Adrede, demoró su entrada. Todos los invitados, incluido su "enemigo", se habían sentado y sólo restaba que ingresara Ella, cuando Él entró. Mano derecha semilevantada con palma hacia la popular, miró hacia allí y sonrió ganador cuando saludaron su aparición con un aplauso y un cántico ("Flacooo, Flaco, Flac...) que quedó interruptus ante la indicación de ese fantasmal maestro de ceremonias que sabe de qué se trata, o pareciera saber cómo viene la mano.
Bajó entonces la cabeza y se sentó, en primera fila, entre un gobernador noroccidental y el flamante joven funcionario al que ya le atribuyen ser el nuevo "monje negro" de los inquilinos de la casa del poder.
La escena sucedió en el Salón de las Mujeres del Bicentenario, primer piso de la Casa Rosada, al atardecer del lunes pasado. Menos de veinticuatro
horas después, el protagonista de aquella anécdota se enteró por el televisor de su despacho de la planta baja de la Rosada, y por boca de su "enemigo", que quien había sido su principal promotor sería quien acompañará a su "enemigo" como candidato a vice. Los personajes de esta pequeña historia se llaman, por si fuera necesario identificarlos: Florencio Randazzo, Daniel Scioli y Carlos Zannini.
De seguro que por tratarse del oficialismo, esta sería la única interna política de trascendencia, en las vísperas de la instancia decisiva hacia las presidenciales del 25 de octubre venidero: la presentación de las listas de candidatos que expirará hoy a la medianoche. Pero también en el principal frente electoral de oposición (Cambiemos) se cocieron habas.
Primero, el oficialismo. No por ser tal sino por lo que está en juego, después de doce años en el poder, sin posibilidad de elección para un Kirchner, ni para un candidato natural hijo de un "proyecto" que, como sea, volvió a hacer primar la política por sobre los poderes fácticos.
Reconocida como conductora, aun a regañadientes por los peronistas más ortodoxos, Cristina Fernández primero dejó jugar a todos los que se sintieran sus potenciales sucesores (recuérdese la casi decena de precandidatos de fines de 2014); después pidió "baños de humildad" en el que se bañó la mayoría. Y al final, talló: jugó su pieza mayor, Zannini, como compañero de fórmula de quien hasta ahora ha sido un acompañante, no un conductor kirchnerista.
¿Qué razones tuvo para intervenir así? Pese a todos los apoyos con los que contó en su gestión, clave en el sector ferroviario, la precandidatura de Randazzo no terminó de ganar competitividad frente a la de Scioli: en una Paso, el gobernador habría obtenido dos tercios de los votos, dejando heridos políticos en el camino. Tampoco Randazzo era una precandidato genéticamente kirchnerista como para jugarse al todo por él.
"La movida de Cristina ordenó la interna", explicó un operador sciolista, otrora kirchnerista, del sector de Julio De Vido. La fórmula Scioli-Zannini sintetiza en definitiva los alcances y las limitaciones de lo que ha sido políticamente el proceso abierto en 2003: los gobernadores y sus pares intendentes justicialistas del Gran Buenos Aires, expresados en Scioli; las fuerzas políticas emergentes de 2001 y las que buscan emerger, como La Cámpora, que encarnan en Zannini.
¿Una síntesis, la fórmula, de un equilibrio de fuerzas entre el viejo y el nuevo peronismo? Ninguno duda de que con Zannini de vice, más la primera minoría propia, cristinista, en Diputados y en el Senado, la Presidenta apuesta a que "el proyecto" sea reelecto. No quiere ser la mariscal de la derrota para después volver.
Jugar al alfil Zannini, por supuesto, dejó herido a Randazzo. Sus días parecen contados al frente de Interior y Transporte, después de desairar a Cristina, al tiempo que reconocerle dialécticamente su conducción. Randazzo se sintió jugador-ganador de las grandes ligas, aun cuando nunca ganó una elección.
Sólo respetó la máxima peronista de no sacar los pies del plato, pero desairó el ofrecimiento de ser, nada más y nada menos, que el candidato único a gobernador bonaerense, con todas las de pelear, si no de ganar (financiamiento autónomo de la Nación para los próximos años).
Si ajetreadas fueron las vísperas del cierre de listas en el oficialismo, no menos lo fueron en la oposición. Sobre todo en Cambiemos, después de confirmar que habrá Paso entre las fórmulas del Pro, UCR y Coalición Cívica, como manera de diferenciación "democrática y republicana" del "dedazo" cristinista que ungió a Scioli-Zannini. Hasta último momento, incluso, el Pro cabildeó su fórmula para la Rosada y para la gobernación bonaerense.
Finalmente, el principal referente de la oposición, Mauricio Macri, terminó por confirmar su tesitura: irá a la pelea electoral sin dar lugar a una Paso inclusiva de toda la oposición, como lo quería el ¿tercero? en discordia, Sergio Massa. Las urnas dirán si la apuesta sirvió o no para forzar a Scioli-Zannini a una segunda vuelta, hoy ausente en los cálculos del oficialismo.