Aguante la ficción: beber con moderación

Aguante la ficción: beber con moderación
Aguante la ficción: beber con moderación

Se despierta desorientado. Ésa no es su cama, aunque la textura de las sábanas y la dureza del colchón le resultan vagamente familiares.

No sabe qué día es y menos, qué hora. Una semioscuridad que percibe protectora apenas le permite ver las señales que necesita para ubicarse.

Hay sangre en la almohada. Unas cuantas gotas gruesas a medio secar. Pero no es suya, no tiene dolor ni heridas evidentes. Sí se palpa otras manchas viscosas en su rostro y cuello, que adivina como sangre.

Lo atacan sensaciones que de tan contradictorias rozan el absurdo: una energía rebosante habita su cuerpo generando una tensión extrema en sus músculos y un sentimiento de invulnerabilidad arrollador. Como si le hubieran inyectado algún estimulante sobrenatural. Mientras, en oposición a tanto poder latente, su cerebro deambula en una niebla espesa, buscando obsesivamente un rayo de luz que lo lleve a comprender.

Se levanta para ir al baño, registrando en simultáneo los mensajes desordenados que vienen o de objetos desconocidos, como ese cuadro sombrío, o de otros que dejan traslucir sutiles cargas de afinidad con un entorno que pueda llamar propio.

Aunque sigue consciente de que la penumbra le da algún tipo de contención maternal, al llegar al lavatorio tantea hasta encontrar la llave y enciende una luz.

Al no ver su imagen reflejada en el espejo, la bruma cognitiva se disipa de repente y Nosferatu se deja invadir por la certeza.

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