Amor elevado… al cuadrado
Desde el principio fuimos una pareja de dobles personalidades; cuando peleábamos por ejemplo, éramos 4. Sí, se generaban algunos problemas: durante las reconciliaciones, inevitablemente, alguno se caía de la cama ante la combinación de euforia con falta de espacio.
El tiempo pasaba e íbamos sumando más y más “nosotros” pues nuestros dobles quisieron también tener los suyos. Un día nos dimos cuenta de que ya no entrábamos en el monoambiente: nos habíamos vuelto 16.
Y no se detendría allí la ambición multiplicadora. Durante una memorable jornada de furia, recuerdo, los 256 nos trenzamos en despiadada batalla (debimos formarnos en divisiones y escuadras para organizar los esfuerzos).
Pese a la crueldad del combate, no se perdió ni una sola vida. Lo cual hubiera sido, en un punto, deseable, hasta beneficioso: la orgía con la que celebramos el fin de la contienda sumó 56.536 voluntades. Y, como cabe suponerse, un número así se escapa de las manos.
Demasiada intimidad
Apenas nos conocimos quiso saberlo todo sobre mí. Y, aunque no del todo convencida, le dije cómo me llamaba, cuantos años tenía, de qué signo era, mi estado civil y dónde vivía. Se interesó por mis amigos y por mis ex compañeros de la secundaria, quiso saber de mis hermanas, conocer a mis primos... Quería ver fotos, me preguntaba quién era cada uno de los que sonreían a la cámara y dónde habían sido tomadas. Todo eso me hacía sentir importante, halagada, lo admito. Reconozco también que mi relación con él, últimamente, me ha llevado a experimentar los síntomas de la paranoia. Ahora, por ejemplo, estamos pasando por una crisis, justamente por sus intromisiones en mi vida. Ha llegado a incomodarme que sepa todo de mí; me molesta especialmente que cada día me pregunte qué estoy pensando o qué opino sobre los pensamientos de los demás, si me gustan, me encantan o si, por el contrario, me enojan.
Ay, este Facebook, algo me dice que lo nuestro tendrá que terminar muy pronto.