Florecer
Ya era primavera. Ese día, se puso el vestido violeta con florcitas amarillas y se levantó el flequillo para un costado con una hebilla a lunares.
Después, escribió dos cartas: una para Zoe, su mejor amiga, y otra para Fede, el chico de 2° B que le gustaba. En la primera, escribió con letra rebelde y fuera de los márgenes: Te quiero, sos la mejor. Gracias por prestarme tu vestido favorito. Y firmó con un garabato parecido a un corazón. En la otra, dibujó una flor y pintó los pétalos con todos los colores que encontró en la cartuchera. A las dos las dobló lo más prolijo que pudo, las selló con un beso y las guardó en el bolsillo secreto de la mochila azul con rueditas. Algún día, iba a tener una más bonita, como la de Zoe.
¡Ya está la comida, Juli!, le avisó la madre desde la cocina. Aunque tenía hambre, no se movió de la habitación. En un gesto de deliberada frustración, se sentó en la cama, se cruzó de brazos y estiró un puchero.
Juli, ¿qué te pasa? -preguntó la madre, amargando el tono de voz-. ¿Otra vez con lo mismo? Cambiate y vení a comer, que se hace tarde para ir a la escuela.
El pedido, ¡ese pedido!, desencadenó el escándalo. Un diluvio salado marchitó las florcitas amarillas del vestido. Entre hipos y sollozos, y a los gritos pelados, le rogó a la madre una vez más: ¡No me digás más Julián! ¡Te dije que me llamo Flor!