Buenos Aires era en 1830 una ciudad de adobe, con calles tan inundadas de contradicciones como de barro. Hacía poco habían sepultado a Dorrego, su fusilamiento sembró un fuerte temor al caos y, consecuentemente, la fiebre federal se expandió sin freno, aplastando cualquier atisbo de revolución. La estrella de Rosas se impuso en el horizonte y el orden reemplazó a la libertad, tranquilizando al pueblo. Propietario poderoso, era admirador del orden colonial y católico. El suyo fue un poder personal que, partiendo de la legalidad, se transformó en tiranía. Cristalizó la ola antiliberal opuesta a los sucesos de 1810 y con su llegada triunfó un sistema cuya base de poder se hallaba en las masas.
Cada jornada, cuando las agujas marcaban el mediodía, el verdugo ofrecía una enorme fogata frente al Cabildo. La vanguardia ideológica de entonces, los textos que la deliciosa Ilustración regaló al mundo, se encargaba de avivar aquel fuego. Cientos de libros con las firmas de Voltaire y Diderot, entre otros, ardieron por órdenes del Restaurador.
Así era la ciudad que Juan Bautista Alberdi recorrió siendo un joven estudiante con origen tucumano. Miguel Cané, su compañero de estudios, se convirtió entonces en una suerte de hermano, abriéndole las puertas de su hogar.
"Puede Ud. Imaginarse –escribió Cané (hijo) a Manuel Mujica Láinez– las trasnochadas de aquellos muchachos de 16 a 18 años, criados en la enérgica atmósfera de la revolución abriendo los ojos y el alma, como la patria misma, a las primeras ráfagas de la civilización europea, llenos de fe en el porvenir y creyendo aún que las ideas eran capaces por sí solas de salvar al país. Alberdi era más callado, tímido y medio, que mi padre…".
Fue en este ambiente donde el Padre de la Constitución dio rienda suelta a su talento musical, donde la libertad halló un último refugio. Particularmente memorable fue el carnaval de 1830 donde se presentó la Comparsa del Momo, integrada por destacados jóvenes porteños y por Alberdi, quien compuso la música. Muchas de las composiciones de Juan Bautista se han perdido, pero se conservan algunas. Destaca La Constancia, pieza dedicada a Manuelita Rosas.
De gran trascendencia fue El extranjero infeliz. Años más tarde Alberdi reconoció su canción en una noche de exilio en Valparaíso. Inmediatamente escribió a Corvalán, autor de la letra.
"Les conté la historia de esa música –señaló–, les hablé de usted, de las infinitas caminatas que dio para hacerme hacer esa música para su canción que debía ser tal vez la de mi destino para toda la vida".
El espíritu de Alberdi no se conformó con componer y terminó exponiendo una doctrina musical propia, que expuso en diversas publicaciones, en las que se puede observar la influencia de Rousseau, quien había propuesto un sistema similar. Bajo ningún aspecto fue un compositor mediocre: “Si en vez de dedicar Alberdi sus principales fuerzas intelectuales al cultivo de las letras –señala Williams–, lo hubiese dedicado al de la música, la crítica quizás tendría que señalar en aquella época un compositor argentino de indiscutible mérito”. Pero la historia tenía reservado otro tipo de laureles para el tucumano.
La autora es docente, autora del libro Héroes y villanos (Sudamericana) y tiene actividad en Twitter con la cuenta @kalipolis