La corrupción e impunidad (la falta de justicia) destruyen la confianza y la buena fe, que son la base de todo tipo de relación social, al mismo tiempo que disminuye el valor de la verdad.
Un reciente estudio del Instituto de Ciencias Sociales y Disciplinas Proyectuales de la UADE, afirma que el 90% desconfía de los políticos, el 89% de los sindicalistas, el 84% de los funcionarios públicos, el 81% de los jueces y el 57% de los periodistas.
La corrupción es un delito, es ilegal y es inmoral. Es una transgresión a la ley y a la moral, y la mayoría de la gente lo ve así, cuando su sociedad está sanamente constituida.
La alta tolerancia a la impunidad y a la corrupción es una patología social ya que, por definición, en el macro sistema social no puede existir la inmoralidad, la ausencia de Justicia y de normas morales como algo normal, es decir que sean aceptadas por la mayoría de la población, y éste es hoy nuestro caso.
Una sociedad, en un determinado momento de su evolución, puede ser patológicamente corrupta e inmoral. Ha pasado muchas veces en la historia humana.
Hoy la Argentina está en el lote de los países más corruptos del planeta.
En nuestra sociedad, la sanción legal a la corrupción ha quedado como un adorno que hipócritamente nos dice que hay límites que no conviene pasar. A su vez, la impunidad ha generado una ilusión, una fantasía, que genera formas de pensar tales como “a mí no me puede pasar nada”, “no tengo límites”, “puedo hacer lo que me parezca o crea”, “soy omnipotente”, “ si me cubre Fulano o Mengano, a mí nadie me toca”.
Luego, esto se ha disfrazado con los más variados pensamientos de acción política, de patriotismo, de pensamientos libertarios y, en algunos casos, hasta de ideologías revolucionarias, lo que ha generado ideas, valores y creencias que han hecho decir a personajes políticos, periodistas, intelectuales y gente del ambiente artístico: “sin dinero no se puede hacer política”, “no se puede combatir o destruir a los monopolios, corporaciones o al imperialismo”, “permite luchar contra los ricos”, “no nos dejaron otra alternativa”, “con muchos empresarios como Báez el país pasa adelante”, “necesitamos los Lázaro Báez para construir una burguesía nacional”, “tal vez no tuvimos las herramientas o no logramos perseguir eficazmente la corrupción. Tal vez debimos haber avanzado más en algunos controles y sistemas anticorrupción” o los increíbles “yo no fui” , “yo no sabía nada de la corrupción K” (un ex jefe de gabinete).
El kirchnerismo y el cristinismo, que fue su versión no corregida y aumentada, pudieron así construir un inmenso poder con base en la mentira durante tanto tiempo, con el encubrimiento de parte de la Justicia, la connivencia del resto del peronismo y de gran parte de la clase política, medios de prensa y eludiendo todo tipo de controles.
A esto se sumó la existencia de nuestro tradicional pensamiento mágico, vinculado a la fe ciega en el líder, el salvador mágico de todos los males a los que somos tan propensos, al mismo tiempo que nuestra predisposición al autoritarismo y persecución del otro.
Pero qué le pasó a la gente cuando vio tanto dinero en una mesa, en un banco, en bolsos reboleados... ¡pudo ver y comprobar la corrupción. Se hizo visible!
De modo que cuando la gente pudo ver el dinero, pasó de algo que no se veía, ya que el acto corrupto es siempre oculto, a verlo concretamente.
Pasó de no saber nada, de mirar para otro lado o de creer que lo inventaban la prensa o algunos políticos fuera de sus cabales, a la realidad concreta del dinero en fajos y esas imágenes reales y concretas generaron una conciencia inmediata en muchos.
Así, de la fe ciega en el líder y sus colaboradores, se pasó a sentimientos de engaño (con la indignación y bronca que conlleva), de desamparo, decepción, culpa y vergüenza.
En los que se habían opuesto al kirchnerismo, generó mayor indignación y bronca.
En muchos militantes K se pasó a la negación porque les va en ello, su integridad como personas o su estabilidad psíquica: “No se puede ser tan bruto (por los bolsos de López)”, “solo vi gente contando plata”, “Clarín miente”, “no es cierto”, “hasta que la Justicia no se expida son inocentes”, “son/ somos perseguidos políticos”. Se aferraron aún más a su ideología, convicciones, valores y creencias, por lo que es esperable en mucha de esta gente un aumento de su ira o violencia, según procese cada uno la negación.
Todos sentimientos que conforman una carga de negatividad, desesperanza falta de confianza y de fe, que hacen presagiar un aumento de la grieta y la desunión entre nosotros.
Al mismo tiempo, desde el lado positivo, ver la corrupción de manera explícita puede haber fijado un límite o techo a la tolerancia de la corrupción e impunidad estructural
Si fue el punto de inflexión, “el nunca más”, se podrá evaluar en las próximas elecciones del año que viene.
De ahora en más, hay tres actores sociales involucrados que les compromete lo que le queda de prestigio, responsabilidad social y de integridad: son los jueces, fiscales y políticos.
Si la Justicia no actúa y no aplica sanciones ejemplares, el ciclo perverso y patológico nos llevará a la próxima crisis, que será de mayor magnitud.
Por su parte, la clase política, está frente a un dilema: o sanciona leyes que combatan la corrupción y desarticule el actual sistema legal que (por omisión y prácticas jurídicas anacrónicas) permite que se haya llegado a este estado o, por el contrario, no lo haga para que todo siga igual.
Y esto es un verdadero dilema porque en cualquiera de las dos opciones que asuma, el proceso va directamente contra lo que hoy es.