Trenes
Paseo por mi casa y me detengo en cada estufa. Pienso en todas las estaciones de tren que no visité, porque nací en una ciudad donde desmantelaron los trenes y no tengo los huevos suficientes para viajar a donde sí los hay.
Me imagino en el andén, ese limbo imaginario entre el que espera y el que sabe lo que quiere. Yo soy de los que aguardan a que un bocinazo les avise que viene la próxima formación a sacarlos del hastío. Hay otros que se atreven a pisar la línea amarilla sin sacarse los auriculares ni mirar a los costados.
Supongo que todos coincidimos en que la vida es la sala de espera para la muerte. Se me cae la baba cuando veo a los que -en vez de leer una revista hasta que los atienda la parca- se paran de manos y viven.
Mientras tanto, yo estoy en tratativas para salir del club de los que se quedan arrinconados esperando que se les acabe el saldo y los baje el guardia.
Estoy estancado en una ciudad que no tiene ni trenes, ni andenes, ni mi nombre pidiéndote que vuelvas en alguna pared descascarada.