Se llegó al final del recorrido y no de cualquier manera. Fue como se planteó desde un principio y con exigencias autoimpuestas: Gimnasia no debía traicionar su esencia.
Hubiera sido una puñalada trapera a su historia, un lagrimón en la mejilla del Víctor. Había que hacerlo con altura, con exquisitez y que no quedaran dudas.
Las estadísticas arrolladoras pintan la campaña de cuerpo entero: 14 victorias en fila como local (80% de efectividad), marcó 62 tantos (un demoledor +36 en diferencia de gol) y Alasia acumula 612 minutos sin recibir goles en el Legrotaglie.
Sólo en 6 de los 32 partidos que disputó mordió el polvo, tiene en Taborda un goleador implacable (marcó 16 goles en 17 partidos) y goza cada vez que Oga le hace mimos a la redonda.
De esta manera se llegó a la última estación del recorrido, casi como lo hubiera soñado el más exigente hincha, ese que fue capaz de deleitarse con Los Compadres en los viejos Nacionales.
El Lobo mira para atrás y contempla lo largo y duro de ese tormentoso camino que ya dejó atrás. Infla el pecho, voltea la cabeza, y vuelve a mirar hacia el frente.
Sólo una estación para llegar a destino, sólo un paso más para que todo el esfuerzo tenga real valía, sólo una semana separa el éxtasis de la desazón, sólo el más apasionado de los hinchas puede explicar lo que significa acuñar en el pecho ese puñado de emociones contenidas.
En los últimos 90 minutos se tocará el cielo con las manos o se descenderá al peor de los infiernos. No hay punto medio. Porque así lo vive el hincha, porque así de ingrato es el fútbol.
El Lobo ya palpita la previa, la cuenta regresiva, siente el hormigueo en la panza. Sensación única, preciosa turbación.
