Croacia no agrada solamente por lucir una camiseta que se asemeja a un tablero de ajedrez. En el césped de Kaliningrado demostró ser un equipo serio, trabajado y voluble. Es cierto, no tuvo un dominio abrumador sobre Las Súper Águilas, pero supo dejar atrás los nervios del debut mundialista (y el lastre de veinte años sin cosechar una victoria inicial) y mostró una identidad específica y aceitada.
El equipo de Dalic sabe a qué juega, tiene nombres (la mayoría de los convocados juegan en los equipos más importantes de Europa) y un grupo de hombres con espíritu de soldados que no escatima esfuerzo. El jueves en Nizhny Novgorod, Argentina no tendrá margen para el error y el escollo resulta complejo por donde se lo mire.
Luka Modric es el director de la orquesta. Domina la presión, los espacios y es el que decide a qué juega Croacia. No por nada, ayer ante Nigeria, la FIFA lo eligió como el Jugador del Partido. Tiene un socio implacable en Iván Rakitic -compañero de Messi en Barcelona- quien lo complementa en ese doble cinco que es la envidia de cualquier seleccionado, y de Jorge Sampaoli en particular.
Desde esa génesis luce equilibrado y versátil. Ayer comenzó con un 4-2-3-1 que va al frente y suelta permanentemente a los laterales. Pero cuando pierde la pelota, se agrupa rápidamente en un 4-4-2. Atrás es fuerte y adelante apuesta a la velocidad de Peric, Rebic, Kramaric y la presencia amenazante de un goleador como Mario Mandzukic.
Cuenta con otra gran virtud: su capacidad aérea en beneficio de las situaciones de pelota detenida. La presión es toda nuestra.