Nuevas investigaciones muestran que el aumento de un grado Celsius en la temperatura de la atmósfera terrestre lleva a una baja en el rendimiento de las cosechas de aproximadamente 10 %; esto significa que un mayor incremento de la temperatura devastaría la producción agrícola. Este fenómeno se está produciendo en China, que es el mayor productor mundial de alimentos desde 1998.
Según estudios publicados recientemente, la variación de la temperatura en el mundo entre 1880 y nuestros días fue de 6% de aumento promedio, pasando de 13,9 a 14,7 grados Celsius. Esto se debió en gran parte a que la atmósfera terrestre fue invadida por toneladas y toneladas de dióxido de carbono (CO2) a partir de los inicios de la Revolución Industrial, a fines del siglo XVIII, y hasta la actualidad, período en que el aumento fue de 280 a 375 ppm (partes por millón).
Paralelamente, y en las últimas décadas, varios países con altos niveles de crecimiento poblacional están demandando mayor cantidad de granos. Por ejemplo, en 2004 China compró ocho millones de toneladas de trigo y su déficit actual total de granos podría estar en el rango de 30 a 50 millones de toneladas.
Japón y China son los grandes importadores de alimentos del mundo. El primero de ellos bajó su producción de granos en 50% en los últimos años para estar en solo 8 millones de toneladas en 2004, al mismo tiempo que subió su importación a 34 millones de toneladas en ese mismo año.
Esto representa un aumento de más de 60% con referencia al promedio de los últimos años en ese país. Hoy Japón importa 70% de los granos que consume. Importando, ambos dejan de consumir agua en agricultura y la dedican al consumo y la industria, que es su fuerte, transfiriendo de ese modo a otros países la presión por este recurso.
En otra parte del mundo, Brasil es el país de mayor potencial en desarrollo agrícola; él, por sí solo o potenciado con los países del Mercosur, principalmente la Argentina, pueden compensar comercialmente ese ávido mercado de alimentos en Asia.
Pero, los dos grandes productores suramericanos solos podrían lograr un explosivo crecimiento de sus producciones agrícolas merced a la destrucción de bosques, como en el caso del Amazonas o del bosque chaqueño en menor medida, lo que significa crear una crisis ambiental para resolver otra.
Sin embargo, las soluciones de aprovisionamiento alimentario deben venir principalmente por el lado de la tecnología, bajo el rótulo de una segunda revolución verde a través de nuevos fertilizantes o de la propia genética, sobre la cual todavía hay mucho por investigar en función de los nuevos requerimientos mundiales. De todos modos este logro no sería posible sin un mayor y más racional uso del agua de riego.
La presión sobre el agua continuará debido a lo explicado y a la baja de los stocks mundiales de granos registrada en los últimos años, situación que está relacionada de manera directa al explosivo consumo alimentario, provocado por el crecimiento poblacional del mundo en los últimos 50 años.
Los recursos agrícolas están íntimamente relacionados con el agua, y cualquier tecnología de crecimiento de éstos no podrá ser completada sin ella; de hecho, la agricultura consume 70% del agua dulce del planeta, cualquiera sea la fuente que la albergue, ya sea de superficie, acuíferos o freáticas. No debemos olvidar que para producir una tonelada de granos se requieren 1.000 toneladas de agua analizada y en muchos casos tratada.
Es evidente que no pudiendo extender mucho las tierras cultivables en razón del crecimiento de las ciudades, pero también respetando la biodiversidad y los bosques como necesarios para mitigar la cada vez mayor emisión de dióxido de carbono en la atmósfera, se hace imperioso ser más eficientes en el aprovechamiento de las tierras ya cultivadas.
Los países de cultivo extensivo que por razones de la fertilidad natural y el tamaño de sus territorios han tenido históricamente rendimientos promedio, por ejemplo para el trigo de entre 1,2 y 2,2 toneladas por hectárea, deberán ahora mejorar su productividad. Allí se incluyen los clásicos países cerealeros como la Argentina, Australia, Canadá, Rusia y Kazajstán, entre otros, que tal vez deban seguir los métodos aplicados en la revolución verde para llegar a más de 5 o 6 toneladas por hectárea.
Uno de los grandes factores de la revolución verde en el mundo fue el descubrimiento del nitrógeno atmosférico N2 y cómo éste podía fijarse a la tierra a partir de la descomposición del gas natural. De allí se obtuvieron productos como la urea, que más tarde fueron aplicados en la composición de fertilizantes químicos dando notable riqueza a las tierras cultivables como uno de sus principales nutrientes.
El riego intensivo en millones de hectáreas, comparado con el rendimiento por hectárea ha producido, según la FAO (siglas en inglés de la Organización de la ONU para agricultura y alimentos), importantes progresos en la eficiencia agrícola a partir de la década de los cincuenta pasada.
Lester Brown y muchos otros gurúes ambientales sugieren que, de seguir la tendencia de crecimiento de la población mundial en la cadencia de los últimos años, habrá un agravamiento de la pobreza hídrica y estará comprometida la seguridad alimentaria.
Por eso su propuesta es mantener estable la población mundial en el orden de los 7.000 millones de habitantes durante, por lo menos, los próximos 30 a 40 años, como importante premisa de mantenimiento del equilibrio actual entre población y medios de subsistencia.
La lucha que se avecina para los próximos años es la tendiente a conservar las tierras cultivables, su fertilidad, los componentes de siembra y el agua.
10% de la superficie de tierra es usado para la agricultura, 20% son pastos naturales y otras producciones diversas, otro 20% son florestas, y el 50% restante son montañas o desiertos, algunos de ellos, en expansión hacia las zonas de siembra y pastos verdes.
De todos modos, todavía no estamos en situación de extrema gravedad, ya que en los principales países agrícolas todavía quedan algunas tierras fértiles no cultivadas y son el campo de batalla entre la política, los mercados y el ambientalismo.