Acuerdo de precios, otro engaño a los consumidores

Acuerdo de precios, otro engaño a los consumidores

El Gobierno nacional ha anunciado la firma de un acuerdo “voluntario” de precios con las cadenas de supermercados. El mismo se firmó bajo la presión de activistas de La Cámpora, presentes en el acto. Ahora el Gobierno se apresta a incorporar un acuerdo entre las empresas elaboradoras de los productos y los supermercados.

Es necesario hacer varias consideraciones sobre este tipo de políticas para concluir que es otro engaño a los consumidores. El acuerdo de precios, según los funcionarios, no es congelamiento de los mismos, política repetidamente aplicada por el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno, cuyo fracaso no es necesario siquiera recordar por obvio. Nada han dicho los funcionarios sobre de qué manera se actualizarán los precios dado que no se trata de un congelamiento.

Otro aspecto a tener en cuenta es que se ha reducido considerablemente la cantidad de productos incluidos, algo así como 180 frente a los 600 que llegó a tener el congelamiento de Moreno. Esos productos serían los que componen la canasta básica de alimentos, limpieza, tocador. Si bien estos procedimientos, acuerdos en lugar de fijación de precios, aparecen como más sensatos que lo anterior, ignoran tanto el enorme desajuste de precios relativos, como que el precio final de cualquier producto está formado por innumerables precios anteriores.

De ahí que ahora se pretenda forzar un acuerdo entre quienes elaboran los productos incluidos y las cadenas comerciales. En este punto aparece un asunto en extremo delicado, los denominados márgenes de comercialización que aplican esas cadenas. Según ha trascendido, los súper habrían tomado las listas aportadas por los proveedores y aplicado un margen bruto de entre 25% y 30%.

Este margen es rechazado por elaboradores de productos de consumo masivo y alta rotación, como el azúcar, quienes sostienen que dicho margen debería ser entre 6% y 10%. A su vez el Gobierno pretende que esta discusión no ponga en riesgo el normal abastecimiento de la población.

Todos estos procedimientos lucen, aparentemente, como razonables, pero la experiencia muestra que siempre terminan fracasando en su intento de evitar el aumento de los precios. Aumentos que no provienen de las decisiones de algunos empresarios sino de la inflación creada por el Gobierno emitiendo dinero a raudales para financiar un gasto público evidentemente irrazonable. Sin modificar la política fiscal y la política monetaria los acuerdos duran lo que una flor en el desierto.

Por otro lado, los márgenes de comercialización son muy altos en épocas de inflación; todos quieren “cubrirse”, anticiparse y no descapitalizarse. Por el contrario en épocas de estabilidad monetaria los márgenes de comercialización tienden a bajar, con lo que se genera mayor competitividad. Baste recordar las quejas por las pérdidas de rentabilidad de sectores comerciales en los ’90 y advertir que hoy no son esos sectores lo que levanten la voz por la inflación creciente.

En este clima de expectativas de inflación continua, los consumidores están pagando costos adicionales por los efectos de las políticas de congelamiento y control de precios. Los industriales, para eludir esas medidas recurren a modificar los envases, a cambiar algunas formulaciones de los productos y así poder aumentar los precios. Aparecen productos “nuevos” que reemplazan a los anteriores, cuya producción se discontinua.

Es evidente que esta consecuencia negativa para el consumidor tampoco beneficia a la industria, obligada a incurrir en importantes costos para hacer esos cambios. Lo cierto es que esas modificaciones se han intensificado en el último año y son numerosos los trabajos de asociaciones de consumidores y especialistas en el tema que los demuestran en detalle. Productos de consumo masivo como lácteos, café, jabones, champú y otros en los cuales esas modificaciones han implicado aumentos de precios de 20% o más.

En definitiva las consecuencias de la inflación recaen siempre sobre los consumidores, y mientras menor capacidad adquisitiva estos tienen, mayor es el daño. La droga de la inflación, que al comienzo produce un efecto estimulante, luego de siete años está matando al enfermo.

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