No basta con hablar. Roberto camina hacia el tablón donde está una pieza en proceso. Una cara sin terminar. Una mano suelta. “Todo es muy artesanal, se hace martillando”, le escuchamos decir con su voz potente. Y ése es el principio del recuerdo que nos arroja la noticia de su muerte: la solidez de su coherencia. Murió a los 77 años, afectado por una insuficiencia cardíaca y pulmonar que lo aquejaba desde hace tiempo. Ayer a la tarde, en la sala velatoria San Vicente, toda una comunidad de artistas se acercó para estar donde sentían que tenían que estar: honrando el talento y la coherencia de un artista intachable.
Roberto Rosas esculpió niños, mujeres, ancianos en actitud o en calidad de alegorías; esculpió la vida natural, la destrucción del planeta, las maldades del hombre contra el hombre. Y todo - la mayoría de su obra- la forjó en la misma tierra donde nació.
“No sirvo para las grandes cuidades. ¿Para qué ser un insecto más?”, nos comentó en ese reino personal que se convirtió en su museo-taller de Bermejo. Rosas no creía en la magia: sí en la pasión, en el oficio sincero, en la militancia. “Respeto mucho el trabajo -he sido muchas cosas en mi vida: carpintero, albañil, pintor de obra- respeto mucho la gente que edifica el mundo”, dijo entre sus libros, sus discos y sus videos.
Otro recuerdo: suena el teléfono en la Fundación Rosas. Es Fabiana: su compañera y madre de Paloma, la hija que tuvieron hace once años. Roberto cuelga y explica el origen y el deseo de ese mundo que habita durante 25 años: "Yo no tuve plata, lo que tuve fue la ambición de tener un taller y un lugar donde vivir. Nunca me propuse habitar en un lado y trabajar en otro. A ver, ¿dónde está la obra de los Maestros ? ¿Alguien puede llevar a un Turista a un museo donde esté Pardo, Alonso, Azzoni, Dumelic y tantos otros? No hay no hay. Por eso, la idea con mi fundación es abrir un espacio que se autogestione, que esta obra no sea una carga para mi familia y que sirva de paseo cultural". Que así sea.
Recordando al maestro
Andrés Casciani. Ilustrador, artista plástico. "Roberto Rosas es de esos artistas que te transmiten el fuego de la creación. Muchos jóvenes nos sentimos fuertemente atraídos a lo artístico al ver sus obras, llenas de una frescura y un lenguaje directo que te invitan a reflexionar sobre dramas y alegrías muy profundas del ser humano. Su lenguaje visual siempre es una fuente de inspiración para mí, y su legado artístico seguirá inspirando a muchas generaciones. La monumentalidad y la magia de sus obras son inmensas".
Gabriel Fernández. Artista visual. "Era una lección andando... una persona que vivió en su ley. Él nunca se dedicó a la docencia, pero siempre fue un divulgador de ideas. Era lógico, elocuente. Reunía condiciones muy poco comunes que lo realzaron, en especial su originalidad".
Andrés Cáceres. Periodista cultural. "Con Roberto Rosas se va uno de los grandes escultores argentinos. Recuerdo cuando, en 1968, salió con lágrimas de emoción del despacho de Antonio Di Benedetto. Con la nota de catálogo, el subdirector de Los Andes le daba el espaldarazo que el joven merecía. Su obra cobró pronto reconocimiento en el ámbito nacional y tanto en Estados Unidos como en Europa y Latinoamérica, figura en numerosas pinacotecas y colecciones privadas. Su estilo consistía en poner humor y gracia en sus esculturas. Por eso, al verlas uno se sonríe. Tienen simpatía. Ese rasgo distintivo nunca cruzó el límite del grotesco o la caricatura, salvo cuando ironizó a los poderosos, a los decididores del mundo".
Mabel Ruiz. Ex directora del Museo Fader. "Además de su evidente talento y calidad humana, lo que más me impresionó de Roberto Rosas - y que desarrolló en cada muestra suya que realizamos en el museo- era su capacidad de hacer docencia a través de su obra. Solía venir a acompañar las visitas de las escuelas. Le gustaba esa transferencia con los más jóvenes".
Luis Scaiola. Escultor. "Fue uno de los pocos que se animó a trabajar en hierro con dimensiones monumentales. Ese desafío, más el oficio que logró pulir, son a mi juicio las dos grandes características de Rosas como artista. Su obra ha llegado lejos, gracias a su creatividad, a su estilo personal".
"Conocimos a Roberto a principios de los 90. Visitar su casa fue una de las experiencias más embriagadoras. Tanto así, que junto con Luis Quesada, fue la fuente de inspiración que definió nuestra decisión de venir a vivir a Bermejo y combinar de manera armónica vida y arte."
"Yo hago lo que hago porque una vez entré a su taller. Él me mostró que se podía construir una vida diferente. Que se podía habitar un universo creado por uno mismo. Recuerdo la primera vez que vi su obra. Fue, aquí en Mendoza, más que un pionero. Un abridor de caminos".
Hallan obra que se creía pérdida
La noticia la comentó el galerista y marchand Daniel Rueda: “Hace menos de una semana la obra ‘Aves al amanecer’ fue traída a mi galería en calidad de consignación.
La llegada de esta obra coincide con la fecha asignada a su hijo Fernando Rosas quien expondrá a partir del miércoles 5 de agosto en la galería junto a Miguel Gandolfo, Julio Melto y Albert Sassini. Son estas coincidencias que hablan de compartir y construir. Todavía no la ve su hijo”, dijo, visiblemente afectado por la muerte de Roberto Rosas. ¿Cómo apareció esta creación del escultor que se creía perdida?
“Generalmente no recibo obra en consignación de particulares, y la trajo una familia de Pergamino que la recibió por herencia. Es una obra de una etapa muy anterior a sus últimos trabajos. No tengo la fecha. Algo que siempre me ha sucedido con Rosas es que al presentarme en los circuitos nacionales o internacionales, es uno de los pocos artistas que me referenciaban de nuestra provincia, con identidad, trascendencia y legitimación”.
Cuidar las formas
"Mi primera familia (mi padre era policía y mi mamá, ama de casa) se sintió extraña cuando empecé a estudiar Bellas Artes. Era un exotismo que alguien de nuestra condición se dedicara a algo así. La gente -pensaban- tenía que trabajar en la albañilería o la contabilidad. Mi hermano mayor me llevó porque yo no quería ir solo a la escuela. Imaginate, era un chico campesino que no quería cambiar su medio ambiente por otro. Lo deseaba, pero tenía miedo de hacerlo", cuenta Roberto Rosas, nostálgico.
El mundo de Roberto Rosas es fascinante. Sus creaciones ilustran un universo de figuras oscuras y optimistas, severas y tiernas. El escultor nació en Guaymallén, en el seno de una familia pobre. Fue carpintero hasta los 30. Militó en la izquierda durante los procesos militares. Fue uno de los artistas plásticos que más vendió al exterior.
Se preocupó mucho por su comunidad. Su taller, enclavado en El Bermejo, fue el epicentro de una movida artística que sedujo a creadores de todo el continente. Ese rasgo sigue siendo distintivo de la zona, en parte, gracias a la persistencia de Roberto.
“Toda la historia del hombre puede leerse a través de la escultura. He ahí el valor de la trascendencia. Los proyectos planteados por la Fundación ‘Rosas para la escultura’ han sido pensados entre personas, sin intereses creados, generosamente. Una modesta siembra artística cultural para años venideros, cuando nuevas generaciones pueblen el mundo contra la pérdida de identidad que plantea la agresiva globalización actual”, escribió en su blog.