Tras haber dedicado más de 70 de sus 93 años a forjar un camino en la industria, ayer cerró sus ojos para siempre Antonio Pulenta, símbolo de la vitivinicultura mendocina. Penúltimo hijo de los 9 hijos de Angelo Pulenta, Antonio los había abierto por primera vez en San Isidro (San Juan).
Antes, los Pulenta vivieron en Mendoza. Primero en Carrodilla y luego en Godoy Cruz, donde levantaron una pequeña bodega, primer paso de una incipiente empresa familiar que se convertiría en sociedad anónima en 1941 como Pulenta Hermanos, con Quinto, el mayor de la prole, a la cabeza y él en el manejo de la producción.
“Le compraba la uva a 500 productores. Y nadie se iba sin hablar personalmente con “don Antonio”, muestra de una fidelidad y confianza sin límites en una época en que se consumía 90 litros de vino per cápita. Era un empresario brillante y tenía tiempo de atender a todos”, recuerda Juan Carlos Pina acerca del empresario, que había estudiado enología en Mendoza y desde los ‘60 sería el motor de Peñaflor Sociedad Anónima al frente de Trapiche, germen del grupo líder en el país.
Más de 70 primos -los hijos de Augusto, Quinto y Antonio, entre otros- fue la señal de que las decisiones se hacían difíciles y era tiempo de cambios. Así, Peñaflor fue adquirido por el fondo de inversión estadounidense DLJ (Donaldson, Lufkin & Jeanrette). Pero Antonio volvió a apostar al negocio con Viñas de Don Antonio, entre San Juan y el Valle de Uco.
Lo sobrevive su esposa, María Zulema Chirino, con quien tuvo 6 hijos; varios siguen sus pasos: Silvia, Carlos, Antonio, Eduardo, Zulema y Hugo. En 2001, Eduardo y Hugo fundaron Pulenta Estate, y Carlos, Bodega Vistalba, donde ayer se velaban los restos del patriarca.
Alguna vez dijo a Los Andes: “soy consciente de que hay que comprender las necesidades del mercado y el trabajo, y siempre acepté los cambios”.