El tema del aliento me interesa como mujer, como madre y abuela y como psicóloga: hace años me desespero ante esos padres entusiastas (por no decir desaforados) que, creyendo alentar a sus hijos, los hacen sentir unos inútiles desde el borde de la cancha.
“¡Ponele garra!”, “¡corréeeeee!”, “¡reaccioná!”, “¡buscá la pelota, no seas tan lento!”, y otros comentarios de tono más subido todavía. No son todos los padres, quizás sean una minoría, pero definitivamente son los más ruidosos.
Quieren a sus hijos y suponen que sus gritos los van a ayudar y por eso lo hacen, o porque es lo que sus propios padres hicieron con ellos y confían en que es lo mejor. Pero no pueden estar más equivocados.
Todos sabemos que es bueno alentar a nuestros hijos y lo hacemos sin pensarlo desde que son bebés cuando nos deslumbramos ante su primera sonrisa y después ante sus esfuerzos y con cada logro que observamos.
También los alentamos cuando las cosas no les salieron bien, cuando no los eligieron para un partido o no los invitaron a un programa. Los alentamos a seguir intentando, experimentando, a no rendirse, a dar su máximo, a vencer sus miedos (especialmente el miedo a equivocarse pero también otros), a probar algo nuevo, a no desanimarse.
No todos nuestros intentos logran su objetivo. El aliento se presta tanto para un sano respaldo como para un persecutorio respirarles en la nuca.
Cuando se trata de alentar a nuestros hijos es muy finita la frontera entre lo que hacemos por y para ellos o las veces en que se cuelan nuestras necesidades, ilusiones y deseos personales... Porque la idea es alentarlos para que puedan desplegar la mejor versión de sí mismos y no de lo que nosotros queremos para ellos.
¿Por qué el aliento de los padres puede resultar tan eficaz?, ¿o tan dañino? Porque nuestros chicos nos creen: somos sus primeros y, durante muchos años, principales referentes.
Además, tienen una enorme necesidad de brillar y destacarse y la vida, en cambio, les ofrece muchas pruebas de lo que no pueden hacer, de lo que no saben o no les sale, y ese comentario del adulto puede darles fuerza para seguir intentando, no desanimarse o, por el contrario, invitarlos a rendirse.
Son muchas las veces por día en que los chicos nos miran en busca de nuestra aprobación, respaldo, sostén o apoyo y en sucesivas experiencias van haciendo propia esa mirada y pueden entonces seguir esforzándose o tener paciencia sin tanto sostén externo.
Aprenden a confiar en ellos mismos a partir de las muchas experiencias en que sus padres los alentaron cuando iban creciendo.
¿Cómo se alienta de manera positiva?
En primer lugar, acorde a las reales posibilidades del hijo (y no a la ilusión de sus progenitores).
Poné el énfasis en algo que hizo bien, dejando el comentario de lo que no estuvo bien para otro momento o para después de haberlo hecho sentir bien con su aliento.
Habitualmente criticamos primero y luego alentamos. Tenemos una enorme facilidad (probablemente sea lo que nuestros padres hicieron con nosotros) para ver lo que falta en lugar de lo que hay... ¡Qué inteligente de nuestra parte sería alentar primero! así preparamos el territorio de modo que el chico se sienta fuerte y así pueda escuchar nuestro comentario o corrección.
- Decí la verdad: si lo felicitamos por su dibujo y no es tan bueno no nos va a creer más. Siempre podremos encontrar un motivo para animarlos: “¡Cuántos colores le pusiste!”, “¡Qué tema interesante!”, “¡Que músculos tiene ese chico que dibujaste!”, “¡Cuánto empeño pusiste para hacer ese dibujo!”
Si no tenemos nada que alentar es preferible que nos callemos. De todos modos con un poco de práctica siempre vamos a encontrar algo, un detalle, una respuesta merecedora de ser resaltada.
Alentemos conductas y no rasgos de personalidad: nuestros hijos hacen muchas cosas destacables, pero es muy pesado el mensaje “sos un campeón” porque después el chico querría estar todo el tiempo a la altura de esa frase, lo que es mucha exigencia para él.
Si en cambio le digo “¡cómo aprovechaste esas dos oportunidades de gol!”, o “¡qué buen pase hiciste!”, lo aliento sin presionarlo a sostener ese tipo de desempeños.
No olvidemos alentar también los temas que no parecen interesar a nuestros chicos: como no tienen suficiente fortaleza interna para sostenerse ante el miedo, o ante el fracaso, tienden a decir que no les interesa o no les gusta todo aquello que en realidad no les sale o temen que no les salga bien.
Difícilmente podamos saber si algo realmente nos gusta hasta que no lo hagamos medianamente bien.
Es muy importante alentar esfuerzos y no (sólo) resultados; también el deseo y el coraje de intentar. Incluso hacerlo independientemente del resultado. “Estudiaste el dictado, eso es lo que valoro, no importa si te sacaste o no una buena nota”.
Nuestra sociedad (y los mismos chicos) pide resultados. Es importante que de nuestra mano y con nuestro apoyo pierdan el miedo al fracaso y lo tomen como parte de los procesos.
Finalmente, alentemos a nuestros hijos de modo que hagan las cosas por y para ellos mismos y no para complacer a sus padres.
En resumen, “entusiasmo, compromiso, interés, presencia, estímulo, sostén, sumados al trato cálido y afectuoso, definen el buen aliento que fortalece los recursos de los chicos para desplegar su máximo, animarse a volver a intentar ante los fracasos y las frustraciones, seguir esforzándose sin rendirse”.