El precio del dólar, el tipo de cambio, es una variable económica que obsesiona a la sociedad argentina.Esta situación viene de décadas y se resume en que periódicamente faltan dólares en el mercado, hay más demanda que oferta y el precio sube. Es por ello interesante hacer un poco de historia para pensar en soluciones duraderas de un problema recurrente.
La cuestión de la falta de dólares aparece a mediados del siglo pasado como consecuencia paradójica del proceso de industrialización sustitutivo de importaciones, adoptado por los gobiernos de entonces y, con algunas excepciones, mantenido hasta hoy. Decimos paradoja porque el fundamento de la sustitución de importaciones es ahorrar divisas.
Pero resulta que encaminado el proceso de sustitución, creando industrias locales, se fue advirtiendo que las importaciones aumentaban en lugar de disminuir. Es que las industrias que se creaban dependían de la importación de insumos, repuestos y bienes de capital para funcionar. Por ende se necesitaba cada vez más dólares, no menos. Pero como simultáneamente esas políticas desalentaban la producción agropecuaria, principal fuente de ingreso de divisas, la falta de ellas se agudizaba.
Las industrias creadas al calor de estímulos artificiales están destinadas al mercado interno sobreprotegido pero son incapaces de competir en el mercado externo por su ineficiencia. Entonces en algún momento del ciclo económico aparecía la incapacidad de importar lo necesario para que la economía funcionara, el “estrangulamiento externo” de la economía. Se restringían las importaciones con lo cual se afectaba el nivel de actividad y había que recurrir al endeudamiento externo.
A ello debe agregarse que en el curso de la segunda mitad del siglo pasado ocurrió un fenómeno que los expertos económicos denominaron el “deterioro de los términos del intercambio”. Esto es que el precio de los bienes que debíamos importar subía mucho más que el precio de nuestras exportaciones, hecho que estimulaba aún más la sustitución, en una especie de círculo vicioso. Así el déficit del balance de pagos fue crónico.
Este círculo vicioso se modificó radicalmente luego de la grave crisis del 2001. La enorme devaluación producida por Eduardo Duhalde, en 2002, que llevó el precio del dólar de 1 a 4 pesos, significó un estímulo fuerte a las exportaciones y un desaliento de las importaciones. Lo que coincidió con una notable reversión del deterioro de los términos del intercambio. Los precios de las exportaciones agropecuarias subían mucho más que los precios de las importaciones. Así es como durante el gobierno de Néstor Kirchner aparecieron los superávits gemelos, superávit de balance de pagos y fiscal, éste por incremento de impuestos.Pero los disparates de la política económica, subsidios ridículos y gasto público desenfrenado, acabaron con los superávits trayendo de nuevo la restricción externa, cuya respuesta fue el cepo cambiario. El cepo lo levantó el actual gobierno junto a otras restricciones a la disposición de divisas por parte de los exportadores.
En este nuevo contexto siguen faltando dólares, la demanda supera a la oferta, por que el grueso de la oferta proviene de las exportaciones del sector agroindustrial. En 2018 por cada 100 dólares exportado el campo aportó 55. Mientras la balanza comercial tuvo un déficit de 3.800 millones, las cadenas agroalimentarias tuvieron superávit de 30.500 millones. En cadenas agroexportadoras se destaca por su grado de integración y crecimiento el vino y el limón. Este último es el clúster más grande del mundo con 50.000 ha, 12 grandes industrias y 750 millones de exportación.