"Es como si nos hubiéramos dado cuenta en el último año de que Mendoza tiene granizo", plantea el enólogo Fernando Buscema para ilustrar que si bien el sector científico viene estudiando los virus de la vid desde hace dos décadas, la industria vitivinícola desconocía el problema hasta hace muy poco. Algunos estudios han mostrado que 7 de cada 10 plantas están infectadas y que algunos virus pueden reducir la productividad entre un 20 y un 40%.
Las enfermedades virales en los viñedos eran conocidas en Europa, Estados Unidos, Australia e incluso Chile, pero se creía que en la Argentina este riesgo era insignificante. En parte, porque algunas de ellas no tienen las mismas manifestaciones que se describen en la bibliografía generada en otras regiones.
El investigador de virología del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), Sebastián Gómez Talquenca, explicó que los efectos de las enfermedades virales son variables porque dependen de la variante genética del virus y de la planta, como también del ambiente. De ahí que de dos plantas enfermas con el mismo virus, una pueda ser asintomática y la otra estar afectada. Y por eso también no se trata de aplicar soluciones de otras latitudes.
A partir del interés de algunas bodegas, que se preocuparon por la posibilidad de que los virus comenzaran a afectar a los viñedos locales, se creó una mesa intersectorial, de la que participan distintos organismos públicos y de investigación, bodegas y viveros, con el objetivo de conocer qué ocurre en el país y cómo lo han resuelto en otros. Asimismo, desde el INTA están trabajando en el desarrollo de una tecnología que permita la detección de enfermedades en los viñedos, pero sobre todo en las plantas que se van a utilizar para nuevas plantaciones.
Desconocimiento
Fernando Buscema, quien lleva años en la investigación en el sector privado, cuenta que dos años atrás surgió el interés en algunos representantes de la industria por conocer más sobre los virus. Es que si bien en la provincia no se veían en las plantas los síntomas de la enfermedad y se sabía muy poco sobre el tema -de hecho se creía que no había viñedos locales afectados- todo cambió cuando se empezó a utilizar el porta injerto.
En otras partes del mundo, detalla, se usan desde hace un siglo los porta injertos para evitar que ciertas plagas ataquen la raíz de la nueva planta. Sin embargo, en la provincia no era común su uso porque, mientras la filoxera diezmó viñedos en Estados Unidos y Europa, por alguna razón en Mendoza el insecto no es particularmente agresivo.
Pero sí se comenzaron a usar los porta injertos para evitar el ataque de los nematodos, que también dañan las raíces, y entonces llegaron las advertencias de tomar precauciones con los virus. Como Buscema trabajaba en ese momento como director de la división Investigación de Familia Catena, se contactó con Gómez Talquenca en el INTA y decidieron invertir antes de que las consecuencias para la producción fueran importantes.
A partir del trabajo conjunto, descubrieron que 7 de cada 10 plantas están infectadas con algún virus y que estos pueden reducir hasta 40% la producción de un viñedo, lo que significa que la afectación que produce es igual o mayor a la del granizo.
Parte del desconocimiento de los productores se debe a que lo que se describía en las investigaciones de otros países no coincidía con lo que se ve en Mendoza. Pero también a que en ocasiones cuesta distinguir qué puede estar causando que la planta produzca menos. Uno de los virus, por ejemplo, hace que las hojas se vuelvan rojas y habitualmente se piensa que le da una hermosa apariencia al viñedo en el otoño, cuando en realidad está enfermo.
Buscema comentó que si bien la problemática ya se ha instalado entre los participantes de la mesa intersectorial y se ha compartido ese conocimiento con representantes del gobierno provincial, observan que no está tan difundido entre los pequeños productores. Y resaltó que es particularmente importante que tomen conciencia porque, cuando realizan una reconversión de sus viñedos deberían asegurarse de que sea con plantas sanas.
Esto, debido a que si un productor toma un crédito para implantar malbec y las plantas están contaminadas con alguno de estos virus, le va a resultar mucho más difícil ser rentable y devolver el préstamo. "Tal vez sea la diferencia entre quebrar y tener un proyecto sustentable", planteó.
Años de investigación
Sebastián Gómez Talquenca detalló que los virus de la vid no son algo nuevo en la provincia y que, en realidad, se conoce su existencia desde hace 50 años. Y agregó que 20 años atrás comenzaron un programa de investigación y desarrollo orientado a esta problemática. Pero reconoció que ha tenido poco eco en el sector productivo, principalmente debido a que es una afectación crónica, que no provoca la muerte de la planta sino que caiga la productividad.
Por otra parte, además de presentar sintomatología diferente a la que se observa en Europa o Estados Unidos, se tiene que establecer si se trata de una enfermedad viral u otros problemas fisiológicos. Es que si bien hay virus que son más sencillos de identificar, como el que aporta la coloración rojiza a las hojas, otros pueden confundirse con deficiencias nutricionales y eso dificulta la interpretación.
Además, cuando se detecta la enfermedad la solución es reemplazar la planta, ya que no se puede curar, lo que provoca que durante algunos años se esté sin producción. Sin embargo, a partir de 2015 las empresas más grandes han comenzado a apreciar las pérdidas que acarrean las enfermedades virales.
Gómez Talquenca comentó que, hasta hace 20 a 25 años se habían identificado unos 30 virus de la vid, pero hoy ya se han alcanzado los 85 y periódicamente aparecen nuevas especies. Lo que resta determinar, señaló, es la importancia económica, en términos de daño en los cultivos, que tienen. El investigador subrayó que algunos reducen la productividad entre un 20 y un 40%. En cuanto a la extensión de estas enfermedades, señaló que un relevamiento de plantas que no presentaban síntomas, en apariencia sanas, mostró que 50% tenían alguna infección viral.
De ahí que, en conjunto con el Catena Institute, estén trabajando en el INTA para desarrollar una metodología que permita identificar los virus que están en los viñedos argentinos y cuál es el impacto económico, para definir si se puede convivir con ellos o es necesario erradicarlos. De todos modos, resaltó que los resultados no serán solo para esa bodega, sino que el desarrollo de la tecnología estará disponible para todos.
Gómez Talquenca detalló que si bien algunos virus tienen una dispersión natural, las plantas de vid son bastante resistentes al contacto. Tampoco constituye un riesgo la poda, por lo que más bien se requiere de un vector de transmisión, como pueden ser las cochinillas arenosas y un tipo de nematodos. En algunos casos, la propagación de la enfermedad puede ser bastante rápida.
Otra forma en que la enfermedad se transmite es con la creación de plantas nuevas a partir de una enferma. Por eso es tan importante desarrollar métodos de diagnóstico eficientes, que permitan detectar rápidamente cuáles son las que están sanas, para poder sacar de esas material de propagación. De todos modos, en caso de que no hayan de una determinada variedad, existen técnicas de laboratorio que permiten regenerar una no afectada.
Diagnóstico
Fernando Buscema explica que, mientras trabajaban con el INTA, demandaron una serie de análisis que el organismo no podía realizar en gran escala, pero sí estaba en condiciones de transferir la tecnología. De ahí que el enólogo, que ese momento era el gerente técnico de Bodegas Caro, decidiera dejar el empleo y abrir Qualab, un laboratorio en el que realizan los testeos.
"El médico de cabecera sigue siendo el INTA, pero cuando te piden los análisis vas con la muestra al laboratorio, para que te dé resultados rápidos, confiables y confidenciales", expresó en una analogía con un paciente humano.
En el mundo, acotó, recomiendan analizar una planta cada mil para tener un diagnóstico de situación. Esto implica que se deberían analizar entre dos y cinco plantas por hectárea, dependiendo del sistema de conducción. Si se detecta una enfermedad se pueden arrancar las enfermas y eliminar el insecto que es vector de transmisión del virus.
Pero resaltó que aún más importante es poder analizar las plantas al momento de comprarlas en un vivero, con la misma lógica de testear una cada mil.
De hecho, los viveros ofrecen material certificado libre de virus desde hace tiempo pero, como su costo es un poco mayor, los productores no las compraban. Ahora, esto está cambiando.
Bajo uso de plantas certificadas
Cristóbal Sola, de Viveros Mercier, explicó que la planta de vid certificada o "etiqueta azul" se produce en el país desde 2007 y tiene un estatus sanitario de alta exigencia, certificado por el Inase (Instituto Nacional de Semillas). Se trata de plantas que no son por completo libre de virus, pero el productor tiene garantías de que no son portadoras de aquellas enfermedades que pueden causar un daño económico en las condiciones del lugar donde se van a implantar.
Sola agregó que una planta certificada tiene un precio 10% más alto, pero que se justifica por el costo asociado al proceso de certificación. Hasta el momento, planteó, no hay una demanda sostenida de estas plantas madres, por lo que hay disponibles cantidades limitadas para los porta injertos y variedades más frecuentes que demanda el mercado, incluyendo el malbec.
Si bien tomará algunos años contar con una mayoría de estas etiquetas azules, es la tendencia que se impone en los países vitivinícolas en todo el mundo. Es que la internacionalización del negocio ha aumentado el riesgo de introducción de plagas y enfermedades, y cada país o región trata de protegerse haciendo extensivo desde el inicio del ciclo el concepto de sustentabilidad, con viñedos más productivos y longevos, más sanos y menos dependientes de los agroquímicos.