El día en que Cristina Fernández fue reelecta, mientras los suyos imaginaban felices cómo disfrutarían los cuatro años por venir, ella sólo pensaba -como la mejor discípula de Néstor Kirchner- en los cuatro años que le seguirían a esos cuatro. Ella no tenía más pensamientos que para otra reelección, único modo de asegurar las bases del único proyecto ideológico del kirchnerismo: su eternización. Así, impulsada por esa única obsesión en un año, la presidenta cambió tres veces de táctica pero jamás de estrategia. Todas sus variaciones se explican sólo desde su deseo de permanecer en el poder hasta que las velas no ardan.
El plan, cuando las mieles del triunfo electoral aún estaban frescos, parecía fácil: con el 54% obtenido en las presidenciales de 2011, bastaba con lograr ese mismo 54% en las legislativas de 2013 para contar con el número de votos suficientes con los cuales reformar la Constitución e imponer un tercer mandato o la reelección eterna.
Sabía, también, que para mantener ese 54% debía realizar bastantes ajustes en lo económico, por los desajustes que hizo para ganar tan holgadamente. Eso es lo que intentó en los primeros meses al proponer ir eliminando los subsidios distorsivos, en lo que parecía un plan de tipo ortodoxo como el que hizo Perón en su segunda presidencia. Para hacer algo tan antipático tenía todo 2012, y los puntos de popularidad que bajaría con el ajuste ya los recuperaría cuando las distorsiones fueran eliminadas, teniendo casi todo 2013 para desajustar.
Sin embargo, apenas pasados un par de meses descubrió algo que hasta entonces seguramente ella no sabía tan bien como su marido: que los subsidios no eran los excesos del kirchnerismo sino su fundamento esencial; que desarmarlos implicaría cambiar las bases del sistema político ideado por su esposo. Y que si se animaba a ello, quizá podría mejorar la economía pero la re-reelección se alejaría, ya que sacar subsidios implicaba distribuir poder económico, con lo cual el poder político también se desconcentraría.
Cuando vio que ese camino conducía a un callejón sin salida, Cristina hizo su primer gran viraje, de la ortodoxia económica apenas bosquejada, a la heterodoxia más plena. Fue el tiempo del apogeo de Axel Kicillof (un joven maravilla parecido a Redrado o Lousteau pero con ideas opuestas) quien le proponía eliminar las distorsiones sin ajustar, gestando un nuevo capitalismo de Estado que le pusiera algún freno al capitalismo de amigos creado por Néstor pero aparentando que se profundizaba, no que se abandonaba el camino del marido.
Apasionada con esa variación más afín con su temperamento e ideología, Cristina intentó remalvinizar al país y hacer renacer el espíritu nacionalista con el cual proceder a tan sustancial mutación política, cuyo hito fundamental fue la expropiación (o confiscación, aún no se sabe) de YPF en manos de los españoles, ocupando su sede central con una teatralización copiada de cómo los leninistas tomaron el palacio del zar.
Pero ocurrió que mientras pasaba de la ortodoxia a la heterodoxia, de la reforma a la revolución, a Cristina le empezaron a estallar los desajustes que no ajustó. Entonces, esa porción de la sociedad que la votó no tanto porque ella fuera una revolucionaria sino porque el consumo y la plata dulce parecían eternos, se comenzó a enojar y no se plegó a su gesta antiinglesa y antigallega.
Desorientada porque ni el ajuste ni la revolución le garantizaban su re-reelección, Cristina recurrió al brujo de la tribu, ése que guarda en secreto todas las pócimas milagrosas.
Hablamos, obvio, de Guillermo Moreno, un aprendiz de economista que cree que al país se lo maneja con la lógica y la libreta del almacenero; un peronista religioso que considera que las mentiras al servicio de una causa son más verdaderas que una verdad sin causa. Moreno es ese mecánico especialista en atar con alambres el motor de un auto cuando los repuestos originales escasean. Y ante la ortodoxia y la heterodoxia sin respuestas útiles para Cristina, él se ofreció a atarle todos los alambres necesarios para que el sistema ideado por Néstor siguiera funcionando sin cambiarle ningún repuesto. En eso estamos hoy.
En otras palabras, en vez de aplicar una política de ajuste convencional o pasar a un estatismo reglado, Cristina eligió quedarse en el medio y atar, con alambres, importaciones, dólares y precios, eliminando toda regla escrita y permanente para cambiarla por el más puro decisionismo personal donde todo se emparcha a voluntad para que siga malamente funcionando, al mismo tiempo que se lo pone al servicio de la finalidad política principal.
El morenismo jamás buscó ni buscará ninguna modificación del sistema económico, salvo tapar por el mayor tiempo posible las distorsiones que se van acumulando. Llegará el día en que el auto en el que andan Cristina y Moreno tenga más alambres que piezas, pero sus impulsores suponen que ya la re-re habrá sido conquistada, porque los alambres nacionales y populares -de puro criollos y gauchos- son mucho más resistentes que los repuestos del imperialismo.
Además de en lo económico también decidió Cristina atar con alambres su guerra contra los medios de comunicación.
En su viraje, Cristina descubrió que no le está resultando tan fácil acabar con los medios críticos: no porque a la postre no los pueda destruir (ya que el poder del Estado es inmensamente superior), sino porque en tres años y pico no pudo lograr que el relato del periodismo oficialista lo crea nadie, ni siquiera la mayoría de sus propios votantes. Entonces, al descubrir que el adoctrinamiento estatal no funciona en una sociedad que sigue siendo mucho más plural de lo que el poder desearía, lo que ahora intenta es que los medios oficialistas se ocupen más de la evasión y menos de la bajada de línea.
Como el fútbol para todos es muy visto pero a la burda propaganda oficial de los intervalos se le ríen hasta los suyos, llegó a la conclusión de que se necesita, además de fútbol, más bailes para todos, más joda para todos, más escandaletes para todos. De adoctrinadores, los medios K ahora deberán pasar a frivolizadores. Pero como el Estado no tiene grandes estrellas del entretenimiento masivo, de lo que se trata ahora es de sacárselos a los privados para que trabajen para el Estado por bastante más de lo que comercialmente valen, total lo pagan no con el dinero de ellos sino con el de todos, como hacen con el fútbol.
La intención política es simple: ya que no se puede imponer el relato del poder desde los medios adictos y no se puede acabar del todo con los medios no adictos, de lo que se trata es de imponer desde el Estado todo el entretenimiento necesario para ocultar la realidad que no se puede tapar con el adoctrinamiento.
En vez de que los que frivolicen sean los medios enemigos, ahora frivolizaremos nosotros, es la nueva propuesta. El Estado busca ser el proveedor de los divertimentos más masivos con los artistas mediáticos más cotizados aunque les salga infinitamente más caros que en su difusión privada, ya que si no se puede imponer el relato oficial, que el ruido tape todo debate. No será muy ideológicamente revolucionario, pero es reeleccionariamente válido.
La última pata del viraje de Cristina es su política internacional, por la cual ordenó librar el debate sobre la responsabilidad de Irán en la masacre de la AMIA, algo que políticamente no le suma sino que le resta muchísimo en la consideración popular y que sin embargo se lo decide hacer igual. La razón es simple y sólo no la ve quien no la quiere ver. Ya la anunció el presidente ecuatoriano Rafael Correa cuando vino en diciembre pasado a la Argentina, y minimizó el atentado de la AMIA, frente a los atentados del "imperialismo".
Cuando Cristina al anunciar el acuerdo con Irán dijo que jamás permitirá que "la tragedia AMIA sea utilizada como pieza de ajedrez en el tablero de intereses geopolíticos ajenos", estaba continuando lo que dijo Correa: que el peligro no es Irán sino los que lo atacan. Eso es lo que hoy el oficialismo está imponiendo en la Argentina: no se trata de destrabar la investigación del crimen de la AMIA sino de destrabar la relación con Irán, porque sin un acercamiento a ese país que hoy el "bolivarianismo" considera su principal aliado en la lucha contra el "imperio", es imposible intentar liderar o co-liderar ese grupo de países luego de que Chávez y los Castro se vayan retirando por razones biológicas.
Cristina ha decidido que intervenir internacionalmente desde esa posición geopolítica es la única que puede fortalecerla internamente. Que el día que los alambres morenistas ya no alcancen para conducir la economía y el día en que ya no queden medios independientes, aún así sin un claro liderazgo dentro de los países bolivarianos (que son los que están llevando a la práctica todos los recursos imaginables e inimaginables para las re-elecciones hasta la muerte de sus líderes), ella no podrá lograr su ansiada re-reelección.
O sea, otro modo de seguir haciendo lo que siempre se hizo en la era K, el uso de la política internacional para la política interna, del mismo modo que se usa la historia para ponerla al servicio del presente. La re-reelección bien vale todo lo que se está haciendo. Pero, realmente ¿lo vale?
Los alambres con los que Cristina ata su reelección
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