El tiempo no hace más que engrandecer la figura del general don José de San Martín, aquel al que un escritor argentino caracterizó a mediados del siglo XX como quien representaba un gran salto en la evolución del espíritu humano, al unificar su obra con su persona. Una gesta grandiosa producida por un hombre igual de grandioso.
Cada época tiene sus problemas y es en base a las cuestiones de nuestro tiempo con las que leemos las lecciones que la historia nos ofrece. No se trata de inventar una historia para cada época, sino de aprovechar lo mejor del pasado para lo que necesita ser mejorado en el presente. En ese sentido, San Martín fue, es y será un manantial fecundo de aprendizajes, hoy, ayer, mañana y siempre.
Cuando la Argentina recién nacida a la independencia estaba comenzando a dividirse internamente generando las facciones que nos seguirían impidiendo la unidad a lo largo ya de más de dos siglos, el prócer miró hacia afuera en vez de encerrarse en los odios internos.
Y además se interesó por buscar y/o construir síntesis en vez de estimular las contradicciones entre argentinos o de éstos con España.
Porque, lo hemos dicho en más de una oportunidad, don José de San Martín no vino a la Argentina para pelear contra España sino para traer a la nueva tierra lo mejor de la cultura hispánica. Expulsar al colonialismo era condición sine qua non para que, ya en libertad, los hijos de esta tierra asumieran su herencia y la perfeccionaran, con hidalguía y dignidad pero sin odios algunos.
Se hacía imprescindible así, para asegurar la libertad nacional, que se forjara la libertad continental, porque una sin la otra no podrían ser posible. No fueron muchos los que entendieron eso, ni aquí ni en otros lugares de América, porque los forjadores de patrias chicas que disputaran unas contra otras eran muchos más en las elites dominantes, que los que querían unificar América para luego expresar las peculiaridades, las particularidades, pero ya integrados al seno de un continente que nos acogiera a todos y nos diera la fuerza necesaria para plantarnos humildes pero orgullosamente frente al mundo.
Precisamente por querer una América grande y por combatir contra la madre patria en nombre de la independencia pero sin negar la herencia y sin acumular el menor odio o resentimiento, es que San Martín en su momento no fue comprendido por sus iguales sino en mínimas expresiones. Mucho más que las elites independentistas, lo hicieron suyo los pueblos que fue liberando, los cuales ofrecieron su sangre y lo mejor de sí para conquistar la libertad en serio, la que busca la unidad hacia el futuro para el crecimiento armónico en vez del aislamiento donde todos sospechan de todos.
San Martín hizo política porque la guerra es una de las formas de aquélla. En ese sentido desarrolló tácticas y estrategias donde la inteligencia fue más importante que el poder de las armas. Pero no obstante, el gran patriota no tenía ambiciones políticas en el sentido de gobernar una nación. Que eso fue lo que no le entendieron sus contemporáneos. Supusieron que con todo el poder acumulado al conducir la guerra de liberación, trataría de convertirse en un líder personalista para conducir los destinos políticos de la nación liberada del dominio extranjero. Pero San Martín jamás pretendió eso, nunca fue su vocación; no obstante la mera sospecha de que podría intentarlo hizo que debiera recurrir al exilio ya que las desconfianzas hacia su persona le impidieron afincarse en algún lugar de su patria desde donde poder realizarse humanamente y a la vez servir con sus consejos producidos por su experiencia en la construcción de un país mejor.