Miguel
Miguel se cansó de todo, se cansó del mar y del viento que golpeaba la puerta negra al anochecer, del ruido de la fábrica al lado, de los momentos donde el sol se escondía para dar lugar a nubes de telgopor que cubría los cielos de un teatro pasajero. Al cruzar la calle fumó y largó la humareda al viento, pensó en los días del laburo, en los días que le tocaba llegar comer y dormir para mañana volver a seguir. Un perro le mordió los tobillos y él le pegó con la punta del zapato y el perrito salió aullando, lo vio correr y doblar la esquina, había olor a asfalto y sabía que enero traía perfume de otros lados, lluvias, jazmines y cosas así. Caminó y saltó para esquivar la acequia... La novia cantaba al atardecer mientras corregía tareas, un día ella recordó una vieja canción y la tarareó, los pajaritos que la vecina tenía encerrados en una jaula la acompañaron, -La libertad se parece a cantar-, decía. Siempre se sentaba en un rincón en una mesita y estaba horas poniendo notas y cantando para ella. El vidrio está sucio, pero puedo ver el jardín, deben ser las 6 o 7 de la mañana, en dos minutos sonará el despertador y voy a preparar café con pan, azúcar y desayunaré con mis problemas y leeré las noticias, revisaré las redes, leeré algún whatsapp y me consumiré en Internet.
Cruzó la acequia y largó el cigarrillo lejos, hacía mucho que había dejado el porro y ahora iba por los puchos, estaba cansado. En una esquina se subió a un micro, más allá, los milicos pararon el coche y subieron, empezaron a pedir documentos, se acordó de Gustavo, el compañero de banco de la primaria, que ahora tenía un sendo bigote negro sobre los labios y le pedía el documento, lo hicieron bajar, y Gustavo, lo llevó a un rincón:
-¿En que andás?
-¿Todo bien, qué pasa?- Respondió Miguel.
–No, ¿en qué andás?- repitió Gustavo serio. Un silencio pobló el lugar y Miguel sintió que el micro se iba.
-¿En qué andás?- esta vez Gustavo frunció el ceño -... ¿Andás con los zurdos?- . Gustavo se tocó el bigote con lentitud, Miguel colgó un cigarrillo en los labios, lo encendió lento.
-¡Y a vos qué te importa!- le contestó Miguel y sintió un golpe seco en el estómago que le voló el cigarrillo lejos y que lo hizo doblarse como una serpiente.
-¡Te salvaste gil! Espero que la próxima te encontrés con alguien que te conozca, dijo bruscamente Gustavo. Se subió a un Falcon y se fue.
El jardín parecía lleno de rocío, el vidrio estaba sucio y solo le pasó la mano, agarró un cigarro y lo encendió, y después sintió los pájaros cantar sobre una ramitas afuera, no le dio bola, pero cantó lo que sonaba en la radio… porque era como la libertad.