Se define cabeza dura. Y esa tenacidad empedernida lo sostiene a lo largo de tres décadas en la escena del teatro mendocino. Alejandro Conte es parte de una generación de actores locales que creó una impronta y mirada particular dentro del teatro, sin distinción de géneros y estéticas.
Y este año es particular para él. En mayo pasado estrenó "El principio de Arquímedes", un texto escrito por el español Josep María Miró y hace un par de semanas debutó con "Un perro tibetano rojo", de Victoria Taborelli. Dos historias disímiles que se unen bajo su impronta.
Además, en agosto regresó a los escenarios con el grupo Zona, que integra junto a Marcela Barbarán y Hugo Masrala, dirigidos por Noemí Salmerón. Volvieron con "Zona Retro '90" una obra que recopila fragmentos de algunas piezas del grupo que marcó vanguardia en la escena mendocina.
-Estrenaste dos obras, ¿tienen alguna relación?
-En cierta manera sí. “Arquímides...”, cuando la leí me enomoré de la obra. No me importa el estilo, si me enamora soy muy cabeza dura y no paro hasta lograrlo. Me salían muy caros los derechos y estuve un año gestionándolo, hasta que pude hablar con el autor que vino a Mendoza, y lo pude hacer. Además la producción es cara. La temática está muy en boga, porque tiene que ver con el abuso de los menores y como una falsa noticia, comienzan los supuestos. Todo comienza cuando un profesor tiene una situación de afecto con un alumno, que se traduce en abuso. Entonces plantea cual es el límite del afecto, o si se puede educar desde el afecto.
-¿Cuál es el 'sello Conte'?
-Mi sello en el teatro es lo que no se ve. Pasa en “Un Perro tibetano rojo”, que plantea la crisis del 2001 en una familia de clase media, donde el padre se suicida y les deja una herencia. Pero se queda como fantasma para poder ayudarlos. En esto hay mucho de extra escena, lo que no se ve. Se dice, se escucha, pero se ve afuera. Y el espectador tiene que ordenar la idea.
-¿Por qué montaste esta obra en una casa?
-Porque cuando la leí y comenzamos a ensayar sentí que era el lugar para hacerla. Y me encanta que el espectador vea a través de una ventana o habitaciones. Que sea un testigo de lo que pasa, a medio metro de los actores, vivenciando las situaciones.
-En estos 30 años, ¿qué has logrado como director actor y director?
-Me encontré a mí, para empezar. Encontrarse para poder diferenciarse es importante. Y yo soy la misma persona, pero me desdoblo como actor y director.
-Con las vicisitudes del teatro independiente, ¿pensaste en tirar la toalla?
-El año pasado me replanteé seriamente volver a la enfermería, aunque llevo 15 años sin ejercer, trabajé en un quirófano y en servicios de emergencia. Y el año pasado estuve a punto de volver por una cuestión económica. Y me hizo un clic, dije: “No. Volvé a creer en vos”. Porque dejás de creer cuando hacés una obra y tenés 15 espectadores. Y te das cuenta de que el problema no sos vos, sino el conjunto de situaciones.
-Desde tu experiencia, ¿por qué creés que la situación del teatro independiente en Mendoza no cambia?
-Nunca hubo una política que estimule a que la gente vaya a ver teatro. Buenos Aires es la meca del teatro porque su política permanente fue el teatro. Carlos Paz también lo instaló como una industria cultural. Acá no lo entienden; no se trata de pedir una función, sino de generar una actividad constante. Y eso no cambia. Para las gestiones culturales pasa por hacer funciones gratuitas, y eso nos hace muy mal. Está bien que en ciertos lugares se generen espacios gratuitos. Pero no soluciona ni cambia la visión cultural.
-¿Cómo fue el regreso del grupo Zona?
-Hermoso, maravilloso. Admiro al grupo, si lo hemos sostenido es porque hay una admiración. Y como actor me pasa que me queda un registro en el cuerpo, soy muy corporal. Y no me costó nada, solo aprender el texto y ordenarse. Volvemos en noviembre con las últimas funciones.
-Ya dirigiste la Fiesta Nacional de la Vendimia y ahora competís con un proyecto, ¿qué te gusta de la Vendimia para volver a dirigir?
-Los desafíos. Soy pragmático y romántico. La Vendimia es un espacio de trabajo para mucha gente, bien pago, pero es mucho trabajo y es un laburo exquisito. Y el otro desafío es tener a mil personas escuchándote como director y después a 50 mil viendo tu trabajo.
-¿Cuál es la perspectiva a nivel escénico que tiene la Fiesta de la Vendimia?
-Tiene que cambiar el paradigma. Lo que no puede cambiar es la esencia, porque hay ciertas formas que no podés eliminar de la historia. A veces se han fusionado momentos y personajes de nuestra historia con la vitivinicultura. Creo que pueden cambiar los modos de producción y en eso vamos en camino. El Teatro Griego está quedando chico para la cantidad de artistas y espectadores. Creo que hay que sentarse a evaluar esas condiciones, pero no solo desde el área de Cultura, sino juntos: los artistas y el Estado. La Vendimia no puede quedar en esos tres días, pueden haber microespacios para mostrarla.