Es común. Siempre pensás las mejores cosas cuando no tenés papel ni lapicera para escribirlas. De esa forma, al fin de cuentas, en tu fuero interno estarás convencido de que tus ideas menos difundidas son las mejores. Así, lejos de la mediocridad, intuirás sistemas de pensamientos y versos formidables que has concebido en lo más íntimo de tu cerebro. Entonces, “saldrás invicto”. Habrás conocido el Cielo y la Tierra. Serás el agua, el viento, la tierra y el fuego. Tratarás de la misma forma a Dios y al d(D)iablo. Conocerás los secretos más oscuros (y los más claros) del poder hegemónico de turno.
De esta manera, tu vida será una colección de pueriles intentos y fracasos sin fin que jamás te representarán. De esta manera, tu mundo interior será el único válido -éste sí genial, inabarcable, interminable-. De esta manera podrás compensar lo que Es con lo que No Es o, lo que es lo mismo, leer el diario.
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No tenía miedo. Sólo tiritaba. Iba a la plaza y se sentaba a leer. Leía por horas. Había visto a otrxs hacerlo. Y había captado el aura que se generaba alrededor del lector, de la lectora. Jamás había visto una bala atravesar el corazón de alguien que estaba leyendo. No tenía miedo. Sólo especulaba.
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Todxs saben que unx debe focalizar la atención en una sola estrella durante unos segundos para que aparezcan todas las otras. El cielo también tiene sus egos.
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La noche es la existencia más frágil que existe. Y como todo lo frágil, da la sensación de ser todo lo contrario. Sin embargo durante milenios los guardianes de la noche la cuidan de la única forma en que ella lo permite: mirándola.
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No soportaba ver en las películas -o leer en los relatos- que escribientes arrugaran sus papeles escritos y los tiraran. En esos momentos -y sistemáticamente- se recibía de no-escritor.