Los aeropuertos son máquinas arquitectónicas, diseñadas con el propósito específico de mover de manera eficiente a las personas de un lugar a otro.
Y como en Starbucks y McDonalds, cada aspecto de la estructura y la disposición del edificio está estratégicamente diseñado. Porque aunque una terminal aérea sea un "no lugar", es un espacio profundamente único a nivel psicológico.
Una vez entras en él, resignas tu anonimato, al presentar el pasaporte o el documento de identificación y aceptar las requisas de seguridad. Hasta cierto punto, se podría argumentar que entregas tu libre albedrío mientras te van acorralando en un ambiente poco familiar en un trayecto que te lleva hacia la puerta de embarque.
Tranquilizar a los pasajeros durante su paso por el aeropuerto es importante, pero también es fundamental que sigan las reglas y respeten la autoridad. Para lograr ambos objetivos, los diseñadores de estos espacios usan algunas señales sutiles. Y otras, no tanto, informó diario La Nación.
Una de las principales señales son las llamadas "de orientación" ( wayfinding, en inglés): sugerencias visuales que llevan a los pasajeros a las puertas de embarque de manera rápida y eficiente sin que se den cuenta de que están siendo arreados como un rebaño.
"El aeropuerto perfecto será aquel en el que uno se guíe de forma natural por el entorno", explicó Alejandro Puebla, ingeniero civil experto en la planeación aeroportuaria de la firma Jacobs.
Por ejemplo, los colores y las formas de las señales informativas a menudo difieren de una terminal a otra, los patrones de los dibujos en las alfombras son distintos y las enormes obras de arte que suelen exhibirse también sirven como marcadores de orientación.
Pero hay algo más estresante que ir a una terminal equivocada dentro del aeropuerto: pasar por el proceso de seguridad.
Y con el paso del tiempo se ha vuelto más estricto. Antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el aeropuerto era, desde el punto de vista psicológico, un lugar muy distinto al que es hoy.
Antes, los procedimientos de seguridad existían, pero en el área de control se respiraba un aire más relajado, con una mezcla de pasajeros apurados y familiares que venían hasta las puertas a despedir a sus seres queridos.
Actualmente, el aeropuerto luce más como una fortaleza, que en la mayoría de las áreas solo alberga viajeros verificados que se han sometido voluntariamente a un exhaustivo escrutinio de seguridad: enormes máquinas de rayos X, revisión de posibles residuos de explosivos en las maletas, varias instancias de revisión de documentos.
Esto ha transformado a los pasajeros que ahora son, de acuerdo a la autora Rachel Hall, "trabajadores de seguridad civil adeptos a volverse sumisos a la vigilancia integral". Hall escribió el libro "El viajero transparente: comportamiento y cultura de la seguridad aeroportuaria".
Mientras que en el pasado los pasajeros eran simples clientes, ahora se espera que actúen como funcionarios civiles que expanden el trabajo de los policías de la seguridad más allá de los puntos de control. Esto se logra a través de varios (no tan sutiles) "impulsos".
Los avisos en los aeropuertos de EE.UU. le recuerdan a los pasajeros, de manera constante, que ellos son "la última línea de defensa contra los terroristas". "Si ves algo, di algo", rezan los carteles.
"Parecería que cuando volás también servís a tu país. Y con la idea de alcanzar el honor de servir a tu país, debés manifestar una voluntad transparente", explicó Hall.
Y lo que aparece después de los puntos de control es la razón por la que los diseñadores de aeropuertos desean que te sientas seguro: las compras.
Poco después de recoger tus pertenencias de los escáneres y máquinas de rayos X, ingresás en lo que los diseñadores llaman "la zona de recomposición".
Este es un lugar con asientos y quizá un puesto de café, donde la gente puede sentarse y buscar reparo y, como indica el nombre técnico, "recomponerse" después del paso por seguridad.
Mientras uno se amarra los zapatos o pone los productos de aseo de nuevo en su lugar, aparecen los avisos de tiendas y restaurantes. Esta señal visual le dice a tu cerebro que es "tiempo de comprar".
Para la firma de consultoría en diseño aeroportuario InterVISTAS, éste es el momento en que el pasajero se transforma de "viajero estresado" en "valioso cliente".
Pero es solo el primer signo de una serie de señales que el pasajero va a encontrarse en su camino hacia la puerta de embarque.
La primera zona de compras siempre está inmediatamente después del paso de seguridad y antes del sector de las puertas de embarque, lo que obliga a los pasajeros a pasar a través de ella antes de abordar.
Muchos tienen que hacer tiempo y no tienen literalmente otro lugar adonde ir. Si pueden comprarse un boleto de avión se presume que tienen ingresos disponibles y, además, después de pasar por el estrés de los puntos de control y de seguridad están en modo de "autorrecompensa".
Ese "modo autorrecompensa" dura por lo menos una hora y es conocido en el mundo de los diseñadores de aeropuertos como "la hora dorada". Y los aeropuertos quieren hacer todo para capitalizarla.
"Cuando estamos en el aeropuerto y sentimos que tenemos un cierto control sobre el entorno físico que nos rodea, nuestro bienestar mental mejora", dijo Sally Augustin, psicóloga y editora de la revista Research Design Connections.
"Un control razonable del entorno significa que tenemos un par de opciones para sentarnos en distintos espacios, como uno con vista al sol o en el exterior", dijo.
Y hay una tendencia que tal vez muestre esto de manera acabada: hay aeropuertos que se han vuelto tan exitosos en su misión de convertir a los pasajeros en clientes que se han convertido en destinos en sí mismos.
Algunos aeropuertos en Singapur y Corea del Sur ahora cuentan con salas de cine. El de Denver, Estados Unidos, tiene una pista de patinaje sobre hielo y el de Estocolmo, una capilla de bodas en pleno funcionamiento.
El futuro del aeropuerto es, en la jerga del diseño especializado, la "aerotrópolis", una nueva forma urbana orientada a los viajes globales que cuenta con espacios de vivienda temporal para una fuerza laboral cada vez más nómada y tiene todas las comodidades de una ciudad.