Así como los habitantes de zonas costeras con conciencia de la riqueza que tienen velan por la no contaminación del mar, los pobladores que vivimos al pie de las montañas deberíamos resguardar y amparar ese rico ambiente que es el pedemonte.
Tristemente el mes pasado vimos como el fuego devoraba cientos de hectáreas al oeste de la ciudad, causando un incalculable daño ambiental.
Todo con el agravante de que los servidores públicos y efectivos voluntarios tuvieron que enfrentar largas horas de labor y pasar por determinados riesgos no exentos de gravedad.
Uno de esos esos testimonios especializados pertenece a Elena María Abraham, investigadora principal del Conicet y calificada especialista en desertificación y ordenamiento territorial, quien de manera didáctica sostiene que "entre los impactos y conflictos más importantes (en el pedemonte) se encuentra en primer lugar la urbanización acelerada y no planificada, no adaptada al ambiente pedemontano. Se caracteriza por un alto impacto y degradación ambiental, mal uso de los escasos recursos de agua y suelo, destrucción de la vegetación natural, aceleración de la escorrentía y degradación del paisaje".
La estudiosa añade que "el empobrecimiento de la cubierta vegetal por la presión antrópica (humana) generada por el crecimiento desordenado y acelerado de la ciudad de Mendoza sobre este ambiente, acelera cada vez más el escurrimiento de las aguas, magnificando la violencia de los aluviones. A los impactos generados por la urbanización se suman los incendios provocados (por intención o por negligencia). Los incendios sobre el pedemonte son difíciles de combatir por las condiciones naturales de inaccesibilidad".
Una vez declarado el fuego, produce impactos profundos en el sistema. La vegetación natural, xerófila, adaptada a condiciones de sequedad, es un elemento altamente combustible. A esto se agrega la inexistencia de fuentes de agua y, si las condiciones meteorológicas no ayudan y se suma la presencia de vientos (como ocurrió en esta emergencia), se generan condiciones que hacen que la lucha contra el fuego sea muy difícil".
Los impactos ocasionados por los incendios de campos son muy graves y afectan a todos los componentes del ecosistema. "Acá ya nada va a volver a ser lo mismo, por más lluvias y reforestación que se haga", fue el comentario del puestero Roberto Rodríguez, quien vive en la Puerta de la Quebrada del Manzano, apenas a metros del base del cerro Arco, de hace cuatro décadas.
Es importante destacar que la Secretaría de Ambiente de la Provincia, el Instituto Nacional del Agua y la UNCuyo se han unido para remediar, en la medida de lo posible, las zonas afectadas. Afectación que no solo alcanzó a la cubierta vegetal y arrasó el pasto para el ganado vacuno de los lugareños sino que dejó sin alimentos a otros integrantes de la fauna del área, especialmente aves.
El riesgo de incendios en estos ambientes siempre será una amenaza, por eso es importante que el Estado endurezca la penas a los dueños de campos que no hagan picadas "corta fuego" en sus terrenos.
La creación por la Justicia mendocina de la Fiscalía Especial de Delitos Ambientales (iniciativa del diputado Marcos Niven), dotándola de personal e infraestructura, también contribuiría a combatir el flagelo de estos siniestros.
Sabemos que con esta y otras medidas no basta, porque la posibilidad de desarrollar un fuego arrasador a partir de las brasas mal apagadas de un inocente asado, son muy grandes en la vastedad del territorio a controlar. Pero hay que sumar todos los esfuerzos y propender a que los usuarios de estos parajes sean los principales custodios de las serranías.
Asimismo debe valorarse la actividad que cumplen algunas ONGs que protegen e ilustran sobre nuestros sitios de montaña, como entre otras la Fundación Pedemonte, con base en las cercanías de Villa Marista, no muy lejos de donde ahora el terreno está carbonizado.
