Las últimas gotas ya se despiden de las canaletas de hojalata cayendo sin ruido sobre la piedra gris del andén.
El techo a dos aguas de la vieja estación brilla, recién lavado, mientras las nubes se abren con pereza y el sol empieza a asomarse iluminando el sinfín de tonos de ocre de las hojas caídas.
Casi un mes, piensa sorprendida. Casi un mes pasó desde que los dos llegaron al mismo andén para despedirse. Por poco tiempo, acordaron. "Días" registró ella que él había dicho claramente.
Sabían mucho uno del otro, creían. Sabían tanto, que parecía todo. Ese saber fue el que fluyó cuando ella le dijo "te amo" por primera, dulce y tímida vez.
Y por primera vez probó la desconcertante rigidez del brazo, la expresión de asombro apenas disfrazada y la mudez elocuente del que partía. El tren se puso en marcha y el ruido intenso sirvió apenas de telón a la escena no resuelta.
Lluvia, andén, hojas de otoño y aquella mirada neutra. Todo confluye en sus recuerdos ahora, bajo el mismo techo a dos aguas y frente a la misma vía gastada.
La vía que, lo sabe ya hace un rato, no lo va a volver a traer a su lado.