Addie juega fuerte para ser una perra gran boyera suiza de 11 años; ocasionalmente ignora su avanzada edad y lanza sus 37 kilos contra algún inconsciente invitado de la casa para saludarlo. Pero lleva una carga misteriosa: cuando tenía 18 meses, empezó a lamerse las patas delanteras tan agresivamente que se le cayó el pelo en partes y se sacó sangre.
Addie tiene desorden compulsivo canino, condición que se piensa similar al trastorno obseso-compulsivo (TOC, por su sigla en inglés) de los humanos. El trastorno compulsivo canino puede hacer que los perros se persigan su propia cola durante horas, o que chupen un juguete o una parte de su cuerpo tan compulsivamente que interfiere con su alimentación o sueño.
Addie pronto podría ayudar a los investigadores a determinar por qué algunos perros son más propensos que otros a este desorden. Marjie Alonso, su dueña radicada en Somerville, Massachusetts, la ha inscrito en un proyecto llamado Perros de Darwin, que apunta a comparar información sobre el comportamiento de miles de perros con el perfil de ADN de estos animales.
La esperanza es que emerjan relaciones genéticas con condiciones como el desorden compulsivo canino y la disfunción cognitiva canina (el análogo de los perros para la demencia y posiblemente la enfermedad de Alzheimer).
Los organizadores del proyecto han enlistado hasta el momento a 3.000 perros, pero esperan recabar datos de al menos 5.000 animales, y tienen planeado empezar a analizar muestras de ADN este marzo. “Es muy emocionante, y en muchas formas se había atrasado mucho”, señala Clive Wynne, estudioso del comportamiento canino en la Universidad del Estado de Arizona, en Tempe.
Desde hace mucho los investigadores se han esforzado por encontrar relaciones genéticas con desórdenes psiquiátricos humanos analizando muestras de ADN de miles de personas. Durante los últimos años, estos esfuerzos han tenido cierto éxito con la esquizofrenia y la depresión. Pero para algunas condiciones, incluyendo el TOC, no se ha encontrado una sola relación genética robusta entre el ruido de fondo de la variación genética normal.
Los estudios humanos son difíciles, en parte, porque la especie es muy genéticamente diversa, dice Wynne. Sin embargo, los perros son más homogéneos genéticamente. Seleccionados durante miles de años por características particulares, exhiben menos variación genética que los humanos. Los perros pura sangre, en particular, han sido producidos con alta consistencia genética para alcanzar apariencia y comportamiento homogéneo.
Los perros también viven junto a los humanos, lo que según algunos puede convertirlos en mejores modelos para desórdenes humanos que ratones de jaulas de laboratorio.
Estas cualidades han hecho que los perros sean blancos atractivos para estudios de analogías con enfermedades humanas, incluyendo epilepsia, cáncer y varios desórdenes psiquiátricos. Los border collie, por ejemplo, podrían reaccionar excesivamente a ruidos fuertes en forma parecida a gente con desórdenes de ansiedad.
En colaboración con colegas de la Escuela de Medicina de la Universidad de Massachusetts, en Worcester, la genetista Elinor Karlsson ha estudiado el desorden compulsivo canino, condición particularmente común en ciertas razas, incluyendo al dobermann. Sus estudios con 150 perros han encontrados posibles vínculos con cuatro genes que codifican proteínas que actúan en el cerebro.
Para ahondar en esos resultados, Karlsson ha optado por ir a lo grande. Limitar sus estudios a razas específicas facilitaría la identificación de algunas relaciones genéticas, pero otras podrían pasarse por alto. Por tanto, Karlsson y sus colegas, incluyendo a Jesse McClure, una ex entrenadora de perros del Cuerpo de Marinos de Estados Unidos, decidieron recabar datos de perros cruzados y de perros pura sangre y hacer que la recolección de información fuera de fuente abierta.
Ese énfasis en perros cruzados y de raza es inusual pero atinado, dice Adam Boyko, genetista de la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York. Aunque más de la mitad de los perros de Estados Unidos son cruzados, los estudios genéticos tienden a enfocarse en animales pura sangre. “La genética a menudo tiene que ver con la interacción entre genes”, dice Boyko. “Y si verdaderamente se quiere entender estas interacciones, es útil estudiar individuos donde los genes se han combinado”, considera.
Los participantes humanos de Perros de Darwin, lanzado el pasado mes de octubre, respondieron aproximadamente 130 preguntas sobre el comportamiento de sus mascotas. Las preguntas cubren todo tipo de cosas, desde: “¿Disfruta su perro de la vida por lo general?” (respuesta que, según Karlsson, es un “sí” abrumador) hasta: “¿Su perro cruza las patas cuando se acuesta?”. Algunas preguntas se inspiraron en sondeos que evalúan la impulsividad en los humanos.
Otras fueron sugeridas por Alonso, directora ejecutiva de la Asociación Internacional de Consultores de Comportamiento Animal, situada en Cranberry Township, Pensilvania, y por otros entrenadores de perros sobre la base de observaciones hechas durante décadas de trabajar con animales con problemas de comportamiento.
Karlsson dice estar pensando en expandir aún más la lista de preguntas. “Afortunadamente, resulta ser que a la gente le gusta hablar de sus perros”, precisa.
El éxito del proyecto podría depender de la calidad de esos sondeos y de la especificidad de las preguntas hechas, dice Wynne. Preguntar a los dueños si su perro es feliz, por ejemplo, podría generar resultados mixtos. “Lo que para una persona pudiera ser un perro triste, para otra podría ser un perro que descansa cómodamente”, explica. “Una buena pregunta sería: ¿Su perro se hace caca en la alfombra? Porque caca en la alfombra es bastante claro”, subraya.
Sigue sin quedar claro qué tan útiles serán los resultados de los perros para iluminar la variación en el comportamiento humano. Karlsson confía en que incluso si distintos genes participan en ambas especies, tal vez converjan en las mismas vías celulares. Gerald Nestadt, un psiquiatra especializado en TOC de la Universidad de Johns Hopkins, en Baltimore, Maryland, dice que los animales afectados a menudo solo muestran un tipo de comportamiento compulsivo, mientras que un humano con TOC típicamente tiene varios.
Aun así, destaca, el campo de investigación está hambriento del mayor número de pistas que puedan conseguir. “Vale la pena probar todo lo que ayude”, afirma. “Pienso que este proyecto es una idea excelente”, señala.
Por su parte, Alonso y otros participantes están ansiosos por aprender más de sus propios perros y sobre por qué se comportan como lo hacen. Miranda Workman, de Búfalo, Nueva York, inscribió al estudio a sus tres perros (Zeus, Atena y Sherlock), en parte para aprender sobre sus singulares comportamientos. Aunque Atena, una ovejera holandesa de 34 kilos, fue criada como pastora y perra guardiana, tiene un lado jovial no muy frecuente en su raza. Y Sherlock, un Jack Russell, es más tímido y sensible que otros terrier.
“Tengo algunos perros que no necesariamente coinciden con el estereotipo”, dice Workman. “¿Lo distinto es su ambiente o son ellos? Será divertido descubrir por qué son así”, agrega.