Mientras esperamos seguir viéndolo como Batman en las dos próximas cintas de Zack Snyder, Ben Affleck se toma un respiro para huir del rol de superhéroe y ahora protagoniza un thriller inusual que coloca al actor y director de "Argo" en un rol de una personalidad bipolar: un genio de las matemáticas y un asesino implacable.
En "El contador", Affleck interpreta a Christian Wolff, un hombre de apariencia normal que trabaja en una oficina de regulación de impuestos del Estado en una pequeña ciudad, aunque en realidad, de forma autónoma, regula los balances de varias organizaciones criminales.
Pero cuando esta oficina del Departamento del Tesoro dirigido por Ray King (JK Simmons) lo aparta, él adquiere un cliente legítimo: una empresa especializada en robótica lo contrata para realizar una inspección a cargo de una auxiliar contable, Dana Cummings (Anna Kendrick) quien ha notado una discrepancia de varios millones de dólares en los balances.
Wolff se pone a trabajar, pero durante el avance de la investigación se van sumando cadáveres de las personas que están involucradas en esta estafa financiera.
El thriller avanza involucrándose otra vez Ray King, quien recluta a una joven analista, Marybeth Medina (Cynthia Addai-Robinson) para identificar aquella figura sombría que se esconde detrás de Wolff. Aunque ella, por su lado, también oculta secretos.
La historia va incorporando adecuados flashback que explican la sórdida infancia del contador y su posterior educación en los secretos del lavado del dinero aprendido de un empleado de la mafia caído en desgracia.
Este entramado se complejiza con la revelación de otro asesino, Brax (Jon Bernthal), que se mueve en paralelo con Wolff y aparentemente va siempre un paso más adelante de él.
En contraposición a los personajes de impenetrable sangre fría, la cara más humana del relato, Dana Cummings, le ofrecerá a Wolff una oportunidad de redención, a pesar de que ella se suma a la "lista negra" de la pila de víctimas y el contador comienza a descongelarse en capas, sólo para reorganizar sus planes y conseguir que ella se salve.
Al estilo '70
Un guión de estas características, en la que se presenta un protagonista con trastorno de Asperger y a su vez encarna a un asesino, podría convertirse en una muy mala idea para desarrollar sin un director adecuado, pero el neoyorquino Gavin O'Connor, que supo introducirse en el mercado de los nuevos realizadores interesantes en Hollywood después de su estupenda "La última pelea" (sobre dos hermanos boxeadores, Tom Hardy y Joel Edgerton, que solucionan sus diferencias afectivas en el ring), demuestra aquí una manera correcta de presentar este laberinto esquizofrénico de secretos y dobles identidades.
De todas maneras, O'Connor ha tenido una pequeña ventaja para explorar a Wolff: él tiene un amigo cercano que es el padre de un niño autista, lo que lo hace excepcionalmente sensible en este ingrediente que podría ser incómodo para tratarlo en pantalla.
Aquí el realizador esquiva presentar a Christian como una especie de monstruo, sino que lo aborda como una persona especial, dotada de una capacidad casi sobrehumana.
Otro aspecto atractivo del film es su atmósfera oscura cercana al estilo fotográfico de los policiales de los años 70, con panorámicas bañadas de filtros bronce y tonos azules, que cubren de sombras estiradas y profundas los movimientos de esta galería de personajes escondidos tanto en las sombras interiores de sus personalidades como en las que proyectan en el mundo real.