Ahora todos somos responsables de lo que suceda con la calidad y cantidad del agua”, decía este diario en un comentario del 29 de diciembre pasado, bajo el título, “Las protestas, la falta de agua y la contaminación quedan”.
Ratificamos ese comentario porque en la presente realidad los mendocinos tendremos que demostrar que somos sinceros al decir que se ha protegido una de nuestras principales riquezas, el líquido que baja de las montañas y circula por ríos, canales y acequias; que nos brinda bebida y riega los cultivos.
Tendremos que mostrar una real adecuación de nuestras expresiones y la militancia en las calles, y hacer definitivamente que el agua se convierta en un símbolo de Mendoza.
Así como las vacas son sagradas en la India, en el territorio que habitamos el imprescindible líquido debería acreditar un cuidado y veneración similares.
Porque no siempre ocurre así, en atención a cómo los ciudadanos malgastamos el recurso, y también el Estado, lo que se comprueba con grandes pérdidas que se observan en distintas instalaciones públicas, el no muy asegurado riego de plantaciones y viñas, y por la existencia todavía hoy de kilómetros de canales sin impermeabilizar, por citar algunas de las moras que están más en boga en la materia.
Según la clásica definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud es “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. En esta definición claramente se ubica al agua en el centro del escenario y como principal indicador de bienestar, pero pareciera que los usuarios no le prestan la atención debida.
En un desierto como el mendocino, si la comunidad no valoriza al agua, enfrenta un delicado problema. Lamentablemente no es difícil observar actitudes y comportamientos poco amigables con el recurso, tanto por parte de los usuarios de agua potable, los regantes, los operadores de la industria, el comercio, incluyendo a organismos del sector público encargados de la administración del agua y del manejo de la contaminación.
Ejemplos son los derroches en riego urbano, lavado de vehículos, residuos arrojados a acequias y canales que impactan a los usuarios aguas abajo. Un caso paradigmático lo viven inspecciones de cauce localizadas en el canal Cacique Guaymallén, que se ven obligados a gastar 40% de su presupuesto en limpieza de canales. Esto expresa desaprensión e injusticia social: los regantes y otros usuarios de áreas pobres, deben pagar por la recolección y disposición de residuos producidos en áreas con alta capacidad de pago.
El mejor estímulo para inducir al ahorro y uso eficiente del agua, es el cobro volumétrico.
El pago de un “precio” por unidad de volumen ($ por m3 o por litro), es el mejor instrumento para inducir al ahorro y uso eficiente del agua. Esto es así porque, según sostienen algunos economistas, “el bolsillo es la víscera más sensible del hombre”. Esto implica que los instrumentos de gestión más recomendados serían, entre otros, medir los consumos domiciliarios, para lo que se requiere ampliar la instalación de medidores, empezando por las áreas de peor comportamiento.
Mensurar las entregas de agua de riego, lo cual, reconocemos, es más difícil, pero la experiencia indica que es posible con buenas mediciones de caudal en la red de canales.
Asimismo, también debe ser medida el agua subterránea para asegurar su papel en la mitigación de las cada vez más frecuentes sequías. El control de la contaminación debe ser intenso y sistemático, básicamente con los vertidos del sector industrial, y los herbicidas y pesticidas aplicados en la agricultura. La contaminación con residuos sólidos que van a parar al sistema hídrico merece un tratamiento especial.
Las empresas y operadores de agua potable tienen por lo menos 30% de lo que llaman “agua no contabilizada”, que son fugas en la red de distribución por roturas y usuarios clandestinos. Técnicas de detección de fugas y control comercial de usuarios son las recomendaciones más importantes.
Expertos del sector de agua potable sostienen que puede haber 30% adicional de pérdidas de agua “puertas adentro”, que son ineficiencias de distribución en las viviendas.
En las áreas urbanas y suburbanas de Mendoza, la red de agua potable es también utilizada para el riego de árboles y jardines. Esto plantea una doble función del sistema de agua y saneamiento, ambas con altísimo valor. El uso ambiental es esencial para mantener las condiciones de “oasis de riego” de la provincia, que la posiciona también como provincia atractiva y habitable.