Si de relevancia se tratara dentro de lo que es el territorio chileno, Reñaca ocuparía en la región un cómodo tercer puesto, detrás de Valparaíso y Viña del Mar. De hecho, la ciudad es parte de Viña del Mar.
Sin embargo, poco y nada interesan estos detalles a los miles de mendocinos que año tras año eligen sus 2.000 metros de playa para disfrutar de las olas y el viento, cada uno a su modo y con los condimentos más variados.
"Es el décimo año consecutivo en que vengo a Reñaca y no tengo planes de cambiar de destino, al menos por ahora. He venido soltero, después en pareja y ahora lo hago ya como padre. Hasta tenemos un departamento al que venimos siempre durante la primera semana del año", resumió Jorge Quiroga (32). Y en esa frase se resume la idiosincrasia de muchos mendocinos que vienen año tras año a estas playas.
Allí, en sólo 2 kilómetros de extensión, conviven miles de personas a diario -cual hormiguero-, y dependiendo del horario y los sectores se evidencian distintos “mundos” coexistiendo en el balneario.
Lejos del ruido
Aquellos que llegan a la playa desde temprano son sin dudas los que eligen aprovechar hasta el último grano de arena de la playa. Con paletas, pelotas, tejo y litros de protector solar se los puede ver incluso desde antes del mediodía y hasta mudando el almuerzo a la arena.
“Todo el año estamos esperando venir a la playa, al mar. Por eso nos levantamos, desayunamos algo rápido y nos venimos cuanto antes”, destacó Franco (53), quien junto a su esposa se instaló cada mañana de sus vacaciones en el sector 1 (lo más alejado posible de la multitud, aunque eso no significa aislados).
“Todos están entre los sectores 3, 4 y 5. Y la verdad es que no queremos acercarnos mucho al ruido”, agregó con una sonrisa.
Además del privilegio de poder elegir ubicación sin invadir el metro cuadrado del vecino, quienes llegan más temprano cuentan con otro beneficio: hay espacio de sobra para paletear, patear un poco la pelota y hasta jugar al tejo.
“Más tarde es imposible intentar hacer esto”, resumieron María y Fernando interrumpiendo por unos segundos su peloteo a la orilla del Pacífico. Faltaban pocos minutos para las 15 de un lunes de enero y nadie había invadido la cancha que habían delimitado en la arena mojada y que repasaban constantemente, cada vez que el mar llegaba para borrar las líneas.
Quienes no llegan a Chile con el equipamiento para disfrutar la playa de esta manera, pueden adquirirlo en el lugar. “Paletas es lo más comprado por los mendocinos, y aquellos que tienen hijos chicos también llevan mucho baldes y palas también”, resumió Pérsica, quien tiene su puesto de venta en el ingreso al sector 3.
Los baldes y palas oscilan entre los 75 y 100 pesos, mientras que las pelotas -de goma, fútbol y vóley- cuestan entre 50 y 150 pesos. Las paletas con una pelota incluida también están entre lo más demandado y se pueden conseguir a partir de los 90 pesos.
Después de las 18.30, cuando ya pasó el tsunami humano en las playas de Reñaca, es la hora de los buzos o remeras manga larga. Y de una nueva tranquilidad.
“No hay nada como ver el atardecer en la playa, nunca tenemos esta postal del sol sumergiéndose en el mar”, improvisó poéticamente Nacho (27), quien junto a un grupo de amigos son de los que prefieren descansar y desenchufarse en lugar de sacar a lucir su costado “fiestero”.
También cuando el sol comienza a caer llegan a la arena esos que gustan de domar olas: los surfers. Lo hacen después de las 18, cuando el fuerte de la gente está abandonando la playa.
“Es la primera vez que venimos a Chile y nos encanta”, destacaron Julián Lafourcade y Segundo Delor, dos surfistas entrerrianos que un viernes por la tarde se acomodaban el traje de neopreno y se disponían a adentrarse en el mar.
24 horas de fiesta
En el otro extremo están aquellos que mantienen una “gira” permanente mientras dure su estadía en Reñaca. Son los que llegan a la playa después de las 16, se instalan entre los sectores 4 y 5, y no pueden dejar de escuchar Marama, Rombai y Maluma (los artistas que más se escuchan en las costas del Pacífico).
Paradójicamente, de pacífico no tienen nada estos momentos, aunque eso parece importarles poco y nada a los más jóvenes (o aquellos que serán siempre jóvenes a pesar de su edad).
“Le pegamos todo el día, toda la noche”, resumieron a las carcajadas Agustín, Javier y Facundo mientras bailaban Rombai, que sonaba desde un enorme parlante portátil que llevaron todos los días a la playa. Lejos de molestarse, su vecinos -también adolescentes- se sumaron a esta improvisada fiesta y pista de baile.
Dejando este “agite” pero todavía en el epicentro de la multitud se puede oír otro tipo de música, también de un parlante portátil. Es una base de hip hop sobre la que una joven mujer improvisa cantando sobre el #NiUnaMenos.
“Soy nativa ancestral, nací en el Litoral centro y cerca de donde nació Neruda. Quiero ayudar a propagar el mensaje”, se confiesa con aires de bohemia antes de pasar la gorra a quienes eligen colaborar para reconocer su obra.
También están aquellos que se animar a practicar zumba, junto a un instructor que comanda los movimientos desde un escenario ubicado entre los sectores 3 y 4.
Con el sol aún alto, pero ya sin picar como durante todo el día, a las 18:30 comienza el éxodo. Muchos a seguir el”“carrete" en los departamentos, mientras que otros tantos cruzan la costanera con dirección a Sunset, uno de los bares más elegidos para el famoso “after beach” donde el baile, las bebidas y la música fuerte siguen siendo los protagonistas principales.
Lazy bag, el objeto de moda en las playas
Llevar una silla o una reposera a la playa no suele ser muy práctico que digamos. Y una lona o la toalla estirada en la arena tampoco se destaca por su comodidad. Por eso es que esta temporada sobresale el "lazy bag", un sillón inflable con forma similar a una banana que -guardado- ocupa el espacio de una reducida mochila.
Pero una vez extendido es ideal para recostarse como si se tratara de un sillón o un puff. Inflarlo también es todo un espectáculo digno de observar en detalle, puesto que quienes lo usan deben abrirlo y correr por la playa intentando “atrapar” el aire y así darle forma.
Se puede comprar a los vendedores ambulantes que pasan por la playa o también en los shoppings y centros comerciales. Su costo ronda los 250 pesos argentinos.
Lleno de basura cerca de Horcones
Quienes vuelven de sus vacaciones en Chile se han acostumbrado a una triste postal al llegar a Horcones: basura por todos lados. Tanto al costado de la ruta como dentro del mismo complejo aduanero.
Como muestra la foto aportada por un lector de Los Andes, hay hasta cajas de electrodomésticos comprados en algún shopping chileno, así como contenedores totalmente saturados de residuos.
"El espectáculo es muy desagradable", dijo el lector en cuestión, Luis Pincolini, presidente de la fundación ecologista Vivencias Argentinas, quien pudo comprobar la mugre en una espera de 3 horas por los trámites aduaneros.
Tal fue la impresión que le causó la situación que hizo una presentación sobre el caso ante las autoridades de Gendarmería Nacional.
“Probablemente ya esté solucionado el problema, pero al cabo de unos días se repite, nadie retira la basura... Cuánta falta hace el departamento de Uspallata o de Alta Montaña. Las Heras solo no puede”, opinó el ambientalista y abogado.
Otros turistas señalaron que desde autos particulares, tras pasar la frontera, se arrojan al costado de la ruta cajas, envoltorios, tickets, papeles y celofán de artículos que han adquirido en Chile. La razón: simular que son usados para evitar pagar el impuesto correspondiente.
La consecuencia: el Corredor Internacional está más sucio que nunca por la falta de conciencia ambiental.