere el intestino del bebé en los primeros dos años de vida”.
La microbiota o flora intestinal está compuesta por más de 1.000 especies de bacterias que, aunque se las suele asociar con enfermedades, son grandes aliadas de la salud humana, ya que cumplen un rol imprescindible para el correcto desarrollo y mantenimiento del organismo. “Se pensaba que el intestino del bebé era estéril y que se colonizaba con las bacterias del canal de parto; hoy se sabe que la placenta ya tiene bacterias y que el niño posee una microbiota antes de nacer, pero la mamá le aporta otras que ayudan al desarrollo de su sistema inmunológico. Por eso, el modo de parto y el tipo de alimentación –sumados a la predisposición familiar a desarrollar este tipo de trastorno– determinarán cómo el intestino del niño hará frente a determinadas agresiones como la presencia de proteína de la leche de vaca”, aclara el Dr. Boggio Marzet. Y recalca: “Hay dos cosas sencillas que se pueden hacer para la prevención de la APLV: fomentar el parto vaginal y la lactancia materna”.
Popularmente se suele creer que la ALPV y la intolerancia a la lactosa son similares, pero los especialistas resaltan que se trata de dos problemas diferentes, con distinto grado de gravedad. “En ambos casos estamos frente a una reacción adversa a un alimento, pero en la APLV entra en acción el sistema inmunológico y el cuadro puede llegar a ser muy grave. En cambio, la intolerancia ocurre por la deficiencia de la enzima lactasa para degradar la lactosa presente en la leche, pero no hay mayor riesgo que el de sentirse mal”, explica Boggio Marzet. La APLV constituye la forma de alergia alimentaria más frecuente en los primeros meses de la vida. Se trata de una reacción desmedida del sistema inmune frente a un compuesto de la leche a la que identifica como potencial enemigo, y que puede presentarse incluso en niños que reciben exclusivamente leche materna.
Si bien con el tiempo en la mayoría de los casos el organismo empieza a tolerar la proteína –se estima que al año de vida el 50% de los chicos ya no presenta síntomas y a los 5 ó 6 años prácticamente ninguno–, es fundamental tener un diagnóstico precoz para que en el lapso en el que la alergia está activa el paciente tenga una dieta balanceada y equilibrada. “Un chico con APLV que toma leche que no corresponde va a generar síntomas. Hemos hecho varios trabajos en los que demostramos que cuánto más se tarda en detectar la alergia, mayor impacto nutricional –más déficit de crecimiento en peso y talla– presenta el paciente. Cuando uno no tiene una buena nutrición en el primer año de vida se ha demostrado que se desarrollan trastornos cognitivos, de aprendizaje, de déficit de atención. La nutrición en los primeros dos años de vida es fundamental”, insiste Boggio Marzet.
El tratamiento básico de la enfermedad consiste en la llamada dieta de exclusión, esto es evitar cualquier producto que contenga la proteína de la leche de vaca que predispone a la alergia. En el caso de los más chiquitos, por lo general alcanza con que la mamá deje de ingerir lácteos durante el tiempo que el médico le indique (y ella debe recibir un correcto complemento de calcio u otros nutrientes por otras vías para no afectar su salud). Cuando los síntomas permanecen a pesar de la dieta de la madre o se presentan en niños que ya no son amamantados, la solución son las leches de fórmula hipoalergénicas, que tienen la proteína “rota” o directamente no la presentan (“extensamente hidrolizadas” o “de aminoácidos”, respectivamente).
En la Argentina, estas “leches medicamentosas” están dentro del Plan Médico Obligatorio, por lo cual las obras sociales y la prepagas tienen que cubrirlas hasta que el niño cumple un año. El problema es que a esa edad sólo la mitad de los pacientes alcanzó la tolerancia, con lo cual la otra mitad de los niños afectados deben seguir tomando leches de fórmula especiales varios años más.
Desde 2.014 hay un proyecto de ley en el Congreso de la Nación que amplía la obligatoriedad de la cobertura de la leches para los chicos con APLV. Ya obtuvo media sanción de la Cámara de Diputados y el aval del Senado, que la devolvió a la Cámara Baja con un cambio mínimo. La Comisión de Acción Social y Salud Pública ya le dio luz verde, pero aún falta que la despache la comisión de Presupuesto y Hacienda para que llegue al recinto y finalmente pueda convertirse en ley. “Necesitamos la Ley de Leches para nuestros chicos, y queda poco tiempo: si no se trata antes de fin de año va a perder vigencia y todo el esfuerzo quedará en la nada”, reclama Sandra del Hoyo, presidenta de Red Inmunos, una asociación civil formada por padres de niños con alergia a los alimentos.
El Dr. Jorge Martínez, especialista en alergia e inmunología y docente de la Cátedra de Pediatría de la Universidad del Salvador, describe: “Si la familia no puede pagar la leche especial, se corre el riesgo de que le den leche de cabra o de almendras, que no tienen el requerimiento de aporte calórico y nutrientes que el chico necesita y eso puede llevar a desnutrición, retardo de crecimiento o desarrollar recaídas de los cuadros alérgicos”. Coincide con él el Dr. Epifanio: “Si bien son un alimento, al mismo tiempo estas leches son un medicamento: si no se la doy, el chico no crece normalmente y pueden aparecer otros problemas. O sea, son un tratamiento. Desde mi punto de vista, el acceso a ellas tiene que ser responsabilidad del Estado”, dice.