El acuerdo logrado entre el Mercosur y la UE es histórico implica, para ambos bloques, la negociación más amplia con otro bloque desde la creación de ambos grupos de países.
Un gran paso en momentos en que las prácticas proteccionistas han vuelto a ponerse sobre la mesa desde EE.UU. y desde algunos países europeos.
Los beneficios de este acuerdo son innumerables pero vale recordar que el libre comercio ha sido un objetivo global desde la caída del muro de Berlín y la constitución de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en la cual se fijaron las bases para alcanzar estos fines. No obstante, ambos bloques se han caracterizado por mantener prácticas proteccionistas fronteras adentro, aunque con las limitaciones que surgían de las mismas reglas de la OMC.
A pesar de esto, los europeos avanzaron en tratados individuales con terceros países mientras en el grupo sudamericano se agudizaban las presiones empresarias para mayores medidas de protección.
Los términos del acuerdo, por los lineamientos básicos que se conocen, plantean que el grupo europeo eliminará en forma inmediata (una vez aprobado por los Congresos de todos los países) los aranceles para el 90% de los productos del Mercosur, mientras que el bloque sudamericano tendrá 15 años para bajar progresivamente los propios.
Ahora bien, y dado que este primer acuerdo es político, se deben comenzar a negociar punto por punto los productos y los plazos de ejecución, También las cuotas de ingreso para algunos productos que debería ser progresiva en plazos a establecer.
No obstante las bondades del acuerdo, los países del Mercosur, y Argentina en particular, deberán trabajar seriamente de cara al futuro para avanzar en reformas estructurales que le devuelvan condiciones de competitividad. Hay que reconocer que las prácticas proteccionistas eran concesiones que los sectores políticos le hacían a los sectores empresarios para justificar la ineficiencia y el elevado costo que el sostenimiento del Estado le costaba a la actividad privada.
En lugar de reformar el Estado seriamente, les concedían protección a los empresarios, en perjuicio de todos los ciudadanos trabajadores y consumidores.
El Tratado es un gran paso político que debe complementarse con políticas internas coherentes y, a su vez, es un gran desafío para muchas empresas y sectores económicos que no están acostumbrados a competir y donde entran no solo las tecnologías duras sino también las blandas, como los sistemas de gestión, aplicación de software y procesos para aseguramiento de la calidad, que son requisitos indispensables para poder acceder al mercado europeo.
Desde lo interno, Argentina puede aprovechar esta oportunidad para crecer y atraer inversiones si abandona definitivamente las prácticas inflacionarias y se integra al mundo, también, a partir de manejarse con seriedad fiscal que haga previsible el horizonte para los que van a asumir riesgos empresarios.
Por todas estas consideraciones, creemos que el acuerdo es histórico y puede significar dar vuelta una página lúgubre de 70 años de desmadre de gasto público e inflación para pasar a tener un Estado competitivo que acompañe el gran salto que significará para la actividad privada por el monto de inversiones y la creación de puestos de trabajo que se pueden generar en los próximos años.