“Yo solamente hago windsurf ”, contesta con firmeza en un inglés correcto Antoine Albeau (FRA 192), aquel gigante de un 1,85 m y casi 100 kilos que se transformó en leyenda entre los navegantes de las tablas de Slalom y también de Fórmula.
Sus proezas, que marcaron nuevos límites deportivos, lo posicionan como el timonel más rápido del mundo. Múltiples títulos mundiales, desde su debut profesional en 1992, dan fe de ese deseo irrefrenable de alcanzar la máxima velocidad.
Antoine siempre estuvo ligado al windsurf. “Aprendí a navegar una tabla a los cinco años, en la escuela que tenía mi padre en La Rochelle. Para mí fue natural, porque era una actividad que realizaba toda mi familia”, comentó el rider que desarrolló -junto al argentino Gonzalo Costa Hoevel (ARG-3)- los actuales equipos olímpicos RS:X.
Desde aquella ciudad en la costa marítima atlántica, que nació como un pueblo pesquero en el siglo X y que luego se aggiornó con torres medievales y edificios renacentistas, Albeau abrazó el profesionalismo del windsurf y se abrió al mundo.
“El gran elefante”, cuyo dibujo da la bienvenida a su página web, fue alternando los centros de navegación mediterráneos con los exóticos paisajes de las playas del pacífico.
Un par de videos documentales, como Maestros de la Velocidad, trazan una crónica de su derrotero deportivo. “Hace dos años que estaba alejado de esta competencia (Formula windsurfing); pero he venido para disputar el Mundial en Potrerillos. Quiero ser el mejor en este campeonato, el más veloz”, sostenía a su llegada a Mendoza- en 2010- el ganador del Grand Slam de Fuerteventura el año anterior.
Al borde de su 25ta. corona mundial, Albeau sigue alentándose a nuevos desafíos. Este año, liderando el mundial en las Canarias, redobla la apuesta. “Tendrían que preguntarle a los demás navegantes quién soy”, puntualizó el francés, que nació en junio de 1972 y fue campeón del Mundo en Potrerillos 2010.
Albeau dijo sobre Potrerillos
“Potrerillos era un misterio para mí; mi amigo Wilheim Schurmann me habló mucho de él. Sabía que aquí habían muy buenas condiciones para navegar, que el viento era muy borneado pero fuerte. Tenía que conocerlo. Con algunas reservas llegué a Mendoza para descubrirlo”.