El 6 de enero pasado se cumplió el centenario del fallecimiento en Buenos Aires del fundador de Los Andes, doctor Adolfo Calle, víctima de una cruel enfermedad. Sus restos llegan a Mendoza por ferrocarril el 8 de enero, y en la estación se congrega una multitud como nunca antes había ocurrido. La imponente manifestación popular lo acompaña hasta el cementerio, en una caravana doliente y sufrida, según las crónicas de todos los diarios.
Se despedía así a un hombre que había dejado una marca indeleble en la vida de la provincia.
Nacido el 9 de julio de 1854, a los siete años la tragedia lo abrazó. El terremoto del 20 de marzo de 1861 destruyó la mayor parte de la ciudad de barro, y entre las casas derrumbadas estaba su hogar: bajo los adobes estaban los cuerpos inermes de sus padres y de once de sus quince hermanos. Cuando Adolfo cumple diez años, el general Wenceslao Paunero lo lleva a Buenos Aires y es internado en el Colegio Nacional. Ya adolescente, provoca con Miguel Cané una rebelión estudiantil que motiva la expulsión de ambos, si bien luego son reincorporados. Las andanzas estudiantiles quedaron registradas en inolvidables páginas de "Juvenilia"
En la adolescencia tiene su primer contacto directo con el periodismo, ya que trabaja como corrector de pruebas en "La Prensa", labor que interrumpe para unirse a las fuerzas de Bartolomé Mitre en la batalla "La Verde". Regresa a su puesto de corrector y comienza sus estudios de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, que completa en Córdoba en 1877, doctorándose en Jurisprudencia tras presentar como tesis dos ríspidos temas -el sufragio universal y el divorcio por adulterio- , trabajos enjundiosos que según el diario "El Eco de Córdoba" han "dado lugar a uno de los debates más solemnes que hayan presenciado los claustros universitarios".
Vuelto a Mendoza, abre su estudio jurídico y comienza a delinearse su vocación periodística, fundando el diario "El Pueblo", teniendo como socios a Eusebio Blanco y Toribio Barrionuevo. Diferencias ideológicas y problemas financieros hacen que la experiencia dure unos pocos meses.
El joven abogado contrae matrimonio con Leocricia Correa, y fruto de esa unión son su hijos Adolfo (cuyo fallecimiento a los 32 años golpeó muy fuerte al padre), Luis María, Jorge y Felipe.
Se llega entonces a la aparición de Los Andes el 20 de octubre de 1883, durante la gobernación de José Miguel Segura. Hecho importante por sí mismo, pero también por la inspiración, por la concepción, por las proyecciones que abrigaba imprimirle su fundador en relación con el presente y los destinos futuros de la provincia, contemplada como parte integrante del conjunto nacional en uno de los períodos más difíciles de su estructuración.
"Nace (el periódico) del seno del pueblo y se dispone a vivir con el aliento popular, atravesando con igual serenidad los días plácidos como las noches tormentosas que encuentre en su camino, para defender las libertades públicas", escribe Adolfo Calle en el primer editorial, y agrega: "Pero éstas no existen ni pueden existir si el espíritu popular no es encaminado por la palabra de la prensa, que es luz y enseñanza para las sociedades modernas, y si no se difunde la conciencia del propio poder, de la propia fuerza, que es el alma del progreso social y político de las naciones".
"Venimos al campo de la prensa -sostiene Calle en ese escrito- dispuestos a defender con enérgica decisión los intereses de la provincia, y al hacerlo buscamos agrupar todos los que amen su autonomía y se interesen por su verdadero progreso y su verdadero bienestar, aquel progreso y aquel bienestar que se desenvuelven al impulso de todos los nobles sentimientos del patriotismo".
Los Andes aparece por la tarde, tres veces a la semana, impreso en una modesta instalación ubicada en la primera cuadra de la calle Buenos Aires. Allí las cajistas arman los textos letra a letra, con cuerpos móviles de madera, y el tiraje no alcanza los 500 ejemplares. Son sus competidores los periódicos El Constitucional (propiedad del gobierno y hasta ese momento la publicación más antigua del país) y El Ferrocarril, dirigido por Julián Barraquero.
Calle imprime a su periódico una impronta especial, focalizada en la defensa de la Constitución y las leyes, en apoyo de las libertades públicas, y en abierta crítica a las políticas oligárquicas de la época, caracterizadas por los gobiernos de familia y la violencia caudillesca. En ese devenir soporta vejámenes oficiales, juicios, prisión, ataques armados a la redacción (era costumbre que los periodistas tuvieran sus revólveres sobre los escritorios para repeler agresiones) y son recordadas sus disputas con Emilio Civit.
Dedica toda su atención a las necesidades de los pobres, alienta campañas de higiene y alfabetización, se rodea de colaboradores ilustres (Manuel, Olascoaga, Julián Barraquero, Lucio Funes, Federico Palacio, Alberto Castro, Rodolfo Zapata, Conrado Céspedes, José Aguilar), crea el primer Círculo de la Prensa, participa en la creación de la primera institución científica de Mendoza -el Instituto Geográfico Argentino-, se involucra personalmente en la ayuda a San Juan por un terremoto y no hay día en que no apoye sostenidamente el desarrollo de la vitivinicultura.
Fue esquivo al usufructo del poder, y su vida apenas registra un fugaz paso por la función pública (ministro de Gobierno en la gestión de Oseas Guiñazú) y una breve representación parlamentaria. Es que, como dijo el historiador mendocino Adolfo Cueto, "el doctor Calle fue periodista único y exclusivo. No quiso ser otra cosa, ni escritor, ni orador, ni siquiera político".
En ese despojamiento de intereses espurios, y ante su tumba, su amigo Estanislao Zeballos lo recordó así: "Todo lo que a su juicio parecía injusticia, violencia y mala administración, lo exaltaba; y como en nuestra larga vida de desventuras provincianas la justicia, la violencia y el orden suelen faltar con frecuencia, él fue necesariamente opositor. Fue por eso un opositor crónico, y es justo reconocer que sus oposiciones eran, por regla general, patrióticamente justificadas".
Puede escribirse mucho más acerca de su concepción periodística pero hoy, a cien años de su muerte, la mejor prueba de su acierto fundacional es el diario que tiene en sus manos, próximo a cumplir honrosos 135 años.